El año en que perdieron la presidencia, el país y Atlacomulco

Tras la derrota del 1 de julio, el presidente nacional del PRI ha invitado a la militancia a reflexionar. Los operadores políticos del partido, más que a la reflexión, habrían de ser llamados a explicar a favor de quién operaron.
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El 1 de julio, diez minutos después de que se hicieran públicas las primeras encuestas de salida de la elección presidencial, Meade dio una conferencia de prensa en la que reconoció que “de acuerdo a las tendencias, fue Andrés Manuel López Obrador quien obtuvo la mayoría y tendrá la responsabilidad de conducir el poder Ejecutivo y, por el bien de México, le deseo el mayor de los éxitos“.  

Ese, para algunos, anticipado reconocimiento de la derrota le ganó a Meade varios adjetivos grandilocuentes: “discurso histórico, la mayoría de edad de nuestra democracia , actitud democrática y civilizada.  Horas más tarde, cuando Lorenzo Córdova anunció los resultados del conteo rápido del INE, nos dimos cuenta de que esa “actitud democrática” estaba motivada y obligada por ¡37 puntos porcentuales de diferencia entre él y AMLO!

No quiero quitarle méritos al gesto de Meade, pero la diferencia de votos que arrojó el conteo rápido era claramente irremontable. Además, de no haber reconocido la “tendencia poco favorable” (ese eufemismo para decir ¡nos arrasaron!) hubiera complicado el tono y contenido del mensaje que Peña Nieto dio pasadas las once de la noche. ¿El candidato no priista del PRI iba a terminar de enterrar al partido, al que no pertenece, no reconociendo una derrota aplastante? No.   

Cuatro días después de la elección, Meade y Peña Nieto se reunieron en Los Pinos. Según narra la nota de prensa de la Presidencia de la República, “El Primer Mandatario reconoció la convicción democrática que Meade Kuribreña mostró a lo largo de su campaña en las elecciones federales de 2018 y durante la jornada electoral del 1º de julio. 

Las fotos que circularon del encuentro están fuera de todo contexto. Ahí están ambos, con suaves sonrisas esbozadas, actitud entre picarona y bonachona, irradiando esa alegría interior que, supongo, solo puede dar la “convicción democrática”.    

Ambos posan para una memoria visual que los identificará como los responsables de llevar al PRI a su peor debacle electoral nacional en años: El año en que perdieron (otra vez) la presidencia, el país y ¡Atlacomulco!

René Juárez, presidente nacional del PRI, ha llamado a su militancia a un periodo de reflexión. Imagino que los operadores políticos del PRI más que a reflexionar habrán de ser llamados a rendir cuentas.

No creo que el PRI haya llevado esta campaña bajo estrictos estándares de austeridad (menos si tenían los programas sociales a su mando). En Dinero bajo la mesa: financiamiento y gasto ilegal de campañas políticas en México, María Amparo Casar y Luis Carlos Ugalde calcularon que, para una campaña de gobernador, “por cada peso que se reporta como gasto ejercido en una campaña de gobernador, hay 15 pesos que se mueven debajo de la mesa, que nunca se reportan y cuyo origen se desconoce” y que en las elecciones presidenciales “el gasto es superior y en las de alcaldes y diputados puede ser menor a las de los gobernadores”.

De acuerdo con los autores, el principal destino del dinero ilegal en campañas es el clientelismo electoral: compra, movilización e inhibición del voto. En esta ocasión, cabe preguntarse si la maquinaria priista hizo exactamente eso, solo que a favor de los candidatos de Morena, y no a favor de los del PRI. Por los resultados electorales uno pensaría que sí. Uno nunca sabe para quién operan los que operan.

 

 

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Es politóloga, periodista y editora. Todas las opiniones son a título personal.


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