Aunque dudo que el lector titubee a la hora de condenar los brutales ataques ocurridos en París la semana pasada, no está de más poner el terrorismo islámico en su justa dimensión. Le propongo un breve ejercicio. Imaginemos que usted lee esta columna en un café, en la oficina o quizá en casa, rodeado de su familia. Mire a su alrededor. Lea el diario que tiene frente a sí en papel o en su edición digital. Escuche la radio o la televisión que alguien tiene encendidas más allá. Mire cómo está usted vestido o —más importante aún— vestida: la libertad de una falda, del pelo suelto, de la más elemental coquetería, masculina y femenina. Piense en la copa de vino que compartió ayer por la noche (o ahora mismo). Escuche la música de la que disfruta. Si tiene hijas, imagínelas yendo a la escuela, aprendiendo, soñando con ir a la universidad. Luego piense usted en la manera cómo lleva su fe. Puede ser usted católico, judío, protestante: no importa mucho. Lo que sí importa es la libertad con la que usted ejerce su fe: en sus tiempos, sus términos, sus modos. Por último piense en lo que hizo el fin de semana. La película que vio, el concierto que disfrutó, la misa a la que atendió, el bar en el que la pasó de maravilla con sus amigos y amigas. Todo eso que usted tiene a su alrededor justo ahora es lo que podríamos llamar su modo de vivir. Y yo no sé usted, pero a mí me gusta la manera como vivo. Sea lo que sea, nadie me va a venir a perseguir por compartir una botella de vino con los amigos, regalarle una blusa coqueta a mi señora, enseñarle a mis hijos que Dios está en todos lados y, qué caray, disfrutar del arte más arriesgado y trasgresor imaginable. Se llama libertad y la aprecio como a la vida misma.
Muy bien: ahora que hemos hecho ese breve ejercicio, sume usted a la ecuación un actor cuya única misión es acabar con cada una de esas libertades cotidianas e imponerle un modo de vivir de una rigidez e intolerancia completamente absolutas. Eso es lo que pretendían los terroristas islámicos que mataron a medio equipo de Charlie Hebdo y luego aterrorizaron una zona de París por varias horas más. El único objetivo de los orates que entraron a las oficinas de la publicación francesa a finales de la semana pasada era no sólo amedrentar, sino modificar de raíz la identidad de la sociedad francesa a través del terror. Su intención es imponer su visión del mundo, empezando por un largo y horroroso catálogo de tabúes. No es menos que un asalto contra nuestro modo de vivir, nuestra idea de civilización.
El ataque a Charlie Hebdo le ha dado nueva relevancia a uno de los debates públicos más interesantes de los últimos años en Estados Unidos. Hace unos meses, el comediante Bill Maher invitó a su programa de televisión al notable escritor Sam Harris y al actor Ben Affleck. Maher, que es un provocador genial, se animó a decir que el Islam se había convertido en una religión orientada, en su mayoría, a la intolerancia, carente de valores liberales, opuesta al concepto mismo de la libertad. Harris estuvo de acuerdo, palabras más palabras menos. Affleck, en cambio, reaccionó irritado. Tachó las opiniones de ambos de “desagradables” y “racistas”. Lo que en realidad le molestó a Affleck fue la generalización. Y tiene razón. Como ha aclarado Reza Azlan, otro notable autor especialista en religiones, el mundo islámico es inmenso, diverso, e incluye sociedades cuya vocación es incluyente y progresista. Pero resistirse a la generalización no puede convertirse en ceguera ante lo evidente: si bien es clarísimo que no todo el mundo musulmán es intolerante, sería ingenuo e irresponsable negar que en la gran comunidad islámica hay un grupo considerable cuya misión es luchar contra cualquier sociedad que no hagan suyas las reglas más estrictas del Islam: la Sharia. Que no quepa duda: todos y cada uno de esos fanáticos se opondrían de manera absoluta a cada una de las libertades que usted y yo apreciamos cotidianamente. Las atacarían. Si pudieran, las abolirían. Ese asalto activo a las libertades más elementales es lo que está detrás del horror del ataque a Charlie Hebdo. Es una lucha entre dos etapas e ideas de civilización, y hay que asumirla como tal. Es una cuestión de claridad moral. Ni más ni menos.
(El Universal, 12 de enero, 2015)
(Ciudad de México, 1975) es escritor y periodista.