Foto: lopezobrador.org.mx

AMLO y los empresarios: ¿lucha de clases o simple grilla?

Lo que más define la relación del tabasqueño con la iniciativa privada es la dicotomía entre empresarios "buenos" y empresarios "malvados". Por ello, es difícil anticipar los contornos de la política económica que seguirá en caso de llegar a la presidencia. 
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Andrés Manuel López Obrador llegó a la presidencia del PRD en agosto de 1996, pero su consolidación como dirigente nacional no ocurrió sino hasta 1998, en los intensos debates sobre el rescate bancario. El caso Fobaproa, como se le conoce popularmente, no solo convirtió a AMLO en la figura perredista más visible, después de Cuauhtémoc Cárdenas, sino que también contribuyó a fijar su visión sobre una parte del empresariado.

Para López Obrador, en México existe una “mafia” empresarial que se traslapa en parte con la clase gobernante y vive de hacer negocios sucios, o al menos éticamente cuestionables, al amparo del poder. Esta misma “mafia” estuvo detrás de la campaña del “peligro para México” en 2006 y estaría ahora maniobrando tras bambalinas para presentar un frente electoral unido en vista de sus altísimas posibilidades de llegar a la presidencia. 

Por supuesto, no es difícil encontrar ejemplos concretos de empresarios inescrupulosos en connivencia con funcionarios corruptos. Sin embargo, como la “mafia del poder” de la que es un subconjunto, la “mafia” empresarial es solo una construcción discursiva del lopezobradorismo, cuya función es trazar la línea entre amigos y enemigos. Eso explica que antiguos “beneficiarios” del Fobaproa, “el mayor saqueo desde la Colonia”, como Alfonso Romo, puedan luego aparecer como empresarios nacionalistas y agentes del “cambio verdadero”. 

Más que el tan llevado y traído echeverrismo de AMLO, más aún que su manifiesta preferencia por el papel rector del Estado en la economía, es esta dicotomía entre empresarios buenos y empresarios malvados lo que más define la relación del tabasqueño con la iniciativa privada. Por esta razón, es muy difícil anticipar los contornos exactos de su eventual política económica en caso de llegar a la presidencia. 

Dejando de lado la idea de combatir la corrupción y emplear los fondos así ahorrados para financiar el gasto social, la visión económica de López Obrador sigue siendo un misterio. El documento Pejenomics, avalado por los asesores económicos del candidato de Morena, es una lista de objetivos y un intento por calmar el nerviosismo del sector empresarial, pero no ahonda gran cosa en los medios para conseguir los fines. Asimismo, durante su presentación ante la Coparmex, AMLO insistió en los temas de combate a la corrupción y ahorro en el ejercicio del gasto como forma de financiar la inversión pública en infraestructura, salud y educación, pero fue parco en los detalles de su política comercial y el papel del gobierno en la economía. 

Todos estos elementos configuran un cuadro en donde las confrontaciones de López Obrador con el sector empresarial tienen un trasfondo ya no político ni económico, sino de simple grilla. El patrón es ya bastante claro: periódicamente, el tabasqueño parece recordar los agravios reales y ficticios que ha recibido de parte de algunos jerarcas de la banca y la industria y transforma los recuerdos en denuncias de nuevas conspiraciones de empresarios y la “mafia del poder”. 

Estas denuncias ni siquiera tienen protagonistas claros. En este video, que circuló a principios de mayo, muchos han querido ver a un candidato exhausto o incluso confundido. Desde mi punto de vista, vemos a una persona convencida del papel que juega la conspiración empresarial en su relato de la política, pero incapaz de encarnar esa conspiración en agentes concretos. 

Los pleitos de AMLO son contra una oscura sombra empresarial, lo cual le obstruye la visión de los factores estructurales que influyen en las grandes asimetrías regionales de la economía mexicana y la enorme y creciente desigualdad social. Es decir que, para alivio de quienes aún podrían ver al candidato de Morena como un neobolchevique contumaz y para desesperación de los viejos radicales como Taibo, López Obrador ni siquiera tiene una comprensión clara de los intereses en conflicto de trabajadores y patrones, no sabe de relaciones de poder en el centro de trabajo y, por lo tanto, no tiene interés en emplear los instrumentos del Estado para reequilibrar la balanza.

Más bien al contrario, la gestión de López Obrador al frente del Gobierno del Distrito Federal dejó un saldo muy magro de avances en materia laboral, cuando no francos retrocesos, como la negativa a reconocer los sindicatos independientes de los bomberos, las trabajadoras de Inmujeres y los empleados de los sanitarios de la Central de Abastos. 

Si gana las elecciones, como todo parece indicar que sucederá, López Obrador pondrá a sus “empresarios nacionalistas” a elaborar una propuesta económica para el primer año. Muy probablemente, esta propuesta económica no sea muy diferente de la política que la “mafia del poder” ha implementado en los últimos años, incluyendo la promoción del libre comercio y la participación de la iniciativa privada en proyectos de desarrollo, pero tendrá el aval del empresariado “bueno”. 

Será entonces una gran tentación para muchos empresarios no quedarse fuera de la historia, y varios se apresurarán a conseguir el sello que los acredite como “no mafia” para seguir participando del desarrollo nacional. 

Será otra historia para los trabajadores, para quienes el lopezobradorismo no ha ofrecido más que resguardo para algunos cacicazgos sindicales, promesas al aire de mejoras salariales y silencio absoluto sobre sus derechos a la sindicalización y la negociación colectiva. AMLO no es en modo alguno un bolchevique, pero la primera oposición que le surja podría ser, como a Lenin, la oposición obrera. 

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Politólogo, egresado de la UNAM y de la New School for Social Research.


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