Primer debate: la oposición perdió una oportunidad

Gálvez y Máynez no estaban preparados para cuestionar y confrontar a Sheinbaum en el primer debate presidencial. Antes que subrayar sus evasivas, optaron por no insistir.
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Ayer publiqué un mensaje en la red social X diciendo que, en mi opinión, Claudia Sheinbaum ganó el debate.

Generó molestia y frustración.

Lo entiendo, pero la frustración no construye.

Es mejor entender, desde la experiencia que nos dejan décadas de debates presidenciales en el mundo y varios ejercicios similares en México, qué hizo Sheinbaum y qué no hicieron los candidatos de la oposición, sobre todo Xóchitl Gálvez.

Primero, Sheinbaum.

La principal encomienda de un puntero en un debate presidencial es cuidar su ventaja. El recurso esencial para conseguir esto es la disciplina de mensaje (López Obrador en el 2018 y el “fin de la corrupción). Saber qué se va a decir y no caer en provocaciones. Sheinbaum siguió ese guion al pie de la letra. Rechazó toda crítica al gobierno al que representa. Defendió y ensalzó su labor al frente de la ciudad de México. Y aprovechó el resto del tiempo para reforzar la percepción más tóxica de la candidata principal de la oposición (“la candidata del PRIAN”).

Eso es lo que tenía que hacer. Lo hizo con arrogancia y aspereza, con la mecha corta que se le conoce en privado y se le ha visto en público, pero lo hizo. Siendo puntera, no necesita hacer mucho más. En términos de su estrategia de debate, tampoco importa mucho si lo hizo con mentiras, manipulaciones o medias verdades. Sheinbaum evadió responder, exageró e incluso mintió, pero sin candidatos de oposición dispuestos o preparados para exhibirla, no tenía de qué preocuparse.

Ahora, la oposición.

El principal reto que enfrenta un candidato de oposición es darse a conocer. Claudia Sheinbaum lleva años en campaña (de manera ilegal). En cualquier caso, es más conocida que Xóchitl Gálvez. En un debate, un acto televisado con una audiencia que se cuenta en millones, Gálvez tenía la oportunidad única de presentarse: recordarle a la audiencia quién es, de dónde vino, cuál fue su experiencia de vida. Su biografía siempre ha sido uno de sus grandes activos. No lo aprovechó. Máynez lo entendió, hablando brevemente de su familia. Pero Gálvez, que tiene realmente una biografía extraordinaria, se olvidó de explicar quién era. Incluso dejó de lado su manera tradicional de vestir para ponerse un traje sastre.

Sheinbaum sabía de la necesidad que tenía Gálvez de presentarse y por eso nunca le llamó por su nombre, prefiriendo la etiqueta  “candidata del PRIAN”. De nuevo: la estrategia tiene sentido. Evita sumar reconocimiento a Xóchitl y la deshumaniza, colgándole una etiqueta que, naturalmente, le hace daño. En cambio, Gálvez se refirió durante prácticamente todo el debate a Sheinbaum por su primer nombre y nunca consiguió vincularla con el gobierno actual, que enfrenta sospechas de corrupción, entre muchos otros flancos abiertos. Aquello de “la dama de hielo” pareció más una ocurrencia de momento que una estrategia reiterada.

Gálvez tampoco aprovechó el debate para aclarar algunos puntos en los que, con justicia, ha insistido recientemente. Por ejemplo: era el foro ideal para decirle al electorado, de una vez por todas y frente a una audiencia de millones, que ella no retirará los programas sociales porque están en la Constitución. Era la oportunidad ideal para desmentir y aclarar de manera contundente. La dejó pasar.

Era también la oportunidad ideal para hablar de Andrés Manuel López Obrador. El presidente es popular, pero es vulnerable. Su figura polariza y ofrece, sin duda alguna, flancos de ataque. Gálvez y Maynez apenas lo mencionaron, y casi nunca por nombre.  Por momentos pareció como si el presidente más visible, vociferante y polémico de la historia de México no hubiera gobernado el país por cinco años, con saldos objetivamente alarmantes. Ni su récord de gobierno ni su tóxico estilo personal de gobernar merecieron mayor escrutinio. López Obrador parece haber convencido a la oposición de su invulnerabilidad. El elefante en el cuarto, López Obrador, emergió inmune. Nuestro Voldemort, al que no hay que nombrar: todo un acto de magia política. Sin poner de verdad el obradorismo a examen, la oposición no tiene futuro en esta elección.

A diferencia de otros debates en otros países, los encuentros en México tienen una peculiaridad: los candidatos saben de antemano cuáles van a ser los temas que se tocarán. No saben las preguntas específicas, pero saben los temas. Los asuntos centrales de anoche fueron la educación y la salud. Los candidatos de oposición sabían que eso serían los temas. Son, también, dos de las áreas más vulnerables del gobierno actual. El acceso a la salud en México ha sido desastroso durante los años de Andrés Manuel López Obrador. En educación, se ha retrocedido de manera polémica e inadmisible. Salvo la inseguridad, flagelo terrible y universal de la sociedad mexicana, es difícil imaginar dos ángulos de ataque más claros para la oposición. Solo Máynez tocó por unos instantes el abuso generacional que se ha cometido con los libros de texto.

Los debates en México permiten a los candidatos dos momentos para dirigirse directamente a la audiencia, al principio y al final del encuentro. De los tres candidatos, solo Xóchitl Gálvez recurrió a notas para dar ese mensaje final. Habrá quien diga que hay que entender que ella no se dedica a la política. Es verdad, pero resulta difícil de creer que la campaña de la principal candidata de oposición y ella misma no encontraran el tiempo para ensayar, como hacen absolutamente todos los candidatos presidenciales del planeta, dos mensajes contundentes, conmovedores y efectivos para abrir y cerrar el debate sin necesidad de apoyarse en un papel. Nos guste o no, los debates presidenciales son, desde que la televisión los transmite, asuntos más de forma que de fondo.

Por desgracia, esa es la misma razón por la que el intento de teatralidad que supuso enseñar la bandera de México al revés es también una pifia incomprensible e importante. Si uno va a utilizar recursos gráficos, hay que saber presentarlos. Gálvez cometió otros errores parecidos. En un par de momentos habló de personas que había invitado al debate, pero nunca explicó con claridad quiénes eran o dónde estaban esos invitados. Sin un público visible en el foro, el efecto de contar con invitados (notables, por cierto) se perdió. Ese error pudo evitarse con una mejor preparación, con un ensayo claro de cómo presentarle a la audiencia a los invitados que estaban, seguramente, en un salón contiguo. Gálvez nunca lo hizo. La forma es fondo, aunque resulte frívolo.

Al final, Claudia Sheinbaum ganó el primer debate presidencial en México haciendo un esfuerzo mínimo. Como candidato de oposición, a un debate hay que llegar plenamente preparado, con ánimo de revelación y confrontación. Sheinbaum y toda la historia de cinco años del obradorismo estaban ahí, en el escenario, durante dos horas, listos para el escrutinio. Xóchitl Gálvez y Jorge Máynez no estaban preparados. Antes que subrayar frente a las cámaras las respuestas evasivas de Sheinbaum, optaron por el silencio. No insistieron, no desmintieron, no cuestionaron.

En ese páramo, ganó la puntera.  

Faltan dos debates y veinte días para prepararlos: de verdad prepararlos. Veremos. ~

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(Ciudad de México, 1975) es escritor y periodista.


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