El proceso de impeachment que puso fin al gobierno de Dilma Rousseff tuvo como uno de sus actos centrales la votación en la Cámara de Diputados brasileña el 17 de abril de 2016, en la que los legisladores debían decidir si daban curso al trámite de remoción y remitían el expediente al Senado para que se llevara adelante la investigación. Transmitida en vivo y en directo a todo el país, las reglas de la votación determinaron que cada representante debiera expresar públicamente su voto a favor o en contra. El discurso de un diputado llamó particularmente la atención y detonó reacciones inmediatas. Para fundamentar su apoyo al impeachment declaró que este era un voto “contra el comunismo, por nuestra libertad, contra el Foro de San Pablo, por la memoria de Carlos Alberto Brilhante Ustra, el mayor temor de Dilma Rousseff”. Acto seguido dedico su decisión a las Fuerzas Armadas, a Brasil y “a Dios por encima de todo”. La persona a quien mencionó el diputado fue ni más ni menos que uno de los militares que formaron parte del gobierno autoritario que tuvo el control en Brasil entre 1964 y 1985 y dirigió uno de los centros de tortura por los que pasaron diferentes presos políticos de esos años, entre quienes en su momento se encontró la propia Dilma. El nombre del diputado es Jair Bolsonaro, representante del estado de Rio de Janeiro por el Partido Social Cristiano (PSC), con raíces evangélicas y que ha crecido de manera constante durante los últimos años.
Lo anterior no sería más que una anécdota si no fuera porque Bolsonaro competirá como candidato en las próximas elecciones presidenciales en octubre próximo y, según diversas encuestas, tendría posibilidad de ser uno de los dos que acceda a la segunda vuelta. Varios medios ya se refieren incluso a Bolsonaro como el “Trump brasileño” por el carácter ofensivo de la mayoría de sus declaraciones y su apego constante a la incorrección política. Sus manifestaciones públicas suelen estar cargadas de racismo, misoginia, homofobia y autoritarimo. Al igual que el magnate norteamericano, Bolsonaro hace también uso recurrente de las redes sociales para expresar sus polémicas posturas.
Aunque una potencial presidencia de Bolsonaro parece aún remota, es importante analizar su trayectoria y mediana popularidad para entender algunas transformaciones significativas que han tenido lugar en la política brasilera desde inicios del siglo XXI.
Antes de iniciar su carrera política, Bolsonaro fue capitán del ejército y desde entonces un acérrimo defensor de la última dictadura militar que gobernó Brasil. La llegada de la democracia a fines de los ochenta lo llevó sin embargo a incursionar en la competencia política siendo primero electo como concejal en la Ciudad de Río de Janeiro en 1988 y luego como diputado federal en 1990, siendo luego reelecto en varias oportunidades. Desde entonces Bolsonaro ha formado parte de ocho partidos diferentes, algo de ninguna manera inusual en la política brasileña. La campaña por su última reelección (en 2014) lo encontró formando parte del Partido Progresista (que de tal sólo tiene el nombre), al que sin embargo ya abandonó para pasarse el PSC. A pesar de estos cambios de etiqueta partidaria Bolsonaro ha mantenido un discurso sustentado en los mismos pilares: mano dura contra la inseguridad, valores cristianos y exaltación de la familia, y oposición acérrima a todo lo que pueda ser considerado como posturas liberales en lo social. Lo anterior le ha permitido cultivar una base electoral sólida en su estado, lo que ha llevado a que en las elecciones de 2014 fuese el diputado por Río de Janeiro electo con una mayor cantidad de votos. Los últimos estudios de la prestigiosa encuestadora Datafolha muestran que en caso de que Lula fuese candidato en las presidenciales (algo puesto en duda por la justicia) Bolsonaro se ubicaría en un segundo lugar con alrededor del 18% de los votos. En caso de que lo primero no sucediese, Bolsonaro sube al primer lugar con 20%. En ambos escenarios disputaría la segunda vuelta.
El resto de Brasil, sin embargo, mira a Bolsonaro con estupor, temiendo que, como en el caso de Estados Unidos, una extraña coincidencia de eventos lleve a que termine despachando en el palacio presidencia de Planalto.
Más allá de que es improbable que esto último suceda, tres dinámicas que han afectado la vida política brasileña permiten entender como un personaje de este tipo haya llegado a concitar adhesiones en ciertos sectores de la población.
En primer lugar, durante la última década y media el nivel de polarización política e ideológica se ha profundizado de manera creciente. Aún estando lejos de ser revolucionarios, los gobiernos del Partido de los Trabajadores (2003-2016) de tendencia de centro-izquierda generaron una furibunda reacción de la derecha, que comenzó a ganar adeptos cuando desde 2014 la economía dejó de crecer, la inflación se aceleró y la justicia y los medios comenzaron a sacar a luz diferentes escándalos de corrupción que involucraban a funcionarios relevantes. Este contexto hizo renacer en Brasil posturas que muchos creían muertas y enterradas desde la transición democrática y el fin de la guerra fría. Las acusaciones a Lula y a Dilma de comunistas y las reivindicaciones a la dictadura hechas por Bolsonaro son un espejo de las consignas vistas en pancartas y carteles durante las manifestaciones a favor del impeachment. Por ejemplo, en encuestas realizadas por un equipo de la Universidad de San Pablo durante estas marchas, un 39% de los entrevistados se mostraba a favor de una intervención militar para sacar a Dilma del poder. [1]
En segundo lugar, la religión ha experimentado una importante revitalización durante las últimas décadas en el país de la mano de las iglesias evangélica. Con el tiempo, esto ha comenzado a permear en la vida política y el voto religioso ha adquirido una importancia central en la dinámica electoral. Las congregaciones evangélicas apoyan candidatos, financian campañas y tienen sus representantes en el Congreso (no en vano se ha comenzado a identificar a un grupo de diputados como la “bancada de la Biblia”). En este marco, se ha generado un terreno fértil para mensajes conservadores como el de Bolsonaro, abiertamente en contra del matrimonio igualitario (y de los homosexuales en general), el aborto y la legalización de la marihuana.
Por último, la violencia y la inseguridad que históricamente han azotado algunas regiones de Brasil se ha potenciado en las últimas décadas con el avance del narcotráfico. Esto ha llevado a que, por ejemplo, de las cincuenta ciudades con tasas de homicidios más alta del mundo, 21 se ubiquen en dicho país. En este contexto, un discurso de mano dura como el de Bolsonaro, quien por ejemplo se ha declarado a favor de la pena de muerte, encuentra eco en sectores de la población que no pueden comprar su propia seguridad privada.
Lo anterior revela que más allá de su suerte en la siguiente elección, la popularidad de Bolsonaro simplemente puede ser la punta del iceberg de cambios más profundos que afecten el futuro político de Brasil.
[1] Para un análisis más profundo de estas dinámicas, ver Zaramberg, Gisela (2017) “Mi meme te odia: redes sociales y giro a la derecha en Brasil” en Mario Torrico (ed) ¿Fin del giro a la derecha en América Latina? Gobiernos y políticas públicas. Ciudad de México: Flacso.
Profesor-Investigador del Centro de Estudios Internacionales de El Colegio de México y Director de la revista “Foro Internacional”