La confluencia en un triángulo nacionalista de derechas de Donald Trump en Estados Unidos, Benjamín Netanyahu en Israel y Vladimir Putin en Rusia podría producir un cambio radical en el conflicto del Medio Oriente. Con un apoyo irrestricto a Netanyahu por parte de Trump – quien, a diferencia de su predecesor Joe Biden, no ha puesto limitaciones cualitativas ni cuantitativas a las exportaciones de armas a Israel- y con un Putin fortalecido por su acercamiento al gobierno de Estados Unidos, las cosas deberían pintar peor para los enemigos del Estado Judío. ¿Es realmente así? ¿Este triángulo de duros modificará la relación de fuerzas en esa zona del mundo?
Las respuestas no resultan tan obvias como parecen. Es cierto que Trump quiere relanzar los Acuerdos de Abraham, que iniciaron la normalización de las relaciones entre varios gobiernos árabes y musulmanes con Israel. Cuenta con la incorporación de Arabia Saudita, la joya de la corona en estas negociaciones. Sin embargo, antes se deberá lograr algún tipo de arreglo con los palestinos, lo que ahora luce imposible. La idea de transformar Gaza en un resort turístico y de permitir que Israel se anexe parte o toda la Cisjordania, donde viven cerca de tres millones de palestinos y más de 600.000 judíos en varios asentamientos, solo añadiría gasolina al fuego.
Putin quiere también mantener su influencia en el Medio Oriente a pesar de que perdió a su principal aliado, el autócrata sirio Bashar al-Assad, cuyo país, ahora controlado por un gobierno islamista sunita, ya no representa, al menos por ahora, una amenaza importante para Israel. El presidente ruso desea mantener sus vínculos con Irán, proveedor de drones y armas usadas en la guerra contra Ucrania; sin embargo, la influencia iraní en el Medio Oriente no es lo que era. Hezbolá, su proxy (frente de guerra por delegación) en el Líbano, está muy debilitado, a pesar de que trata de volver a la escena atacando con cohetes el norte de Israel. Los yemenitas hutíes, otros aliados de Irán, siguen siendo un dolor de cabeza para la navegación comercial y militar en el Mar Rojo, pero ya Trump ha mostrado que está dispuesto a neutralizarlos con bombardeos.
A las consideraciones sobre Putin en el Medio Oriente debemos agregar los escenarios que Rusia enfrenta en Ucrania. Trump quiere la paz entre las partes, incluso con la entrega de territorios ucranianos (Crimea, anexada a Rusia en 2014 puede darse por perdida) y un veto de EEUU para que los ucranianos no entren en la OTAN. Pero lo cierto es que Putin depende de una guerra permanente para su propia estabilidad política. Más que una paz definitiva, lo que el presidente ruso aceptaría es una serie de altos al fuego que se irán prolongando con el fin de mantener los territorios conquistados y la sombra de una amenaza de conflicto. Trump podría así declarar que logró la “paz” y levantar las sanciones a Rusia, mientras que Putin mantendría contenta a su base de poder mafioso-militar. La oligarquía rusa necesita una industria militar funcional y una mayor flexibilidad para mover sus capitales por el mundo.
Toda política es interna
Cuando ponemos la lupa sobre las realidades políticas de cada uno de estos tres países, vemos cómo sus respectivas situaciones internas definen sus decisiones geopolíticas. Trump tiene que lograr resultados dentro, sobre todo en la economía, más allá de la espectacularidad mediática de las deportaciones de migrantes y de miembros de bandas criminales. Si su política de aranceles a las importaciones no se termina traduciendo en reducción de la inflación, crecimiento de la bolsa de valores y provisión de trabajadores para aquellos sectores golpeados por las restricciones migratorias (la construcción, la agricultura y los hoteles, por ejemplo), entonces Trump perderá interés en sus maniobras geopolíticas. Su foco se centrará en lo interno, pensando especialmente en las elecciones de término medio que se celebrarán en 2026 para renovar parte del senado y la cámara de representantes.
Un detalle de la política de reducción de la burocracia federal que adelanta Trump, a través de la motosierra del multimillonario Elon Musk, puede afectar el equilibrio militar en el Medio Oriente. El historiador Timothy Snyder advirtió, en una reciente entrevista, que el desmantelamiento del Estado de la primera potencia mundial tendría efectos sobre Israel : “Si los israelíes en el futuro esperan, por ejemplo, entregas de armas en momentos cruciales o disponer de la capacidad de negociar conversaciones de paz, la administración Trump ha despedido a todos los que tienen la capacidad para hacer este tipo de cosas, y las perspectivas indican que se sumarán otras medidas en este sentido”. Un signo de lo señalado por Snyder es el papel que ha jugado el negociador (despedido) del gobierno de Trump con Hamás, Adam Boehler, que se refirió a los terroristas como “unos muchachos simpáticos”.
Netanyahu también tiene el ojo puesto en la política interna israelí. Está enfrentando un movimiento de protesta ciudadana revitalizado en plena guerra contra Hamás en Gaza. Una mayoría de israelíes quiere el retorno de todos los rehenes vivos que siguen en manos de los terroristas palestinos y de todos los cadáveres que estos todavía retienen. No es que esta mayoría no quiera la derrota absoluta de Hamás y sus aliados internos y externos; simplemente, exige al gobierno que ponga la vida de los secuestrados el 7 de octubre de 2023 sobre sus propios intereses políticos y no use la guerra contra Hamás para mantenerse en el poder, a cuenta de mantener su frágil coalición con los ultra-religiosos y los ultra-nacionalistas. Se cuestiona, igualmente, la insistencia de Netanyahu en la reforma del sistema judicial, la salida de la Fiscal General y la obtención de un mayor control sobre la judicatura.
Putin enfrenta sus propias presiones internas, a pesar del control casi total que tiene sobre la oposición –a la que ha ido anulando con asesinatos y prisión– y los medios de comunicación. En realidad, la guerra es la base que sostiene el sistema que encabeza Putin. El frente ucraniano tal vez quede en una situación de suspenso con un cese al fuego, pero eso no eliminaría el clima de guerra. Putin necesita mantener su industria militar para necesidades internas y para las exportaciones en un mercado mundial que va hacia una nueva carrera armamentística. Su acercamiento a Estados Unidos no garantiza ningún beneficio para Israel.
Los chinos y los turcos también juegan
El triángulo de los duros nacionalistas no debe hacernos olvidar que hay otros actores que tienen sus propios intereses en la geopolítica del mundo. China, el principal adversario económico de los Estados Unidos, es un actor de peso, especialmente en Asia y con la mira puesta en Taiwán, a la que reclama como su territorio. El cálculo de Trump es que reindustrializando los Estados Unidos debilitará la economía china. Sin embargo, los chinos siguen en su política expansionista en África, la propia Asia e incluso en Iberoamérica. Seguramente, la acelerarán tanto del lado económico como del lado del “poder blando” (soft power), que el gobierno de Trump ha decidido abandonar con el cierre de la agencia de ayuda internacional USAID y de sus medios de comunicación con impacto internacional: la Voz de América y Radio Libre.
La Turquía de Erdogan es otro actor clave en el Medio Oriente. Ha sido fundamental en la caída del régimen de al-Assad en Siria por su apoyo a las fuerzas islamistas sunitas, logró debilitar a los kurdos en su frente interno y pretende, a su manera, recuperar la influencia que alguna vez tuvo el Imperio Otomano, a través del comercio y las alianzas militares (no olvidemos que Turquía es miembro de la OTAN). A pesar del optimismo de algunos analistas militares en Israel sobre el alineamiento entre Trump y Putin en beneficio de las políticas de Netanyahu, todavía quedan muchas interrogantes por responder en un mundo cada vez más impredecible, la más importante, por supuesto, es el tema palestino. El asunto más espinoso en el Medio Oriente y el más manipulado por los gobiernos de la región sigue pendiente de una solución justa y duradera que se ve cada día más lejana, dados los acontecimientos de los últimos años y los caminos que está tomando la geopolítica mundial.