La historia de la especie humana puede resumirse en un compendio de batallas e invasiones, una competiciรณn casi siempre violenta por dominar o por soslayar la dominaciรณn, una carrera por tratar de prosperar en una jerarquรญa cruel. Hacia 1800 mรกs o menos se inaugura, sin embargo, un parรฉntesis liberal, uno con inolvidables interrupciones desde luego, pero lo suficientemente creciente y duradero como para que las cohortes mรกs jรณvenes de europeos hayan dado la democracia por natural y dada.
En este tiempo el liberalismo polรญtico ha sobrevivido a un par de guerras mundiales y a su duelo con el comunismo. Tambiรฉn a los fascismos y a otras tentaciones totalitarias. En Espaรฑa el liberalismo no es mรกs joven que en el conjunto de Occidente, aunque sรญ menos prรณdigo. Con todo, es ya lo suficientemente veterano como para que los millennials podamos contemplar cualquier otra cosa.
En contra de lo que nos sugerirรญa la intuiciรณn, tan corta como nuestra memoria, el liberalismo polรญtico ha sido la excepciรณn y no la norma en el tiempo. Aรบn hoy es la excepciรณn si pensamos que solo un 5% de la poblaciรณn mundial actual vive en โdemocracias plenasโ. Segรบn el รญndice de democracias de The Economist Intelligence Unit, โcasi un tercio del mundo vive bajo regรญmenes autoritariosโ. Es, por tanto, casi un milagro que yo les estรฉ escribiendo desde un paรญs libre y prรณspero.
Es casi un milagro porque no hay nada que nos diferencie de aquellos que viven bajo sanguinarias dictaduras o en estados asolados por la guerra, la inseguridad, el crimen o la violencia. No hay nada en nuestro ADN que nos haga mรกs pacรญficos o mรกs solidarios, menos intransigentes o menos inclinados a cometer delitos.
Se hace evidente casi cada dรญa y las redes sociales han tenido el efecto de magnificarlo. En los muros virtuales de nuestros compatriotas contemplamos cada maรฑana los instintos mรกs bajos de la condiciรณn humana. Estรกn presentes el odio, la venganza, el machismo, el oportunismo o la xenofobia. Estรกn tan presentes que a veces a una le parece impensable, o al menos improbable, que vivamos en una democracia plena.
Son dรญas en los que nos asquean nuestros propios vecinos y en los que no queremos ni abrir un periรณdico. ยฟCรณmo es posible entonces que vivamos bajo un liberalismo amable e inclusivo? ยฟQue gocemos de instituciones de justicia garantistas? ยฟQue convivamos sin matarnos, como sucedรญa no hace tanto?
Llevaba todo el dรญa haciรฉndome estas preguntas cuando escuchรฉ a Patricia Ramรญrez, madre de un niรฑo asesinado, pedir โque no se extienda la rabiaโ y โque queden las buenas personasโ. A veces las respuestas son tan evidentes que nos cuesta un rato reparar en ellas. En medio del ruido ensordecedor de una conversaciรณn iracunda, la voz quebrada de una madre destrozada por la pรฉrdida ha dado una lecciรณn a un paรญs entero.
Las instituciones liberales son una ficciรณn. Sus normas, sus tribunales, sus valores cรญvicos solo tienen legitimidad mientras exista una mayorรญa de ciudadanos que crea en ellos. Estos dรญas, Ramรญrez nos ha recordado por quรฉ siguen en pie. No es un milagro: siguen en pie porque somos mรกs los que creemos en ellas. Porque hay personas que, incluso enfrentadas a las fosas abisales de la crueldad, aun en el cรฉnit del dolor, siguen creyendo en ellas.
Aurora Nacarino-Brabo (Madrid, 1987) ha trabajado como periodista, politรณloga y editora. Es diputada del Partido Popular desde julio de 2023.