A estas alturas, la elección de 2012 se reduce a un puñado de preguntas fundamentales. ¿Podrá Enrique Peña Nieto mantener su popularidad y el control de su partido cuando carecerá de un escenario formal durante al menos seis meses? ¿Tendrá el PAN buen tino a la hora de elegir a su candidato? E incluso así, ¿podrá ese aspirante panista llevar el debate de la contienda a los pocos terrenos que le favorecen a Acción Nacional? Hay otras preguntas que ya habrá tiempo de analizar. Ninguna, sin embargo, tan interesante como ésta: ¿qué hará la izquierda? Desde hace al menos cuatro años, cuando quedó claro que la candidatura del PRD no pertenecería en automático a López Obrador, avezados analistas han predicho el divorcio de las distintas corrientes que apoyan a Marcelo Ebrard y al propio AMLO. Dicen que las ambiciones electorales de los dos protagonistas son incompatibles e impostergables. La conclusión bien podría ser cierta, sobre todo en el caso de López Obrador. La pregunta, por lo tanto, persiste: ¿qué hará la izquierda para definir su candidato presidencial?
Lo primero que habría que aclarar es si existe algún escenario en el que Andrés Manuel López Obrador estaría dispuesto a renunciar y, después, apoyar a Ebrard (dos cosas completamente distintas). Sería una decisión admirable. Como ya he explicado aquí, López Obrador enfrenta una combinación complicada de superar: es conocido por muchos y reprobado por un alto porcentaje. Alto reconocimiento y altos negativos son la fórmula del fracaso en un proceso electoral, aquí y en cualquier democracia medianamente estable. ¿Lo entenderá López Obrador? Los que lo conocen de cerca aseguran que AMLO desecha este tipo de análisis y está convencido de que, al final del día, la estructura ciudadana que ha armado, que funciona como un esquema piramidal de proselitismo, se presentará masivamente en las urnas y le dará la Presidencia de México. Habrá que ver con el tiempo si tiene razón, pero ahora lo importante es leer entre líneas. López Obrador ha armado toda el andamiaje de “Morena” para su beneficio. Es su movimiento, desde su ideología e inspirado en las miles de horas que ha dedicado a recorrer el país. Y tiene derecho a todo lo anterior. En suma: ¿por qué habría de firmar un valioso cheque político-electoral a nombre de otro, por más que ese otro sea un hombre de la disciplina férrea (y, a veces, incomprensible) de Marcelo Ebrard? Uno no trabaja para otros, y mucho menos en la política. Por esto me parece al menos improbable que López Obrador renuncie a la candidatura de todos o alguno de los partidos de izquierda.
Entonces: si AMLO no deja de lado sus aspiraciones, ¿qué debe hacer Marcelo Ebrard? El jefe de Gobierno de la capital es un hombre pragmático. Seguramente sabe que la presencia de dos candidatos de izquierda anularía las posibilidades de ambos, dividiendo el voto y el ánimo de sus partidarios. No es imposible que Ebrard suponga que puede ganar suficientes votos de la izquierda y un buen número de independientes como para plantarle cara a Enrique Peña Nieto. Pero también debe saber que, sin el voto duro lopezobradorista, no tiene oportunidad de ganar la Presidencia.
Pero más allá del aritmético, hay otro cálculo que seguramente agobia a Marcelo Ebrard. Si decide presentarse como candidato de la izquierda al mismo tiempo que López Obrador, y su presencia en la boleta resta votos al tabasqueño, habrá un amplio sector de la izquierda que le hará la vida imposible. Después de 2012, Ebrard será señalado, aislado, repudiado. Será el esquirol, el nuevo chivo expiatorio. Y, ese desprecio implacable podría acabar con su carrera política. En ese escenario sería, en términos prácticos, un paria: intentando infructuosamente ganar el 2012, perdería el 2018. Algo me dice que Ebrard lo intuye. Y por eso, si tuviera que apostar, diría que el jefe de Gobierno no estará en la boleta en julio próximo.
(Ciudad de México, 1975) es escritor y periodista.