La Gran Familia y el telescopio del gobernador

Rosa Verduzco es –o era hasta hace poco– una mujer optimista, de risa fácil y modos imperiosos, que creía en la perfectibilidad de los seres humanos.
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Sin proponérselo, el gobernador Salvador Jara de Michoacán, que apoyó el aparatoso operativo que allanó las instalaciones de la Gran Familia, encontró la metáfora perfecta para definir la operación. Criticó a quienes firmamos una carta de apoyo a Rosa Verduzco acusándonos de ceguera voluntaria. “Me recuerdan –afirmó– a Galileo cuando le mostraba a sus contemporáneos el telescopio y éstos se negaban a ver lo que ahí se revelaba”.

El gobernador perdió de vista que el telescopio es un maravilloso aparato pare ver el firmamento, no la realidad social. Un instrumento que enfoca el detalle y lo magnifica. Exactamente lo que han hecho los que llevaron a cabo el operativo que defiende Jara y la campaña de linchamiento mediático de Rosa Verduzco: la PGR,  el DIF y una o dos socialités disfrazadas de trabajadoras sociales, que han vivido sus quince minutos de fama destruyendo la reputación de Rosa Verduzco.

Con el telescopio del gobernador en la mano, los medios se enfocaron en la basura, las paredes grafiteadas, los barrotes y un supuesto cuarto de castigos. Dejaron convenientemente de lado los salones de clase de la primaria, secundaria y prepa que alberga La Gran Familia, los talleres de oficios –como plomería– que enseñaban a los que no tenían vocación universitaria, y la escuela de música que formó orquestas, bandas y coros que ganaron tantos trofeos que llenaban toda una pared: “el muro del triunfo”.

Varios de los que firmamos la carta de apoyo a Rosa, no usamos nunca telescopio: vimos con nuestros ojos –y en mi caso, en los días pasados, con otros ojos que son también míos– las dos caras de la Gran Familia. La basura, los baños sucios, los cuartos deteriorados y el hacinamiento inaceptable. Y, después del operativo, denunciamos los delitos que pudieran haber cometido los colaboradores de Rosa Verduzco y pedimos que se les juzgue y se les castigue conforme a la ley si resultan culpables. Pero entendimos siempre que el objetivo de Rosa era, antes que nada, sacar de la miseria a los niños que poblaban su casa. Y para ella, el camino era invirtiendo los recursos siempre escasos que tenía a la mano en educación, no en sirvientes que limpiaran cocinas y baños. Optó por formar “gana panes”. Y durante muchos años, lo consiguió. Educó a miles que han construido familias armónicas como las que no tuvieron y una vida digna.

Rosa Verduzco es –o era, hasta hace poco– una mujer optimista, de risa fácil y modos imperiosos, que creía en la perfectibilidad de los seres humanos. Para ella, no había nadie que no pudiera aprender y regenerarse. Hasta que Michoacán, un estado en vías de extinción, la engulló. El desgobierno, la descomposición social, la violencia, la droga, e instituciones como el DIF, que mandaban niños a su casa y hoy la condenan, convirtieron a su familia de huérfanos y desamparados en una correccional.

Su gran error fue recibir a todos los que llegaban día con día, incluyendo sociópatas, ladrones y asesinos, que la rebasaron e impusieron la ley del más fuerte en su Gran Familia. Tuvo que poner barrotes para evitar que esos jóvenes, que nunca debieron estar ahí, abusaran de los débiles: niños y mujeres. Son los mismos que los críticos de los barrotes de Rosa que administran ahora su casa, tienen encerrados en una bodega acusados de “golpeadores y violadores”. La violencia la convirtió en una víctima más, porque ya no tenía los años, la energía y la salud para gobernar ese tipo de casa, y abrió un vacío de poder que llenaron delincuentes que traicionaron su confianza.

La pasta de los nuevos habitantes de la Gran Familia cambió “completamente”, afirmó Rosa en la entrevista que le dio a León Krauze. Ahora entraban a su casa jóvenes con problemas de conducta: “mató a alguien, le cortó el brazo a su padrastro, que anda en la prostitución…” Jóvenes que el telescopio del gobernador Jara no abarca.

Como tampoco abarca al mundo de los desposeídos, donde Rosa Verduzco se mudó a vivir hace más de 60 años. Ese mundo que los del otro, los que si podemos darnos el lujo de que nos recojan la basura a diario y nos laven el baño, desechamos con un gesto impaciente de mano en las esquinas en donde nos topamos con un “limpia parabrisas”. Rosa, que vivía, vestía, comía y hablaba como los “más jodidos” de los mexicanos, me abrió una rendija para entender ese mundo tan duro donde se nace, en sus palabras, “sin derecho a la salud y la educación. Y te vas a morir sin él”. Por eso la defiendo y admiro. El gobernador Jara, y otros que ordenaron el operativo, junto con los que han comprado su campaña de denostación mediática, deberían escuchar a Rosa Verduzco. Tal vez, así, sin telescopio, podrían empezar a entender a esos millones de mexicanos que viven en la pobreza extrema a los que Rosa entregó su vida, y ayudarlos de verdad. 

(Una versión de este texto apareció en el periódico Reforma)

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Estudió Historia del Arte en la UIA y Relaciones Internacionales y Ciencia Política en El Colegio de México y la Universidad de Oxford, Inglaterra.


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