Son muchos los factores que mantienen hundidas en el atraso econĆ³mico y polĆtico extensas porciones del planeta. La geografĆa y la herencia colonial, inacabables guerras fratricidas, la ausencia de un estado de derecho, hĆ”bitos econĆ³micos premodernos o la incapacidad de diversificar economĆas monoproductoras, son apenas algunos de ellos. El dominio de la teologĆa ocupa generalmente un lugar de honor en esas sociedades donde ha sido imposible que el Medievo de paso a la Modernidad: supersticiones que sustentan diferencias inaceptables de clases, castas y gĆ©nero. La estrecha alianza entre la religiĆ³n y el poder que obstaculiza el imperio de la ley y la supervivencia de usos y costumbres ancestrales pero deleznables, justifican el atraso y el creciente deterioro de muchas colectividades en la periferia del mundo industrializado.
La diferencia fundamental entre esas sociedades y los paĆses que conforman lo que se conoce como “Occidente” (Europa, Estados Unidos y aquellos paĆses que adoptaron alguna modalidad del sistema democrĆ”tico occidental), es que aquellas no vivieron la IlustraciĆ³n que transformĆ³ a las naciones industriales desde sus cimientos hace mĆ”s de dos siglos.
Quienes vivimos en Occidente, bajo la benĆ©vola sombra de las ideas de los Ilustrados, tenemos una inmensa deuda con esos pensadores que encabezaron, primero, una revoluciĆ³n en las ideas e inspiraron otra despuĆ©s, a partir de fines del siglo XVIII, en la prĆ”ctica polĆtica, econĆ³mica y social. Spinoza y Descartes, D´Holbach, Diderot, Voltaire, Mary Wollstonecraft, Hume y Adam Smith, entre muchĆsimos otros, colocaron los cimientos de la Modernidad.
En el prefacio de A Revolution of the Mind, el compendio de mĆ”s fĆ”cil manejo y lectura que Jonathan Israel hizo de sus enormes tomos sobre la IlustraciĆ³n Radical, el autor sintetiza en un pĆ”rrafo la deuda que la civilizaciĆ³n occidental tiene con los Ilustrados: Inauguraron la era de la tolerancia. Les debemos las ideas de la democracia, la libertad de expresiĆ³n, creencias, pensamiento y prensa; de la igualdad, mĆ”s allĆ” de raza, clase y sexo, y la erradicaciĆ³n de las autoridades religiosas de la polĆtica y la educaciĆ³n. Fueron ellos los que inventaron las sociedades seculares y la separaciĆ³n de la iglesia y el estado, pusieron los cimientos de la ciencia actual, y descubrieron los mecanismos de la mano invisible: los resortes que mueven a los mercados.
No sorprende que Israel, y mĆ”s recientemente Neal Gabler en las pĆ”ginas del New York Times (The Elusive Big Idea, agosto 14), deploren los nuevos ataques al pensamiento ilustrado y aƱoren aquellos tiempos donde se pensaba y se construĆa un nuevo orden social a riesgo de la libertad, la condena al silencio o la pĆ©rdida de la vida.
Vivimos en tiempos tan confusos que analfabetas como Michelle Bachman, Sarah Palin y sus adlĆ”teres del Partido del TĆ© en los Estados Unidos deploran el Renacimiento y la IlustraciĆ³n sin darse cuenta de que en el Medievo, en los inacabables siglos previos a la Modernidad, ellas mismas hubieran estado condenadas a una vida de perpetua procreaciĆ³n, crianza, punto de cruz y silencio.
Pero no son solo estas mujeres las que atentan contra la modernidad ilustrada. Son muchos los que votan por partidos racistas y xenĆ³fobos, creen que la palabra de Dios debe guiar la polĆtica y pretenden restablecer Ć³rdenes de vida absolutistas y medievales en paĆses democrĆ”ticos. No estĆ” de mĆ”s recordar lo que perderĆamos si volviera a establecerse el imperio de la teologĆa. ¡Dios nos libre!
EstudiĆ³ Historia del Arte en la UIA y Relaciones Internacionales y Ciencia PolĆtica en El Colegio de MĆ©xico y la Universidad de Oxford, Inglaterra.