La transformación se viste de Prada

Tal vez el problema no es que ahora coman pato: el problema es que nadie sabe si se trata de una desviación o si esta era la meta.
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Prometieron humildad y terminaron en primera clase. Pero no es el costo del boleto a Ibiza ni el bacalhau à Brás en Lisboa lo que más ruido hace, sino el gesto: los morenistas que gustan del lujo. En los últimos meses, los viajes, los gastos y los relojes de algunos políticos de Morena han hecho más ruido que muchas decisiones de gobierno. Tanto, que incluso el partido decidió establecer lineamientos para que los militantes no comieran en restaurantes caros para no contradecir el discurso. Claramente, eso no bastó. Tampoco han entendido que en tiempos de celulares y redes, siempre hay alguien que toma foto y luego averigua cuántos miles cuesta la noche de hotel en el que se vio al hijo del líder moral, qué modelo exacto es el reloj que luce un funcionario de aduanas, quién anda en Ibiza, quién se subió a un avión privado, quién viaja en primera, cuántos invitados fueron a una boda o qué marcas de diseñador visten la gobernadora del sureste y los legisladores chilangos. El escándalo es viral y el gesto, aparentemente, imperdonable. Me pregunto qué tan imperdonable.

El consumo de lujo es un elemento de distinción. No es solo que haya gente con mucho dinero y quiera sacudírselo pagando más de un millón de pesos por un reloj o eligiendo el hotel más caro de Tokio. El consumo ostentoso siempre ha sido un mensaje. Pierre Bourdieu, en su libro La distinción, de 1979, dejó para la posteridad una buena explicación sobre el consumo conspicuo como herramienta de las clases dominantes (en ascenso o de dinero viejo) para marcar una jerarquía simbólica. Vestir Prada y vacacionar en lugares exclusivos no es el gasto de alguien que puede: es una manera de decirle a la élite que se pertenece a su clase y de decirle a los demás que no son iguales.

El mensaje ya es insultante por sí mismo, pero les recuerdo que vivimos en un régimen autoritario y populista –muy populista– y los populismos tienden a sacralizar la cercanía con el pueblo. No se limitan a representar a los de abajo: son los de abajo. Por eso el próximo presidente de la Suprema Corte quiere vestir indumentaria indígena en lugar de toga y por eso el lujo en los morenistas es un error de vestuario. No encaja con la puesta en escena que han montado para el país, y lamentablemente, tampoco les otorga la distinción que deriva en prestigio, reflejo de éxito y, con eso, la primitiva jerarquía de mando.

El escándalo del lujo les pega a los morenistas por partida doble, pues por un lado se alejan del pueblo que dicen ser y por otro, son criticados por grupos sociales que conocen esos restaurantes, esos relojes, esos asientos de primera clase y esas playas y no aceptan a los nuevos ricos aunque estén en el poder. Hay ahí un golpe clasista: critican que coman pato para recordarles su origen.

Pero el consumo de lujo puede verse también como una coronación. ¿Incongruente? Sí, pero eso no es relevante. La transformación de Morena consistió en desplazar a las élites tradicionales, no en eliminar la dominación de las élites. Sus cuadros adoptan los gestos del privilegio como una conquista y aquí me detengo para hacerme la pregunta: ¿de verdad los seguidores ven en los López a unos traidores que se volvieron élite? Lo ignoro. Lo que para sus opositores es un escándalo, para sus seguidores bien puede ser la prueba de que llegaron, de que ahora les toca.

Es cierto que predicar con la humildad e instalarse en una suite de cinco cifras, aunque sea con dinero legítimo, hace que el mensaje se tambalee, pero dudo mucho que se rompa. La ostentación material rara vez tumba gobiernos y a veces ni siquiera altera las encuestas. Lo que sí hace es funcionar como espejo: revela qué códigos compartimos, qué hipocresías toleramos y qué tipo de virtud esperamos de quienes nos gobiernan. El lujo –y el tipo de lujo– no solo revela hipocresías. Señala a quién se permite desear, quién puede exhibirse y quién no. En un régimen que prometió cambiarlo todo, tal vez el problema no es que ahora coman pato. El problema es que nadie sabe si se desviaron o esta era la meta. ~


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