Entrevista con Yaroslav Hrytsak: “La guerra ha reforzado el sentido nacional ucraniano, no el nacionalismo”

El historiador de la Universidad Católica de Ucrania, en Lviv, reflexiona sobre la memoria histórica, cómo la URSS reprimió y ocultó la historia de Ucrania y qué futuro le espera al país si consigue vencer la guerra: "Ucrania podría ser un Singapur o una Corea del Sur en Europa".
AÑADIR A FAVORITOS
ClosePlease loginn

En Occidente a menudo es difícil explicar que realmente Rusia está llevando a cabo todas esas atrocidades y maldades en Ucrania, por ejemplo, en los territorios ocupados, por no mencionar los bombardeos básicamente diarios contra civiles. Hay gente que lo ve, que lo entiende, pero otros tienen una actitud algo así como de “esto tiene que terminar y/o no puede ser verdad, no puede estar pasando”. Estudiamos a Hitler, Stalin… y ahora vemos políticas similares (como la deportación de niños ucranianos a Rusia), pero muchos son incapaces de verlo, de reconocer esas pautas, mucho menos de actuar en consecuencia. Tengo la impresión de que en Occidente hemos perdido la capacidad de entender el Mal. 

Es una cuestión crucial, quizás la más relevante de nuestra era. Hanna Arendt sostuvo que el Mal es el problema más importante en la historia, pero eso lo dijo tras la Segunda Guerra Mundial, cuando la memoria era aún fresca, no durante la guerra en sí. Esa generación que llegó a adulta a la guerra trató el Mal de forma muy concienzuda. Mi filósofo favorito es el polaco Leszek Kolakowski, expulsado por el gobierno comunista de entonces, que pasó los últimos veinte o treinta años de su vida en Oxford. Crítico del marxismo, fue también teólogo y abordó el problema del Mal. El diablo no podía ser ignorado, dijo: está presente en la historia humana y en el carácter humano. Lo que quiero decir es que la gente tiende a olvidar porque tenemos generaciones nuevas que no han conocido la experiencia de una guerra así y una sociedad consumista acostumbrada a ciertos niveles de vida. Piensan que todo eso, esa violencia atroz, es ya el pasado, no se va a repetir aquí.

A pesar de todas esas películas de Hollywood sobre esa guerra, sobre Hitler…

¡Exactamente! Es la realidad virtual de las películas, los juegos de ordenador… Pero esa perspectiva es miope: esas cosas pasan de verdad y no verlo es un error terrible, que conduce a situaciones como la Rusia actual. Pertenezco a esa tradición de filósofos, sociólogos e historiadores que consideran que el Mal es el problema central de la historia. Mis gurús son Tony Judt, cuyo legado ya conoces, pero quizás sabes también que dos de sus gurús fueron Kolakowski y Albert Camus, y ponen el énfasis en los mismos temas. Piensa en La peste, de Camus. El virus de la peste como metáfora del demonio. Al convertirnos en cada vez más consumistas y seculares, hemos perdido esa dimensión teológica. Otra referencia es el famoso diálogo entre Adam Michnik y Vaclav Havel [en las oficinas de Gazeta Wyborcza, en Varsovia, en 2009], figuras clave de la generación anterior y disidencia contra el régimen comunista. Su lenguaje es similar, aunque ambos son seculares. 

Hemos cometido el error de relativizar todo. Peter Pomerantsev escribió su libro sobre la propaganda rusa [La nueva Rusia: nada es verdad y todo es posible en la era de Putin], y mostró cómo ese régimen sabe que miente, pero sostiene que nada es verdad, todos mienten y que por tanto ellos (el régimen) deben ser mejores en mentir. Como no hay verdad objetiva, la mentira está permitida. Un problema filosófico de primera entidad que lo impregna todo, la política, etc. Pensamos que 1945 o el colapso del comunismo es pasado y tenemos una visión utópica del futuro, pero ahora nos encontramos de nuevo con el problema del Mal.

¡Bebemos de las mismas fuentes! Camus fue singular dentro de la intelligentsia francesa de la posguerra, entre otras cosas, por terminar evolucionando hacia una posición muy honesta respecto a los crímenes de la URSS y en los estados satélites de Stalin. Muchos de su entorno no querían ver esos crímenes, el sufrimiento de toda esa gente –por no hablar de Sartre, cuya admiración por la violencia comunista como fin en sí y evolución hacia apología del terrorismo político, describe tan lucidamente Judt en su Pasado imperfecto: los intelectuales franceses (1944-1956)–. Esa transformación la recoge Judt con esta cita de Camus que me gusta mucho: “hoy las cosas son claras y debemos llamar a algo ‘concentrationnaire’ si eso es lo que es, aunque sea socialismo. Nunca más seré educado”.

Exacto. Snyder pertenece a esta tradición, aunque la suya sea una generación posterior, y quizá Anne Applebaum. Su pensamiento gira en torno a la idea de que para entender el Mal hoy, es preciso conocer la historia moderna de Europa del Este. Otro poeta polaco, Aleksander Wat, escribió las que quizá son las memorias más importantes sobre la historia polaca del siglo XX. Le entrevistó Czeslaw Milosz, un poeta que también se tomó en serio esta dimensión. Wat, que sobrevivió a la guerra y el gulag, dijo que “cuando uno nace en la primera mitad del siglo XX, no podías creer en Dios, pero no podías no creer en el diablo”.

Los estadounidenses, o muchos de ellos, parecen entenderlo mejor, quizás porque aún tienen su mesianismo característico, ¿no? Los europeos lo hemos perdido.

Mira el propio Papa. Me sorprende su incapacidad para llamar al diablo por su nombre. El diablo se empieza a volver relativo para la Iglesia Católica (risas) aunque eso vaya contra sus propios fundamentos. Tú, Pomerantsev, Marci Shore y otros insistís en la importancia de Ucrania, pues Ucrania pone sobre la mesa valores, los ucranianos luchamos ahora por esos valores, y vuelve a traer el problema del Mal en la historia humana.

Asistimos también a una especie de banalización del Mal, ¿no? Una nueva banalización más en el sentido de Judt en su Cuando los hechos cambian, que en el de Arendt. Me refiero a la propaganda rusa que sistemáticamente describe a los ucranianos (todos) como “nazis”. El nazismo y el estalinismo son manifestaciones del Mal, pero ahora quizás tengamos que añadir el “raschism” o “ruscism” [término usado en Ucrania y otros países vecinos de Rusia, equivalente a fascismo ruso]. Muchos ucranianos no quisieron ver que esta invasión horrible podría pasar. Recuerdo estar en Kyiv el pasado febrero, días antes de la nueva invasión, y cómo amigos y contactos decían “¡No estará (Putin) tan loco!”, porque las consecuencias serían horribles. No es que no creyeran en la maldad de este régimen ruso, sino que una invasión así sería horrible. De modo que piensas “no lo harán”. Lo hicieron. Pasemos a otro tema, Yaroslav. ¿Cómo piensa que la sociedad ucraniana está cambiando con esta guerra?

Hay estudios sociológicos que confirman que la guerra refuerza el sentido nacional ucraniano, no el nacionalismo, que es algo diferente. Algunos dicen que “Putin ha creado la nación ucraniana”. ¡Menuda tontería! Casi como decir que Hitler creó la nación judía. La nación ucraniana es anterior a todo esto, también a 2014 (Revolución del Maidán). Lo que ha ido cambiando es la forma de la nación en sí. Para la nación política en sí y su carácter, fue clave 1991 y las condiciones en las cuales Ucrania obtuvo su independencia. El concepto de nacional ucraniano o ucraniana por el que se optó fue político abierto: son ciudadanos todos aquellos que nacen en este país, y los que viven aquí tienen también derecho a la ciudadanía. Fue en gran medida consecuencia del replanteamiento en torno a la identidad ucraniana, sobre todo por la generación de disidentes de los años 60 a 80. El sistema no les toleró y fueron a la cárcel o a los campos (de concentración), no muy diferente a los disidentes en Rusia hoy.

Los shestydesiatnyky [los sesenteros], ¿no? Vasyl Stus…

Sí, y especialmente Iván Dziuba, Myjailo Horyn… Antes de la Segunda Guerra Mundial el concepto de qué es ser ucraniano era estrecho, definido por características tangibles –hablar ucraniano o por el origen–. Eso es una definición nacional típicamente del siglo XIX, no muy diferente a las del nacionalismo polaco o húngaro de entonces. Una identificación étnica, es decir. Pero esos disidentes de los que hablo trataron en los campos con judíos, con tártaros ucranianos… La idea de que tenemos que defender no solo a los ucranianos, sino también a los judíos, los tártaros de Crimea, y que somos parte de lo mismo, en gran medida nació ahí, en los campos. La primera oposición organizada al régimen soviético, el Rukh [un movimiento y partido político nacionalista, sobre todo activo en la recta final de la URSS y primeros años de independencia], solía decir que querían que “los judíos en Ucrania vivan mejor que los judíos en Israel”, que los rusos en Ucrania vivan mejor que en Rusia y lo mismo para los polacos y otros. Sonará naif, pero funcionó. El antiguo concepto étnico de identidad ucraniana no desapareció, pero coexistió con el cívico, a veces pacíficamente, a veces con tensiones. Pero hoy no es tan relevante porque en cierta manera toda nación tiene un componente étnico y otro político. Piensa en EEUU: su núcleo fundador, “étnico” si quieres, es en gran medida blanco anglosajón, pero evidentemente el país es hoy mucho más diverso.

Aquí la cuestión sería cuál es el corazón de la nación política ucraniana en la actualidad. ¿Lviv o Donétsk? La respuesta es el centro, Kyiv, porque, como alguno dijo, “Kyiv habla como Donétsk, pero piensa como Lviv”. Es el concepto mágico de la Tercera Ucrania, que es tan geográfico como ideológico. Sin ese cambio de mentalidad no podría explicarse que una figura como Zelensky, judío y rusófono, se convirtiera en presidente. Es una transformación también latente en el este de Ucrania donde cada vez más gente que era rusófona se identifica políticamente como ucraniana. En parte, Putin les empujó en esa dirección.

Estos cambios que mencionas los recogen estudios sociológicos de estos años, cierto. Incluso muchos que podían ser considerados ciudadanos de origen ruso (natsionalnist) se identifican cada vez más como ucranianos. Pienso en amigos míos en Mariúpol, por ejemplo, o el propio Oleg Séntsov. Algo que aún cuesta explicar en Occidente, donde perduran clichés.

Tales cambios se consolidan cada día. Ucrania es un país en continua transformación, cada vez más rápida, y un país extremadamente complejo. No hay una solución simple para nosotros. Mira, hace un mes vine de Odesa. La ciudad estaba oscura por los cortes de electricidad, pero por todos los lados los colores azul y amarillo de la bandera nacional; ondea en una de cada dos casas, y donde no, está pintada en la pared. Adam Michnik dijo que la orientación europea de Ucrania no vendrá definida por Lviv ni Kyiv, sino por Járkov y Odesa. Ese es el empuje final y hubiera pasado en cualquier caso. Solo que la guerra acelera cambios que, si en tiempos de paz requerirían años o incluso décadas, en guerra, meses. 

En Occidente no hemos vivido nada así en nuestra historia reciente. España, Francia, Italia… somos viejos Estados-nación sorteando como podemos las tormentas de nuestro tiempo. Pero esta Ucrania es como coger elementos de la formación de Estados-nación del siglo XIX, con la postmodernidad del XXI, y a la vez enfrentándose a una nueva manifestación del Mal del siglo XX, ¿no?

¡Habéis tenido suerte! Vuestra identidad está grabada en piedra, aquí es flexible: una caja abierta. Vivimos en crisis constante, los últimos, no sé, cuarenta o cincuenta años, aunque son crisis bastante creativas. Tomemos esta metáfora: Ucrania ha sido el corazón de la oscuridad por los últimos cien años, desde el comienzo de la Primera Guerra Mundial. Un campo de batalla principal y todavía lo somos, es una región importante a nivel geopolítico.

Pasemos a hablar de memoria. Quiero abordar la lucha por la independencia ucraniana en plena guerra civil rusa y lo que se conoce como el periodo de estatalidad (1917-1921). En Occidente muchos hablan solo de Stepán Bandera, la OUN (Organización de Nacionalistas Ucranianos) o la UPA (Ejército Insurgente Ucraniano), pero pocos conocen ese periodo anterior y es tan fascinante: la UNR (República Popular Ucraniana), la ZUNR (República Popular de Ucrania Occidental) en el Oeste, Hrushchevsky y otros líderes…¿Cuál cree que es el legado de ese periodo, más allá de la simbología?

Ese símbolo (el efímero periodo de independencia al final de la Primera Guerra Mundial) no existía hace 30 años. Yo era un estudiante del departamento de historia en la Universidad y no tenía casi ni idea de la UNR o la ZUNR, ni tampoco del Holocausto. ¿Te lo puedes creer? Sabía que los nazis habían matado a judíos, pero no por qué razón. Imperaba la visión soviética simplificadora de la Historia, y como otros soviéticos, no sabía nada de todo eso. Tuve que enterarme por lo que diríamos “libros alternativos” de entonces.

De niños, ¿qué estudiaban en Historia? ¿La “Gran Guerra Patriótica”?

Estudiábamos la versión soviética de la historia rusa. Tenía por tanto muy poco de historia ucraniana, kazaja, etc. Cuando me gradué fui consciente de que era “ignoramus”, aunque lo hacía en una de las mejores universidades, Lviv. Ucrania, como otras repúblicas soviéticas entonces, estuvo sujeta a una amnesia total desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Pero los dirigentes soviéticos pensaban que Ucrania era un caso extremo porque lo que estaba en juego era la idea de la nación soviética y ésta debía ante todo tener un núcleo ruso, pero que debía extenderse a ucranios y bielorrusos. Para ello era preciso impulsar una unión en identidad de ucranianos y rusos para que se convirtieran en “el pueblo soviético”, siempre bajo la premisa de la rusificación lingüística y la negación de la independencia ucraniana. Una metáfora habitual consiste en describir la historia ucraniana de entonces como un museo vacío, con muchos pedestales pero sin figuras ni leyendas explicativas. Myjailo Hrushchevsky, que mencionas, creí saber algo de él, que era “mala persona, un nacionalista”, etc., pero no quién era realmente. Un día, en el tercer o cuarto curso, conocí a un disidente que había vuelto del gulag y que vivía en una ciudad cercana, así que fui a visitarle. Me dio una fotocopia, hecha con Zerox, de un libro de Hrushchevsky sobre nuestra historia. Fue la primera vez que leí algo sobre historia ucraniana y me di cuenta de lo que significaba. ¿Qué año? 1980, un año antes de mi graduación. Y eso que Hrushchevsky fue también un académico soviético. ¿(Symón) Petliura? Claro, sabía de él por dos razones: la obra La guardia blanca, de Bulgákov, donde se le representa muy negativamente, y por una película de Yuri Smolych, donde se representa a los líderes de la UNR de manera caricaturizada. Desconocía los pogromos en esa etapa pues no se hablaba de los pogromos ni de antisemitismo. No sabía nada de la alianza Petliura-(Josef)Pilsudski, ni de la ZURN. Como crecí en un pueblo, escuchaba muchas historias familiares, pero no todas: los adultos no querían meterme en problemas si llegara a contar la historia a alguien más. Bajo Gorbachov empieza un cierto renacer de estas historias, había sed por saber más de todo eso.

Las historias sobre las deportaciones de Polonia, por ejemplo, se retransmitían de manera oral, se contaban discretamente porque “las paredes tenían oídos”.

Exacto. Junto a las historias ideológicas, por así decirlo, estaban las familiares. Mira, uno de los desarrollos más fascinantes, paradójicos incluso, fue lo rápido que Ucrania respondió positivamente a la idea del Holodomor [hambrunas soviéticas] como genocidio. El entonces presidente Víktor Yushchenko presionó por esta legislación y hubo temor a que no fuera aceptada por parte del país. ¡Para nada! Se aceptó inmediatamente, sobre todo en el este y el sur. ¿Por qué? Por esas historias familiares, porque lo recordaban. Un ex asesor de Gorbachov, originario de Odesa, que aunque no era partidario de la independencia de Ucrania, sí lo fue del reconocimiento del Holodomor, contaba cómo en su familia se hablaba de las hambrunas. Otra de las diferencias entre Rusia y Ucrania hoy es la memoria en torno a Stalin: si para muchos rusos, revivió el orgullo patrio, industrializó el país, etc., para los ucranianos fue un dictador, un terrorista opresor responsable de muchos crímenes, no solo el Holodomor. Otra razón de esa amnesia de que hablo y en la que vivimos hasta el fin de la URSS, era el trauma para los ucranianos que sobrevivieron la guerra y la fase posterior. Este país, a diferencia de Rusia, fue campo de batalla principal, quedó totalmente arruinado.

Muy pocos occidentales saben que de hecho poco más del 5% de Rusia fue ocupada por los nazis, que devastaron completamente Ucrania y Bielorrusia.

Cierto. Una de las manifestaciones de este trauma ucraniano era la ambivalencia, es decir: tienes que decir sí y no simultáneamente, tienes que quedarte al margen, ser paciente y esperar. Fue una actitud típica en la generación que sobrevivió a la guerra y las represiones soviéticas. La propaganda soviética intentó borrar la memoria nacional, y en gran parte lo consiguió, pero se mantuvo esa ambivalencia y ese poso a través de las historias familiares. Los podemos llamar valores de supervivencia: no saques mucho la cabeza porque te la pueden cortar. Tenías que ser listo y sagaz. Es también por eso que muchos ucranianos aceptaron la independencia tras el colapso de todas esas mentiras con la caída de la URSS. Muchos votaron por la independencia y a la vez sentían nostalgia por ese sistema. Esa ambivalencia entre una parte significativa de la población se mantiene hasta aproximadamente la Revolución Naranja (2004). Los principales cambios llegaron con la generación actual que nació en los 80 y 90: una generación sin memoria de la URSS ni vínculos afectivos con Rusia ni su historia, y para la cual Ucrania es ya una realidad diaria. Sus años formativos son los primeros años de la democracia y de cierto bienestar económico, hasta la Revolución Naranja. No tienen esos valores de supervivencia heredados del periodo anterior: quieren expresarse libremente y decir lo que piensan. Es la base de una transformación política, aunque sus signos no siempre sean visibles a primera vista (algunos sociólogos hablan de “revolución silenciosa” como paso previo a la revolución política). Así, lo que tenemos ahora es en gran medida resultado de un cambio generacional, del que Zelensky forma parte: judío, rusófono, no llega a 45 años, mientras que Putin es un septuagenario.

Usted fue crítico con las llamadas “leyes de la memoria” de 2015 y el proceso denominado de “descomunización”.

Estoy cansado de la memoria histórica. Como historiador no me gusta el concepto. Historia y memoria histórica son dos conceptos diferentes. Malentender la historia, tener una visión distorsionada de la historia es casi una precondición de ser nación. Lo siguiente es crear “historia útil”, por así decirlo. Uno de los ejemplos más divertidos es el caso austriaco: lograron persuadir al resto de que Mozart fue básicamente austriaco y Hitler alemán, y que fueron las primeras víctimas del nazismo. Entiendo por qué las naciones crean estos mitos. El mito de Bandera es sin duda uno de los más controvertidos e ilustra esta idea de los mitos de la que hablo, pues el Bandera real y el del mito son totalmente diferentes. Nadie conoce ya al Bandera real. Yo sí he tratado con gente que lo conoció bien. Hace poco se publicaron las memorias de una de las miembros más activas de la OUN, Irena Kozak, que fue mensajera entre Román Shukhevych [otro líder de la OUN y la UPA] y Bandera. Kozak conocía a Bandera muy bien y su testimonio confirma que no merece ningún tipo de reconocimiento. ¡Ahí tienes una banderivka que detestaba a Bandera!

Timothy Snyder siempre ha sido muy claro en eso: fue un fascista. 

Estoy pensando en otro ejemplo ilustrativo de lo que quiero decir sobre mitos nacionales. Probablemente hayas visto la foto reciente del general Zaluzhny con una imagen de Bandera detrás. ¿Has visto la cita de abajo? “Si alguien, entre pan y libertad, elige pan, no tendrá ni pan ni libertad”. Pone Bandera, pero la cita original es de Jefferson. Otra cita, “no hay nada más poderoso que una idea a la que le llega su tiempo”, no es tampoco de él, sino de Víctor Hugo. Pero todo eso hace que desde la nueva invasión, este mito de Bandera tenga por primera vez connotaciones positivas para muchos ucranianos, pues se le asocia únicamente a la resistencia épica contra Rusia. Al contrario que en Polonia, donde se le hace responsable de (las matanzas de polacos en) Volin. Antes de febrero 2022, Bandera era una de las figuras más controvertidas en Ucrania. Ahora sirve como otro símbolo de resistencia, no por su xenofobia ni legado real. Similar al cosaco Bohdán Jmelnytski [siglo XVII]. A veces la diferencia entre un bandido y un héroe es una delgada línea. Pero el riesgo de insistir en todo esto de la memoria histórica es abrir una nueva guerra ideológica cuando ahora tenemos una muy real. Eso debería ser para el periodo posterior.

Bueno, en España, casi 50 años desde la muerte de Franco y más de 80 años tras el final de la Guerra Civil, no parece que terminemos de encontrar el equilibrio ni consenso interno sobre nuestro pasado reciente. ¿Quizás es lo normal y no haya una “buena” política de memoria?

Quizás España es un ejemplo de lo que yo reivindico. Es decir, primero restaurar el país, construir instituciones, y luego ya quizá hablar de la memoria histórica. El principal problema de Ucrania no es la memoria histórica o la lengua, sino construir instituciones adecuadas y justas para que el país funcione. Centrémonos en los problemas reales de nuestra sociedad. Para el futuro de Ucrania, y ya lo pensaba antes de esta nueva guerra, es más importante la reforma judicial que la memoria histórica. Eso es algo que muchos en Occidente no entienden, solo prestan atención al mito de Bandera. Fíjate, ¡uno de cada dos periodistas que vienen aquí, empiezan la conversación preguntándome por él! Yo les intento explicar que no es el problema, sino un problema más bien menor.

Hablemos del futuro. ¿Cómo va a cambiar el país con la guerra? Aunque todo depende de cómo termine. 

Yo veo varios escenarios para Ucrania, desde el peor hasta otros mejores. El peor: eliminar a Ucrania del mapa, que es lo que quería y quiere Putin. Ese escenario, creo, se puede excluir porque la resistencia ucraniana lo hace irrealista.

Y también gracias al apoyo occidental…

Sí, es cierto. Otros intentos de independencia de nuestro país fracasaron por la falta de suficiente apoyo internacional, durante la Primera y la Segunda Guerra Mundial. Si Alemania hubiera ganado en 1918, Ucrania hubiera existido como Estado soberano desde entonces. Pero no fue así y los poderes de la Entente no quisieron reconocer la identidad ucraniana. Hoy es diferente y por primera vez en nuestra historia, Ucrania tiene apoyo de Occidente. La intensidad de este apoyo, especialmente este año, también definirá el futuro político de nuestro país. Un amigo mío ruso-israelí, Leonid Nebzlin, cercano a Jodorkovski, con conexiones con el Kremlin y que ha huido a Israel, odia a Putin con cada fibra de su ser. Me contó el otro día “el chiste ruso más corto”: el futuro de Rusia. En Ucrania tenemos una variedad de escenarios delante, algunos son malos, otros regulares y alguno mejor, pero no hay ningún escenario bueno para Rusia. Evidentemente unos y otros están relacionados. El mejor escenario es que Ucrania gana, aunque no sepamos hasta qué punto, hay paz y el país, con presión occidental, se transforma con reformas, quizás con una especie de Plan Marshall. Este país podría ser un nuevo Singapur o una nueva Corea del Sur en Europa. ¡Por fin podríamos dar ese gran paso adelante! Tú aún eres joven para recordar esto, pero cuando la URSS estaba a punto de colapsar, Deutsche Bank hizo un estudio sobre el futuro de las distintas repúblicas soviéticas. En sus previsiones, Ucrania lideraría el grupo pues tenía las mejores oportunidades, incluso más que los bálticos. Varias décadas después, estas previsiones no se cumplieron porque Ucrania nunca se embarcó en un proceso de reformas reales. Pienso que la prognosis de Deutsche Bank es aún válida, pero con esa condición.

Evidentemente, en ese mejor escenario Ucrania entra en la UE y en la OTAN, en 10 o 20 años (espero aún verlo) y se convierte en un país estable y desarrollado económicamente. Tenemos una oportunidad. Mis amigos polacos, cuando me frustro por la falta de reformas o su retroceso, me dicen que me lo tome con calma, que “en 20 años Ucrania estará mejor que Polonia”. Después de la guerra, claro, habrá muchos desafíos y para mí uno central es que, aunque haya victoria, no haya reformas drásticas e incluso habría una posibilidad de cierto autoritarismo también, según cómo sea la situación, aunque no como el de Yanukóvich o Lukashenko. Por eso es importante que nuevos partidos políticos entren en el sistema, formados por voluntarios y gente que sirvió en el frente, de cara a realizar un proyecto político sólido. No necesariamente que luchen contra Zelensky, pero que equilibren el sistema.

¿Cuál cree que será el legado de Zelensky? ¿Se quedaría después de la guerra? Recientemente ha dicho que lo que le gustaría es tomar una cerveza junto al mar Negro.

Hrytsak. Su vida será muy dura. Todo el mundo lo reconocerá, como los Beatles, como Paul McCartney o John Lennon. Se lo merece, claro, aunque no le envidio. No tendrá vida privada. Le pasará un poco como el efecto Churchill. Si Churchill hubiera muerto antes de la guerra, nadie le recordaría. Incluso cuando perdió y dejó el poder, no importó tanto porque Gran Bretaña ya era una democracia consolidada. El principal problema nuestro es la sostenibilidad, pero eso también vendrá condicionado por la situación global. Debo decir que soy moderadamente optimista.

Hemos hablado mucho de memoria, pero no tanto de reconciliación. Aunque imperfecta, la de Polonia-Ucrania es una de las más desconocidas y fascinantes, a pesar del legado de la primera mitad del siglo XX.

¡Es un milagro! En su día hubo más sangre entre Polonia y Ucrania que entre estos países y Rusia. Pero ya ves, ha habido reconciliación de ucranianos con judíos, tártaros y polacos. Sabes quién falta en esa lista.

+ posts

Borja Lasheras es Senior Fellow del Center for European Policy Analysis (CEPA).


    ×

    Selecciona el país o región donde quieres recibir tu revista: