Ilustración: LL / dall-e

Rinocerontes y partidos

Al sumarse los partidos al juego de la sucesión adelantada del régimen obradorista, optaron por convertirse en los rinocerontes de una obra emblemática del teatro del absurdo.
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Imagino rinocerontes atravesando el tablero político mexicano al ver que tres partidos políticos se suman al juego de la ilegal sucesión adelantada obradorista. Los visualizo destruyendo casillas a su paso, desoyendo reglas y compitiendo a fuerza de bramidos. Lo sé, no tiene sentido, pero lo va a tener ahora que desarrolle la idea y explique que la culpa de esta visión absurda es de Eugene Ionesco y su pieza El rinoceronte.

Todo comienza, en la obra del escritor francés, con un rinoceronte que interrumpe al galope una escena cotidiana de esquina en una pequeña ciudad. Pasa una vez y después de un rato atraviesa nuevamente en sentido contrario. El pasmo de los personajes es hilarante. Un matrimonio de tenderos, un par de burócratas, dos empleadas, un patrón, un señor mayor y algo parecido a un intelectual se estremecen por el pesado traslado del paquidermo y discuten sobre lo que les parece relevante: ¿tenía un cuerno o tenía dos? ¿Era uno solo el que fue y vino o eran dos animales distintos? Si tenía un cuerno, era asiático. Si tenía dos, era africano. Si las dos veces había pasado con dos cuernos, ¿era el mismo o no necesariamente? ¿Podía ser un africano que hubiese perdido un cuerno? Tan acalorada es la discusión sobre estos importantísimos asuntos, que los dos burócratas terminan por enfadarse seriamente y se agrieta su amistad. Eso sí, apenas les llama la atención que un animal de otro continente rompiera el silencio de un lugar que ni zoológico tiene.

La cosa se va complicando: ¡aparecen más! ¡Los hay por todas partes! Los bomberos no se dan abasto y la gente corre a guarecerse. ¿De dónde sale tanto animal? Pues de dónde va a ser: del pueblo mismo. Resulta que son los habitantes quienes se están convirtiendo en bestias de piel gruesa, abandonando su vida humana y levantando polvo por toda la zona, porque además no se están quietos. Braman y van de un lado a otro. 

La transformación no se explica con claridad, pero cuando el proceso comienza (como una gripa) es notoria la simpatía de los afectados. El color, el corno nasal y los movimientos comienzan a ser vistos con admiración y envidia. Ser un bípedo con cerebro no es tan atractivo como formar parte de la creciente e inusual manada.

¡Ya quisiera tener yo la belleza de esa silueta! ¡Ya quisiéramos los humanos cantar con tanta dulzura! ¡Qué encanto de piel rugosa! ¡Qué delicada cadencia al desplazarse! Frases más o menos así forman parte de un diálogo entre el par de burócratas cuya amistad se había fisurado. Al final, toda la ciudad se entrega a la rinocerantía, menos uno de estos burócratas, el personaje terco que insiste en que el humano es un ser racional y que la civilización tiene su chiste. 

Esta obra, representativa del teatro del absurdo, es considerada una crítica al totalitarismo, a la pérdida de la individualidad, al abrazo irracional a lo colectivo. Los rinocerontes representan, para Ionesco, la brutalidad conformista –y antes de que brinquen los amantes de los animales, hay que considerar que esto se estrenó en 1959, cuando no había defensores de la personalidad de los paquidermos ni censores de analogías.

No crean que el personaje rebelde no tiene sus momentos de duda. Los tiene: le da miedo percatarse de su progresivo aislamiento y se da permiso para preguntarse si su verdad es la buena. Por un momento, considera salir a contagiarse de bestialidad. Resiste, pero tampoco es que gane porque (¡spoiler alert!) se queda solo. La cortina se cierra y cubre a un humano, sí, pero inadaptado.

Cuando veo a los partidos políticos, al PRI, al PAN y al PRD, sumarse a la locura de la sucesión adelantada del régimen obradorista veo rinocerontes. Entiendo que no ganan nada viendo pasar a la potente manada de Morena ocupando todos los espacios del tablero y comprendo que, contra las normas, desplieguen estrategias útiles de sobrevivencia. El Frente Amplio Opositor y las maniobras diseñadas para darle vida a un candidato los mantiene a flote, los salva, les da oportunidad de pertenecer al tablero. ¿Qué otra cosa podían hacer? ¿Podrían haber privilegiado la convivencia democrática de largo plazo a costa de dejarle el camino libre a un régimen iliberal? No lo sé, no lo sé. Sólo sé que optaron por convertirse en rinocerontes. ~

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es politóloga y analista.


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