Foto: Prensa presidencial

La gran mentira en Venezuela

Maduro no ganó. Desnudar ese engaño permitiría desarmar la farsa electoral y la gran mentira sobre la que se asienta.
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Con imaginación de merolico ignorante vestido de clérigo pero sin formación teológica, Nicolás Maduro habla sobre demonios y demonias, fascistas, gente fea y desestabilizadores a los que el pueblo de Cristo resiste votando en Venezuela por el chavismo. No estoy exagerando con adjetivos burlones las ideas del dictador. Todas estas expresiones están en su discurso de la noche de la elección, cuando dijo que él era Nicolás Maduro, presidente de Venezuela y que pertenecía al pueblo “que había nacido de la luz del libertador”.

Los productos del cerebro tosco de Maduro no merecen más atención que la de enumerarlos como síntoma del enorme, monumental engaño que han montado los defraudadores. Es falso que Maduro haya ganado una elección, pero la gran mentira no es esa. El engaño viene de lejos y se bifurca, se endulza, se refuerza y se regodea en la ignorancia, la necesidad, la esperanza y la credulidad de sus seguidores y sus opositores.

Venezuela no tiene un gobierno democrático. Por ahí tendríamos que empezar: las libertades son restringidas, el gobierno controla la información y los opositores son acosados, encarcelados e inhabilitados para competir. Venezuela no tiene un gobierno democrático pero es justamente en el reverso de esa afirmación donde Nicolás Maduro y sus cómplices han anudado la gran mentira que desembocó en la más reciente distorsión electoral.

Maduro afirma que la mayoría de venezolanos dicta el rumbo de las autoridades en el marco de una auténtica voluntad popular manifestada en las acciones de gobierno. En Venezuela, por lo tanto, se vive la democracia popular. De esa gran falsedad cuelga todas sus acciones, sus otros datos y su paranoia. Además, es esa primera gran mentira la que ayuda a que otros presidentes respalden sin ruborizarse las acciones de un dictador que ahora quiere sumar a la gran mentira un nuevo engaño. El barroco venezolano. 

Comienzo con la vergonzosa credulidad, fingida o real, del presidente mexicano. Andrés Manuel López Obrador da como buena la idea de que en Venezuela hay un gobierno democrático y que, por lo tanto, hay que esperar a que sus instituciones legítimas y ancladas en la legalidad, digan la última palabra. Es curiosa la confianza que tiene el presidente en las instituciones ajenas, pero no es relevante si su credulidad es real o inventada. Lo importante es que la usa como excusa para pedir a la comunidad internacional que se abstenga de opinar sobre la renovada legitimidad de un dictador y con ello abona a que otros políticos, militantes o crédulos sostengan la mentira.

Ignoro si la comunidad internacional dio como buena la idea de que en Venezuela habría elecciones reales, pero el hecho es que envió observadores y se atrevió a emitir comunicados cuestionando el contexto previo y el modelo de comunicación electoral del país latinoamericano. A ellos les dijeron que habría elecciones; ahora quieren las pruebas de ello, y eso no es cosa menor.

Ignoro si los opositores dieron como buena la idea de que una votación apabullante rebasaría los mecanismos autoritarios del régimen, pero el hecho es que participaron y buscaron mecanismos paralelos de vigilancia electoral. Ahora quieren usarlos como pruebas ante la falta de pruebas, y eso no es cosa menor.

Los electores aceptaron la posibilidad de renovar autoridades a través de las elecciones. Eso no es, de ninguna manera, un dato menor.

Pero en Venezuela no hay democracia. Ni elecciones reales. Ni competencia efectiva. Ni árbitro electoral. Lo que hay es una perversa ficción previa, esta que yo llamo la gran mentira y que resumida dice así:

Hugo Chávez cuidó bien al pueblo y le heredó esa responsabilidad a Nicolás Maduro. Cuidar bien al pueblo significa protegerlo de los fascistas, del imperialismo y del capitalismo. Hay agentes nocivos, dentro y fuera, que quieren dañar al pueblo. Venezuela es próspera y libre. El gobierno es pacífico y legítimo. Hay pluralidad política y elecciones libres. La mayoría de venezolanos quiere seguir por el mismo rumbo.

El problema es que sobre esa mentira hicieron elecciones. Fueron una farsa, pero abrieron la puerta. Hoy se sabe que no existen ni los votos ni las actas que demuestren el triunfo de Maduro. La victoria se sostiene solo en las declaraciones de una rueda de prensa de los integrantes del Consejo Nacional Electoral. Maduro no ganó y desnudar ese engaño es la oportunidad para desarmar no solo la farsa electoral sino, sobre todo, la gran mentira. ~

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es politóloga y analista.


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