La nacionalización de Cataluña

Cataluña ya no es una cuestión autonómica, sino un asunto nacional, del mismo modo que España es un asunto europeo.
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La crisis de la democracia liberal representativa tuvo un efecto imprevisto en Europa. De algún modo, la amenaza ante el auge de los populismos y los nacionalismos en el Reino Unido, Francia, Alemania, Holanda o Austria espoleó una reacción europeísta que sirvió para crear comunidad en la esfera supranacional compartida. De repente nos descubrimos siguiendo con interés las elecciones en países del centro y el norte de Europa con los que, hasta hacía no tanto, los ciudadanos del sur manteníamos una relación de tensión y reproches. La buena noticia es que había comenzado a emerger, de la crudeza de la crisis económica y política, algo que podíamos llamar un demos europeo. La mala, que Europa aparecía ante el mundo fracturada, atravesada por las mismas divisiones identitarias e ideológicas que el conjunto de los países occidentales de esta posmodernidad.

Algo similar ha sucedido en España. La alarma independentista en Cataluña ha puesto de manifiesto la profunda brecha que recorre la sociedad catalana, pero también ha servido para acercar la región al conjunto de España. Cataluña ya no es una cuestión autonómica, sino un asunto nacional, del mismo modo que España es un asunto europeo. En los meses en los que el procés ha alcanzado su clímax los españoles han hecho un máster en política catalana (y también en su lengua, que los medios trasladan ya como una realidad cotidiana y próxima). Son capaces de hablar de las formaciones catalanas y de sus líderes, aun en el nivel municipal, con mayor conocimiento del que tienen de su propia comunidad. Cataluña es importante para los españoles y algunos catalanes han sentido esta consideración por primera vez, después de años de incomparecencia del Estado al otro lado del Ebro.

El procés ha acercado a Cataluña y España pero, al mismo tiempo, ha alejado a algunos partidos de sus franquicias catalanas. Es el caso de Podemos, donde las desavenencias entre la dirección nacional y sus socios electorales catalanes culminarían en la intervención de Pablo Iglesias en Podem para poner freno a la deriva independentista de la formación. El líder morado se vio obligado a actuar ante el declive electoral de su partido en todas las encuestas. Sin embargo, los problemas para Iglesias no terminan aquí. En los últimos días, Ada Colau ha anunciado la ruptura del pacto que mantiene con el PSC en el Ayuntamiento de Barcelona, después de una votación en la que los militantes decidieron, por un margen de 323 votos, que el respaldo de los socialistas a la aplicación del 155 era un impedimento para la continuidad del acuerdo. Y ello a pesar de que el expresident Montilla, único miembro del PSC en el Senado, se ausentó de la votación del polémico artículo para satisfacer a los comunes, una imagen que permanecerá en el recuerdo de muchos españoles como una traición, correspondida ahora con la traición de Colau.

Si el anuncio de la alcaldesa parece un mal augurio demoscópico para Podemos, en el PSC no lo han recibido con mejor ánimo. Los socialistas de Ferraz también han visto cómo el procés les alejaba de su filial catalana. El discurso de Iceta contrasta con las posiciones de algunos de los barones territoriales del PSOE, especialmente con las de aquellos que gobiernan en feudos tradicionalmente obreros, lo cual da una idea del sesgo de clase que opera en el conflicto territorial. Y tampoco parece coincidir con las preferencias mayoritarias de los votantes socialistas en el conjunto de España. El respaldo al gobierno en la utilización del 155 ha sido motivo de tensión entre PSC y PSOE, como lo ha sido la decisión de incorporar en las listas electorales del 21D a dirigentes de Uniò. Una parte importante del socialismo no entiende una candidatura conjunta con una formación conservadora, que se ha mostrado contraria al aborto y que llegó a presentar un veto en el Senado contra el matrimonio homosexual que había impulsado Zapatero.

Mediante el pacto con Uniò, Iceta pensaba que el PSC estaría en disposición de competir por el segundo puesto con Ciutadans en las elecciones del 21D o, al menos, que sería lo suficientemente fuerte como para representar una alternativa de gobierno a ERC, forzando a los comunes a elegir bando. Sin embargo, todo parece indicar que Podem prefiere un acuerdo con Esquerra. Además, el pacto entre PSC y Uniò podría resultar en una de esas sumas que acaban restando, al enajenar a una parte de los votantes de cada formación que creen que sus preferencias son incompatibles con las del otro partido.

Con todo, es posible que las elecciones de diciembre no arrojen resultados significativamente muy distintos en la distribución del Parlament. Eso no resta un ápice de importancia a unos comicios que gozarán del estatus de una competición nacional. Lo que ocurra en Cataluña tendrá un impacto en el Congreso de los Diputados, donde las encuestas pronostican cambios importantes, con el hundimiento de Podemos y el ascenso de Ciudadanos, que se acerca a PP y PSOE. Sin elecciones generales a la vista, los sondeos son poco prescriptivos, pero sí sirven para leer tendencias. Quizá lo único que sepamos a ciencia cierta es que el procés ha acercado Cataluña a España y ha alejado a los partidos que no mantienen una postura homogénea en los planos nacional y catalán de sus franquicias territoriales. Y que la quiebra del bipartidismo que se produjo hace ya dos años dista mucho de haber cristalizado en un nuevo equilibrio parlamentario.

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Aurora Nacarino-Brabo (Madrid, 1987) ha trabajado como periodista, politóloga y editora. Es diputada del Partido Popular desde julio de 2023.


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