Orwell en Macuspana

Morena no tiene el deseo ni la capacidad de obliterar la experiencia empírica, como lo hicieron los esbirros del Big Brother en 1984, pero sí tiene demasiados simpatizantes y voceros gradualmente acondicionados al doblepensar.
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El tema de la novela 1984 es obviamente la libertad. No como la posibilidad de elegir entre cincuenta marcas de cereal, como se le entiende por lo común en Estados Unidos, pero tampoco únicamente como la ausencia de un omnipresente sistema de vigilancia social. Es algo más. La libertad para Winston Smith, el protagonista, consiste en la capacidad de preservar su experiencia empírica y traducirla en una serie de elecciones morales.

Winston sabe que 2+2=4, y mientras lo siga reconociendo será libre. Podrán matarlo por negarse a admitir que 2+2=5 y morirá como un hombre libre. Podrá admitir bajo tortura que 2+2=5 e incluso podrá capitular completamente y salir a gritar en cada esquina que 2+2=5, pero mientras en su fuero interno no deje de reconocer esa mentira y la verdad absoluta de que 2+2=4, no dejará de ser un hombre libre. La brutalidad del régimen del Big Brother no se agota, por supuesto, en forzar a todo mundo a aceptar a pie juntillas la verdad oficial; consiste finalmente en destruir la posibilidad de la duda, ya sea por medio de la radical obliteración del ser cognoscente o, más cotidianamente, a través del doblepensar.

Generalmente se describe el doblepensar como la capacidad de aceptar dos verdades opuestas al mismo tiempo. Es en la geopolítica del régimen donde se hallan los ejemplos clásicos del doblepensar. Oceanía, el país de Winston, está en guerra contra Eurasia y aliada con Eastasia al iniciar la novela. Durante la Semana del Odio, mientras un orador arenga a las masas a despotricar contra el enemigo, en medio de una frase, como si nada, se invierten los papeles; el enemigo es Eastasia y el aliado Eurasia y todos los carteles y mantas con el alineamiento anterior son denunciados como un boicot de los saboteadores internos: Oceanía siempre ha estado en guerra contra Eastasia y Eurasia siempre ha sido el aliado.

Salto a México en 2018. Hay dos planos para entender la política de alianzas de Morena. Por un lado, existe un debate intenso entre el lopezobradorismo y sus críticos acerca de los compañeros de viaje de Andrés Manuel López Obrador en este ciclo electoral. Simpatizantes del tabasqueño han argumentado en todos los tonos sobre la necesidad de algunas de las decisiones más difíciles de tragar. Sin embargo, también hay una posición más insidiosa y a la larga dañina en el movimiento de López Obrador, encabezada, por supuesto, por su líder: una posición que afirma que los nuevos aliados en realidad siempre fueron aliados y los enemigos lo han sido de origen.

Esta reescritura de la historia pudo haber iniciado con Manuel Bartlett. De pronto el poblano ya no fue el siniestro personaje al que se le “cayó el sistema” y entronizó a Salinas de Gortari, sino que siempre fue un patriota defensor de nuestros recursos naturales. Y el más reciente es Cuauhtémoc Blanco, quien siempre se ha caracterizado por su enérgica defensa de los ciudadanos frente a los abusos del gobierno morelense y, por supuesto, jamás se habría involucrado en la política solo por la promesa de varios millones de pesos negociados a través de su agente deportivo.

Así como Oceanía siempre estuvo en guerra con A y aliada con B, siendo A y B a la vez intercambiables y todo el tiempo los mismos, el círculo íntimo de López Obrador siempre ha estado lleno de patriotas y ha sido refractario a los traidores, mientras que sus habitantes actuales son retroactivamente los mismos de toda la vida.

Dos de los mejores artículos de esta semana que debaten las alianzas de Morena se quedan tan solo en ese primer plano. Jesús Silva-Herzog Márquez afirmó que, a diferencia de las campañas anteriores, marcadas por el sectarismo del tabasqueño, esta campaña se caracteriza por su deslizamiento al extremo contrario, un oportunismo carente de anclaje ideológico. Por su parte, Pedro Salmerón, una de las voces más lúcidas de Morena, nos recordó la política de alianzas de Lázaro Cárdenas, donde convivían codo a codo desde la avanzada del movimiento obrero hasta caciques trogloditas como Garrido Canabal y Saturnino Cedillo, gracias a la cual se pudo implementar la política más progresista de sexenio alguno en México.

Hasta aquí hay un debate que debiera celebrarse porque muestra la salud del discurso público en México. Es interesante que entre ambos autores pintaran un paisaje que tiene como hilo común la figura de José Revueltas. Revueltas inició su bonita tradición de pelearse con la cúpula del Partido Comunista criticando al partido, primero, por mantener una política de sectarismo intransigente frente a Cárdenas, y luego, por echarse en brazos del oportunismo más ramplón al sumarse acríticamente a las iniciativas del presidente reformador, marcando con ello los extremos a los que aludió Silva-Herzog Márquez

Las críticas de Revueltas al PC durante el cardenismo, a ambos lados de la ecuación, nos recuerdan que tanto la política de alianzas como su crítica no son ciencias exactas. Ambas son un ejercicio de discernimiento político en un terreno éticamente inestable y tácticamente minado. Son, pues, la sustancia de la política.

Por el contrario, la negación de la política en esta discusión consiste en olvidar la dimensión táctica de las alianzas y con ello, las incertidumbres éticas. Si todos los que rodean a López Obrador han estado siempre –retroactivamente– del lado correcto de la historia, no hay discusión ni duda posible. Lo único que quedan son indeseables con buena memoria; personas –molestas como mosquitos– que recordarán el papel de Bartlett en la formación de la charrísima CROC en Puebla; militantes confundidos de encontrarse encolumnados detrás de Sergio Mayer. Este residuo de memoria es lo que explica la virulencia de López Obrador contra los que critican sus alianzas, como en el caso de sus tuits contra el propio Silva-Herzog Márquez y Enrique Krauze.

Morena no tiene el deseo ni la capacidad de obliterar la experiencia empírica, como lo hicieron los esbirros del Big Brother con el pobre Winston Smith; lo que sí tiene son demasiados simpatizantes y voceros gradualmente acondicionados al doblepensar. Nuestro deber será debatir con los que debaten y reducir el margen de acción de los que no.

 

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Politólogo, egresado de la UNAM y de la New School for Social Research.


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