De Robert E. Lee a Cristóbal Colón

La profunda división que hoy separa a Estados Unidos en dos bandos irreconciliables solo disminuirá cuando exista una visión realista y común de su historia.
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Ahora le tocó a Cristóbal Colón ocupar el centro de la polémica para reescribir la historia de las Américas. La semana pasada, el gobierno de la ciudad de Los Ángeles decretó sustituir la celebración del Día de Colón con el “Día de los pueblos indígenas”. Antes que Los Ángeles, seis ciudades y dos estados de la Unión Americana habían emitido un decreto semejante. 

En Iberoamérica esta disputa no es nueva. Desde su bautizo como Día de la Raza en 1915, la celebración del día de la unidad iberoamericana ha sufrido embates continuos. En España, el 12 de octubre es el Día de la Fiesta Nacional, en Argentina es el Día de la Diversidad Cultural Americana, en Chile es el Día del Descubrimiento de Dos Mundos, en Uruguay, al Día de las Américas, en Costa Rica, al Día de las Culturas, en México, Día de la Raza, en Venezuela, al Día de la Resistencia Indígena. 

En Estados Unidos, donde se festeja el Día de Colón desde 1937, la controversia sobre Colón se inscribe en el marco de la revisión y en muchos casos remoción de los monumentos históricos que glorifican a personajes confederados considerados héroes por unos y genocidas para otros. 

En este momento en el que la crispación racial se ha acentuado al terminar la gestión del primer presidente negro en la historia del país y al iniciarse la de un presidente que equipara al Ku Kux Klan con quienes le denuncian por su mensaje de odio racial, los herederos de los confederados se atreven a argumentar que la remoción de estos monumentos atenta contra la historia.

Yo difiero radicalmente de esta interpretación. Honrar a los esclavistas con un monumento es un vano intento de sanear la historia.

Glorificar a gente como Robert E. Lee en Charlottesville, Virginia, con un monumento construido para tergiversar la historia es una infamia. Es una afrenta porque ignora deliberadamente el sufrimiento, la opresión y la deshumanización que Lee y su causa ocasionaron a una enorme parte de la población de la región esclavizada por el color de su piel y perpetúa la afrenta. 

La inmensa mayoría de los más de 700 monumentos confederados que actualmente existen en el país fueron erigidos en la época de las leyes segregacionistas que mantenían a los negros en sus comunidades, y su propósito fue demostrarle al país y al mundo que a pesar de haber perdido la guerra, los supremacistas blancos seguían teniendo el mando en el Sur. 

Desterrar a museos o a cementerios las estatuas de individuos cuyas acciones contradicen los valores de la nación es apenas una pequeña parte de la relectura de la historia patria. Lo indispensable ahora es reconocer y enfrentar la verdadera historia del país. En los años 60, la Asociación Americana de Historia le encargó a un grupo de historiadores estadounidenses que redactaran nuevos textos que reflejaran con mayor exactitud la historia del país. Que contaran las historias de los horrores cometidos por los primeros colonizadores que habían sido disfrazados de gestas nacionales. Que revelaran, por ejemplo, la verdadera dimensión del genocidio de los pueblos indígenas. Que relataran las vidas de grupos oprimidos por la hombres blancos. Que nos contaran sobre el trabajo injustamente ignorado de las mujeres, de los grupos minoritarios o de los trabajadores no afiliados a organizaciones laborales. 

Los historiadores han hecho su labor y los textos ahí están para quien quiera leerlos, pero cambiar percepciones hegemonistas centenarias no ha sido fácil. Todavía hay muchos sectores de la población –entre ellos destaco a la clase política– que siguen sosteniendo mitos dañinos. Que siguen hablando de la nación como el “País Excepcional” y/o la “Nación Indispensable”. Que siguen ocultando el daño que la política exterior del país ha causado en otros países. 

La periodista estadounidense Suzy Hansen recién ha publicado su libro Notes on a Foreign Country que, como apunta el Pulitzer 2017 Hisham Matar en su reseña en el New York Times, “es un memoir político y personal que negocia la vertiginosa distancia que existe entre lo que realmente es Estados Unidos y lo que piensa que es.” 

La profunda división que hoy separa a Estados Unidos en dos bandos irreconciliables solo disminuirá cuando exista una visión realista y común de su historia. 

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Escribe sobre temas políticos en varios periódicos en las Américas.


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