El nuevo 14 de abril independentista

El otoño se anuncia caliente en las calles, con el juicio a los líderes separatistas como gasolina emocional, cuyo objetivo final será forzar al independentismo a concurrir unido a las municipales de mayo de 2019, que serán presentadas como unas nuevas plebiscitarias
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La entrada de Pedro Sánchez a La Moncloa, tras guillotinar en apenas 48 horas a un marianismo que había cultivado una leyenda de eternidad, logró descolocar al independentismo, cuya estrategia estaba diseñada con el PP en el Gobierno. Los populares siempre han sido, a su pesar, el mejor aglutinador de nacionalistas e izquierdas. A su vez, después de haber vivido un otoño de desgarro, al menos para ese 53% de catalanes que no desean, por mucho que se empeñe TV3, la ruptura con el conjunto de España, la rebaja de la tensión institucional que ha acompañado los primeros compases del Ejecutivo Sánchez –en parte gracias a gestos como el acercamiento de los presos a Catalunya– ha sido acogida con un alivio general. La caída de Rajoy ha tenido efectos de descompresión social. Incluso los hay que se aventuran ya a dar por muerto el proceso o que hablan de una etapa de duelo en el independentismo, que podría alargarse unos meses, hasta la asunción general de la derrota frente al Estado de derecho. Un diagnóstico básicamente desiderativo que confunde el cansancio general de la sociedad catalana, por el conflicto civil sostenido, con la renuncia separatista a llegar a Ítaca.

El proceso independentista, tal como se ha articulado desde 2012, es un movimiento neorromántico y de tintes populistas donde los sentimientos y las emociones desbordan cualquier prisma racional y pragmático. La independencia como un acto de fe. Por mucho que Oriol Junqueras intente ahora, después de haber empujado en octubre a Puigdemont hacia la DUI –las 155 monedas de plata rufianescas–, apaciguar los sueños independentistas, o que Marta Pascal intente resituar al PDECat en las viejas coordenadas convergentes del peix al cove (pragmatismo pujoliano), sus respectivas bases exigen mantener la vía unilateral.

La ruptura con el conjunto de España, pero también con más de la mitad de sus conciudadanos, es, en el imaginario de una parte muy significativa de los catalanes, algo irrenunciable. Unos postulados que fundamentan la hoja de ruta del expresidente Carles Puigdemont y que, con las correspondientes directrices dictadas desde Alemania, intentará llevar a cabo el presidente de la Generalitat, Quim Torra, con la fe del activista y la pulsión de radicalizar la revolución para mitigar carencias, dudas y temores colectivos.

El desplante al Rey en la apertura de los juegos del Mediterráneo en Tarragona, con la descriptiva foto de Torra sentado, mirando atentamente una botella de agua medio vacía mientras las autoridades se despedían afectuosamente cumpliendo el protocolo; así como la teatral indignación de la comitiva de la Generalitat con la réplica del embajador Pedro Morenés al discurso de Torra en el festival Smithsonian Folklife de Washington, ponen en evidencia cuáles serán los pasos del independentismo: trufar su día a día de enfrentamientos simbólicos con el Estado, mientras esperan que se abra una “ventana de oportunidad”, la novísima entrada en el diccionario de neolengua procesista.

En suma, un nuevo otoño caliente en las calles, con el juicio a los líderes separatistas como gasolina emocional, cuyo objetivo final será forzar al independentismo a concurrir unido a las municipales de mayo de 2019, que serán presentadas como unas nuevas plebiscitarias, con candidaturas unitarias –así lo ha reclamado ya la ANC– para ganar el mayor número de ayuntamientos, con el sueño húmedo de Barcelona. Si en esta ocasión el independentismo consigue aumentar su poder municipal, amén de la victoria en número de votos que no logró el 27-S y el 21-D, Torra protagonizará su particular DUI con una proclamación de la república catalana que emule a la del 14 de abril de 1931, cuando Francesc Macià salió al balcón del ayuntamiento para anunciar la breve república catalana.

Como entonces, la declaración de Torra podría tener más de simbólico que de efectivo, pero revitalizaría el choque insurreccional. Este es el escenario que se baraja hoy en Palau y en Hamburgo, pero que también conocen en la Moncloa, donde, pese a que la consigna será apelar al diálogo hasta el último momento, algunos empiezan a asumir que un nuevo 155, más duro y duradero, puede ser inevitable. La crisis catalana y no la corrupción se llevó por delante a Rajoy. Así que la respuesta que ofrezca Sánchez ante el probable nuevo embate independentista puede ser la forja de su mandato o una pronta jubilación por el sumidero de la historia.

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Iñaki Ellakuría es periodista en La Vanguardia y coautor de Alternativa naranja: Ciudadanos a la conquista de España (Debate, 2015).


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