Oro, volk y cociente intelectual

En sus últimos años, el economista Friedrich Hayek empezó a creer que la defensa clásica del libre mercado no era suficiente. Había que reforzarla con normas morales, psicológicas y etnobiológicas.
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Quinn Slobodian ha hecho algo admirable: para escribir su libro más reciente, Hayek’s bastards: The neoliberal roots of the populist right (Los bastardos de Hayek: las raíces neoliberales de la derecha populista), un título que sigue el modelo de Los bastardos de Voltaire, de John Ralston Saul, tuvo que entrar en un mundo de locos que producían películas, novelas, boletines de inversión y cómics en los que se detallaba el apocalipsis económico que se avecinaba (varios apocalipsis cada año durante medio siglo), conspiraciones inimaginables y superioridad racial. Todo eso ocurría porque recibían montones de dinero de varios magnates para mantener en un cómodo estilo de vida y actividad editorial a los miembros de la Sociedad Mont Pelerin, para que pudieran seguir reuniéndose e intercambiando predicciones de fatalidad y pesimismo en hoteles de lujo de la Riviera, resorts alpinos e incluso en las islas Galápagos.

El lector no está seguro de si se trata realmente de un mundo de locos o de un mundo de personas inteligentes que fingen estar locas para sacar dinero a oligarcas interesados y a lectores crédulos (los llamados “inversores”) que se suscriben a sus boletines de inversión. Uno tiene la fuerte sensación de que se trata de un negocio de estafa, que recuerda a los escándalos evangélicos en los que los predicadores llaman a la humildad y al amor mientras que su verdadero negocio es el del dinero.

¿Tenía que ser así? Friedrich Hayek es un pensador serio. ¿Potenciaron sus escritos a locos que distorsionaron en muchos sentidos su pensamiento (hablaré de ello más adelante)? Probablemente sí. La razón es que Hayek, en sus últimos años, empezó a creer que la defensa clásica habitual de la propiedad privada y el libre mercado no era suficiente. Había que reforzarla con algunas normas morales o, mejor aún, psicológicas o etnobiológicas aparentemente científicas. Eso le llevó a meterse en terrenos de los que no sabía casi nada y a caer presa de una extraña predilección de la escuela austriaca por las metáforas extrañas, el racismo al límite (“el Occidente cristiano es el único creador de moral en la civilización moderna”) y la etnoeconomía.

El paso de Hayek a la psicología, la etnobiología, las virtudes morales “innatas” y áreas similares abrió las puertas a los locos que Slobodian recoge en su libro. Les permitió ir mucho más lejos. Eran, como escribe Slobodian, los creyentes en tres hards: una naturaleza humana hard-wired (innata) que está determinada racial o étnicamente, el hard money (dinero fuerte, en este caso se refiere al oro) y hard borders, fronteras cerradas y sin migración. Al menos dos de estas creencias “duras” son puras parodias del liberalismo clásico.

El liberalismo clásico es cosmopolita. Se enorgullece de no hacer diferencias entre individuos y de abrir así el mundo entero a la aplicación de los principios liberales. Cuando la alt-right decidió defender las diferencias étnicas, religiosas o raciales, no se limitó a ir en contra de la ideología liberal clásica, sino que se mostró víctima del empirismo más crudo. Los asiáticos orientales, según ellos, no estaban originalmente “predestinados” al éxito económico. Pero a medida que los países de Asia Oriental se hicieron ricos, los asiáticos orientales se unieron a las exaltadas filas de los blancos y los judíos asquenazíes como personas de intelecto superior que, basándose en su éxito económico, tienen derecho a gobernar. Si mañana los países africanos se hacen ricos, tal vez los miembros de la Mont Pelerin Society acepten a los negros entre el grupo que tiene derecho a gobernar. Eso no significa que no sean racistas. Significa simplemente que su ideología de las “capacidades innatas” es incapaz de predecir, basándose en la cultura y la etnia, a quién le irá bien bajo el capitalismo y a quién no. Su explicación del éxito económico es totalmente ad hoc, y al rechazar explicaciones mucho más razonables que ponen el acento en las condiciones históricas y estructurales, y no en la raza, la alt-right muestra su impotencia epistemológica.

¿Cómo lograron rechazar la libre circulación de personas? Es uno de los principios clave del liberalismo clásico e incluso del neoliberalismo con el que están asociados la mayoría de los pensadores de la alt-right que se analizan en este libro. Su argumento, según ellos mismos admiten, es muy débil. Se basa en el cociente intelectual: las partes del mundo que tienen éxito, donde por definición vive gente inteligente, tienen derecho, para seguir teniendo éxito, a aislarse de las partes del mundo que no lo tienen, pobladas por gente de inteligencia mediocre. Es difícil imaginar una desviación más drástica del liberalismo clásico: no solo se erige la desigualdad innata de las personas en dogma y luego en política, sino que exige una separación forzosa, incluso en el apareamiento, entre los pueblos, y fronteras impenetrables para un factor de producción.

Incluso la tercera regla “dura” del “dinero duro” (oro) es, como escribe Slobodian, malinterpretada. Ni siquiera Mises, cuyas obras, siendo mucho más superficiales y sufriendo en abundancia por estar financiadas por las Cámaras de Comercio, y que resultaron siempre más atractivas para la alt-right que las de Hayek, defendió el oro de esta manera. Mises veía el oro, cuya cantidad no puede ser variada por los gobiernos, como una herramienta útil o un ancla para detener la “irresponsabilidad” de los gobiernos al imprimir moneda fiduciaria. El oro no tenía la cualidad mágica que la alt-right, según la versión de Slobodian, le atribuye, llegando incluso a invitar a los visitantes del museo del oro de Berlín a tocar, durante un breve momento, los lingotes de oro y, como si fuera una experiencia epidérmica, adquirir el conocimiento de la política monetaria correcta.

En todas las cuestiones clave, la alt-right era una versión bastarda del credo hayekiano, o como Slobodian lo llama, “una cepa mutante” del neoliberalismo. Pero el propio Hayek es, como he mencionado antes, culpable de ello al abrir, aunque tímidamente y con vacilaciones, la puerta a la apropiación indebida y el fraude masivos.

El fraude se produjo porque “los bastardos de Hayek”, a pesar de todas sus pretensiones de lo contrario, no eran intelectuales ni personas interesadas en las ideas. Al lector de este libro no le queda ninguna duda de que eran (como algunos de ellos se autodenominaban) “emprendedores intelectuales”. Su objetivo era ganar dinero. No era que se aceptaran sus ideas, que la mayoría de ellos, creo, sabían que eran irrealizables o falsas. Un lector cínico podría incluso decir que esperaban que sus ideas nunca se llevaran a la práctica porque, una vez llevadas al mundo real, demostrarían la bancarrota intelectual de sus creadores y les robarían fuentes permanentes de dinero sustraídas a los magnates de mente débil y al público crédulo. Los autores aquí reseñados forman parte de la historia intelectual occidental moderna solo porque esa historia está en declive y ellos son sus ejemplos más claros. Su verdadera fama no es haber advertido al público desprevenido de los peligros del apocalipsis que se avecinaba, sino haber acelerado la decadencia intelectual y haber convertido el intelectualismo en puro afán de lucro.

PS. Se podría comparar la alt-right con varios grupos de trotskistas. Hay cierta similitud en el hecho de que ambos elaboraron planes que sabían que no entraban en el ámbito de lo políticamente posible. Pero los trotskistas estaban verdaderamente dedicados a las ideas, mientras que a la alt-right, de acuerdo con el espíritu de la época, solo le importaba el dinero. Es una gran diferencia.

Publicado originalmente en el Substack del autor.

Traducción de Ricardo Dudda.

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Branko Milanovic es economista. Su libro más reciente en español es "Miradas sobre la desigualdad. De la Revolución francesa al final de la guerra fría" (Taurus, 2024).


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