Cultivar un jardín… si te dejan

La polarización tiene muchos padres, pero no hay que perder de vista que mucha gente hace dinero con ella. O una poca gente hace mucho dinero con ella.
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Hace unos años, no tantos como parece y más de los que quisiera, recomendé en una columna que, quien pueda, se retire a cultivar un jardín. Habida cuenta de que en lo público ya solo crecen hierbajos, ortigas y zurullos. No se me puede acusar de originalidad, porque como el avisado lector sabe, la propuesta viene de Voltaire a través de su Cándido. Bueno, pues lo que no consiguieron el ejército prusiano, ni la Inquisición, ni el terremoto de Lisboa, está a punto de lograrlo el gobierno.

Me alerta el caro editor de esta revista. En TVE –que, a su manera, es otro jardín, un hortus conclusus del oficialismo– han comentado el parterre de un señor de Avilés que, más que flores, parece cultivar banderas “preconstitucionales” y efigies del bestiario político nacional. Nos informan de que la policía municipal se ha interesado por la cartelería y la bandería, que podrían vulnerar la Ley de memoria democrática. “El matiz es que este jardín está a la vista de todos”, sentencia, sentenciosa, una joven periodista.

No voy a detenerme en que un medio público ocupe tiempo de emisión señalando a ciudadanos particulares, pues hace tiempo es práctica habitual en ministros y representantes; una de las felices herencias democratizadoras del 15M, tras el que son los ciudadanos los que tienen que rendir cuentas al que manda. De otra crisis nacional, la del procés catalán, hemos adoptado este vivir la política de cara a la galería, restregarle constantemente a los demás nuestras opiniones, símbolos, consignas y neuras, y atizar a diestro y siniestro con ellas.

Tampoco se me oculta que hay quien hace esto gratis y quien sale a pagar. La polarización tiene muchos padres –esta semana he leído que, agotados los bots rusos, ahora toca culpar a la IA–, pero no hay que perder de vista que mucha gente hace dinero con ella. O una poca gente hace mucho dinero con ella. Y son más o menos los mismos desde hace 20 años. Otra noticia de la semana pasada: “El Ministerio de Hacienda inyecta 63 millones de euros a RTVE”. Adivinen en qué productoras acabarán.

Christopher Lasch escribió sobre los “terceros lugares”: los espacios cotidianos de encuentro espontáneo e informal, situados entre las grandes organizaciones sociales y el reino íntimo de la familia y los afectos. El café o bar, la plaza, el parque, el mercado local. Espacios que, precisamente por ese carácter espontáneo, carente de intención ulterior, son vitales en la conformación de la comunidad. Pero aquí ya no queda ni un alcorque sin intención política. Otro día un presentador y futurible munícipe en Barcelona reflexionaba, hondo, sobre si se puede tener amigos fachas, y cómo. Yo ya le digo que, en lo que me toca, le dispenso del esfuerzo. Se avizora un momento en que el “urbanismo táctico” no se aplique contra el tráfico rodado, sino contra los vecinos. Hay gente que se pasa el día recetándonos la vida de barrio, la ciudad de los 15 minutos, lo walkable, y luego se dedican a llenarnos cada minuto de los 15 de chatarra ideológica, bronca y reproches universales.

En resumidas cuentas, nos envenenan, nos mienten, nos dan la turra y nos pasan el cepillo para compensar el esfuerzo. ¡La polarización no se va a hacer sola! Y así van pasando los años y, se diría, nunca acaba de suceder nada. Nothing ever happens. Igual no es para tanto. Una drôle de guerre civil. Salvo por la sensación generalizada de desgana, que quizás es lo que se pretende por encima de supuestos fervores ideológicos. En esta vida se puede ser de todo menos un coñazo, decía Panero. Pues el oficialismo y sus feligreses han decidido que seamos todos eso y nada más que eso: un auténtico y reverendo coñazo.


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