Soy poco partidaria de hablar de reforma constitucional mientras se prolongue el chantaje institucional de la Generalitat y sus socios en el Parlament a la democracia espaƱola. Sin embargo, la semana pasada Pedro SĆ”nchez planteĆ³ la reforma de nuestra norma fundamental para facilitar una salida a la crisis territorial que vivimos, una propuesta que tambiĆ©n defiende Ciudadanos, y que la formaciĆ³n naranja ya impuso en su pacto de gobierno con los socialistas y en su ulterior acuerdo de investidura con el PP.
En efecto, una reforma constitucional parece inevitable, aunque es preciso dibujar sus contornos antes de darla por buena. En primer lugar, los partidos deben asumir algo que la ciencia polĆtica y la historiografĆa ya han demostrado: que las instituciones son resilientes en la medida en que su diseƱo flexible les permite adaptarse a los cambios que se producen en el entorno. Esta ha sido una dolencia constante en las constituciones espaƱolas hasta el presente, todas quebradas antes que reformadas.
La falta de adaptabilidad de las instituciones a las transformaciones sociopolĆticas tiene que ver con su sacralizaciĆ³n, asĆ como con la ausencia de incentivos entre las Ć©lites que las gobiernan para impulsar cambios que perciben como amenazadores de su poder. De este modo, el carĆ”cter conservador de unas Ć©lites adversas al cambio puede conducir a la quiebra institucional. Las llamadas revoluciones liberales son un buen ejemplo de cuĆ”n inflamable puede resultar un cĆ³ctel de insatisfacciĆ³n social e inmovilismo institucional.
Desde luego, no debemos perder de vista que cuando hablamos de EspaƱa lo hacemos de un Estado democrĆ”tico y de derecho. En este sentido, nuestras instituciones gozan de la mĆ”s alta legitimidad, o acaso de la Ćŗnica posible, que nos avanzara Locke: no hay mĆ”s gobierno legĆtimo que el que cuenta con el consentimiento de sus gobernados. No obstante, esta legitimidad ha comenzado a ponerse en entredicho, tanto desde la periferia del Estado como por parte de partidos de Ć”mbito nacional, y requiere de una respuesta Ć”gil de quienes sĆ se sienten cĆ³modos en el marco constitucional.
Podemos naciĆ³ como un partido que aspiraba a canalizar el descontento polĆtico y social propiciado por la recesiĆ³n econĆ³mica. En este sentido, cinco millones de votos en su primera participaciĆ³n en unas elecciones generales avalan su Ć©xito. Sin embargo, la formaciĆ³n morada prefiriĆ³ no facilitar la investidura de Pedro SĆ”nchez para intentar un sorpasso a los socialistas en la repeticiĆ³n electoral. La maniobra no obtuvo los resultados esperados por varias razones, entre las que destaca una ofrecida por el propio ĆƱigo ErrejĆ³n: para conseguir tomar el poder, Podemos necesitaba una crisis de rĆ©gimen que en EspaƱa no se habĆa producido. Es decir, a diferencia de lo que sucediĆ³ en un buen nĆŗmero de paĆses latinoamericanos, en nuestro paĆs la indignaciĆ³n ciudadana no habĆa conducido a la deslegitimaciĆ³n del sistema.
La estrategia populista necesitaba de la impugnaciĆ³n social del llamado rĆ©gimen del 78 para estar en disposiciĆ³n de disputar el gobierno a los viejos partidos, pero esa impugnaciĆ³n tiene una aceptaciĆ³n escasa en el conjunto del Estado y solo alcanza porcentajes significativos hacia la periferia nacionalista. AsĆ, la estrategia por la que ha optado Podemos es clara: una alianza con el independentismo que de momento es discursiva pero que podrĆa ser polĆtica en unas eventuales elecciones autonĆ³micas catalanas.
Esta conjunciĆ³n de los comunes con el independentismo responde a una impugnaciĆ³n compartida del consenso constitucional del 78 y se articula sobre un discurso que reclama la mediaciĆ³n en el conflicto territorial, asĆ como un diĆ”logo sin condiciones al margen de la legalidad. Para Junts pel SĆ el apoyo de los comunes cumple un propĆ³sito instrumental evidente: el de sustituir a sus socios mĆ”s radicales e intransigentes de la CUP por un actor que ha hecho de la ambigĆ¼edad virtud. Por su parte, Ada Colau espera rentabilizar electoralmente su apoyo a un decisionismo presentado como democrĆ”tico y progresista. Quien no estĆ” claro que tenga algo que ganar con esa alianza es la marca nacional de Podemos.
De hecho, Podemos podrĆa perder apoyos si finalmente se consumara la reforma constitucional que ha comenzado a vislumbrarse en los Ćŗltimos dĆas. No es casualidad que tanto los partidos que apuestan por la independencia como Podemos se hayan mostrado contrarios a esta oferta de SĆ”nchez que, de acometerse, echarĆa por tierra ese eslogan que ha alimentado de votos a ambos: āla EspaƱa irreformableā.
Llegados a este punto es preciso advertir que cualquier reforma no serĆ” necesariamente buena para EspaƱa. SerĆa un error que el PSOE pretendiera limitar su propuesta al objetivo de un mejor encaje territorial de CataluƱa en EspaƱa, no digamos ya si esa propuesta se basa en la concesiĆ³n de mayores prerrogativas econĆ³micas a los nacionalistas como pago para aplacar su desafĆo. Centrar la reforma en las exigencias de los partidos polĆticos que han puesto en jaque el orden constitucional supondrĆa un precedente de quiebra de la igualdad y una falta de respeto para el conjunto de los ciudadanos, de los partidos y de la comunidades autĆ³nomas que sĆ respetan la legalidad.
Por el contrario, una reforma constitucional amplia nos permitirĆa abordar un buen nĆŗmero de cambios y adaptaciones normativas pendientes, facilitando la actualizaciĆ³n de una norma apenas retocada en cuarenta aƱos. Este proceso ha de tener una vocaciĆ³n constituyente clara e integradora, que permita trabar una ligazĆ³n sentimental entre la ciudadanĆa y la ConstituciĆ³n, especialmente entre esta y las cohortes mĆ”s jĆ³venes, esas que la perciben como mĆ”s ajena y distante, que no la han refrendado y que compran en mayor medida el discurso de Podemos que la hace heredera del franquismo.
Robustecer esa legitimidad institucional de la que hablaba Locke pasa por incorporar al consenso constitucional al mayor nĆŗmero posible de crĆticos con el sistema. Por este motivo, yo serĆa partidaria de revestir de cierta solemnidad la reforma, proponiendo incluso que fuera tratada como una refundaciĆ³n constitucional.
En la prĆ”ctica serĆa casi una segunda transiciĆ³n, un renovado pacto constituyente que permitirĆa una actuaciĆ³n amplia: desde consagrar ciertos derechos civiles y sociales como fundamentales hasta culminar el proceso federalizante postergado en el 78, haciendo una definiciĆ³n clara de las competencias autonĆ³micas y avanzando hacia un federalismo fiscal solidario. TambiĆ©n podrĆa impulsarse un debate sobre corrupciĆ³n y regeneraciĆ³n que pusiera fin a los aforamientos polĆticos, discutirse la consideraciĆ³n de los animales superiores y especialmente de los grandes simios, abordarse la reforma electoral, reconocerse la pertenencia de EspaƱa a la UniĆ³n Europea, replantearse el papel del Senado, eliminarse la preferencia del hombre sobre la mujer en la sucesiĆ³n a la corona y hasta plantearse la posibilidad de alumbrar una Iberia unida. No dejo de preguntarme por quĆ© ningĆŗn partido ha enarbolado todavĆa la bandera de la uniĆ³n con Portugal: un proyecto polĆtico solidario, integrador y que aspire a superar fronteras serĆa la respuesta mĆ”s ilusionante al nacionalismo disgregador, narcisista e insolidario que nos extorsiona.
Es cierto que ninguna reforma constitucional podrĆ” satisfacer a los partidos que ya han tomado la decisiĆ³n de soltar amarras con EspaƱa, pero sĆ podrĆa contar con el respaldo de un porcentaje no desdeƱable de los ciudadanos que escogieron opciones independentistas convencidos de que este paĆs era irreformable. Y otro tanto sucede con Podemos.
La impugnaciĆ³n del rĆ©gimen del 78 se ha revelado como un elemento efectivo para aglutinar voto, especialmente entre las cohortes mĆ”s jĆ³venes. Sin embargo, una reforma constitucional con vocaciĆ³n amplia e integradora significarĆa la realizaciĆ³n, siquiera parcial, de una parte importante de las reivindicaciones de Podemos. Sabemos que los partidos populistas necesitan de la pervivencia de demandas sociales insatisfechas para mantenerse en porcentajes electorales importantes, razĆ³n por la que esta eventualidad podrĆa perjudicar al partido. VĆ©ase el ejemplo del UKIP, cuyo apoyo social se desplomĆ³ tan pronto como el Brexit del que habĆan sido valedores se hubo materializado. De este modo, la reforma constitucional podrĆa desinflar el procĆ©s en CataluƱa y a Podemos en Madrid, de ahĆ que se comprenda mejor asĆ esta alianza entre sus potenciales damnificados.
De este modo, es previsible que tanto el independentismo como Podemos traten de deslegitimar una reforma que cuente con el consenso de los tres grandes partidos constitucionalistas. Es probable que tachen la propuesta de ser un pacto entre las Ć©lites del establishment, algo asĆ como una estrategia gatopardiana que aspire a cambiar todo para que todo siga igual. TambiĆ©n cabe esperar que se nieguen a sancionar una reforma constitucional que no cuestione la jefatura del Estado. A pesar de estas dificultades, PP, PSOE y Cs representan mĆ”s del 71% de los votos de los espaƱoles, una base ancha sobre la que hay que trabajar con el objetivo de alcanzar el consenso mĆ”s amplio posible, un consenso en el que caben buena parte de los votantes de Podemos y un porcentaje no desdeƱable de votantes de opciones nacionalistas.
Aurora Nacarino-Brabo (Madrid, 1987) ha trabajado como periodista, politĆ³loga y editora. Es diputada del Partido Popular desde julio de 2023.