Por un voto útil hispano

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Con la salvedad del error de un traductor mal seleccionado, los días de Felipe Calderón en Washington fueron un éxito. Desde la cena de Estado —un asunto ni frívolo ni trivial— hasta el encuentro del Presidente con legisladores y activistas, el tono fue puntual: claro sin permitirse desplantes innecesarios. El discurso en el Capitolio resultó particularmente notable. Calderón demostró auténtico brío al criticar la facilidad para adquirir armas de asalto en Estados Unidos. Al exigir que los legisladores estadunidenses hagan mucho más para evitar que el crimen se abastezca en los cientos de armerías a lo largo de la frontera, Calderón se enfrentó a uno de los grupos más poderosos de cabildeo en toda la política en Washington: la Asociación Nacional del Rifle, protectora fanática de la Segunda Enmienda de la Constitución de aquel país, que preserva el derecho a portar armas. Además, al abordar el tema, Calderón dio un espaldarazo muy necesario al trabajo que ha hecho su embajador en Washington. Para Arturo Sarukhán, detener el tráfico de armas en la frontera se ha vuelto una suerte de misión personal. La valentía del Presidente seguramente le servirá de algo.

Aun así, más allá del consenso sobre el buen rumbo del viaje, los logros reales no llegaron, al menos no en un par de temas que encabezan la agenda: la reforma migratoria y el propio tráfico de armas. La razón es evidente. En Estados Unidos, como en tantos otros sitios, toda política es local. Y allá, desde hace tiempo, uno de los dos protagonistas del escenario político ha reducido su discurso a la oposición dogmática. Enclaustrados en la defensa de valores ultraconservadores, los republicanos se han refugiado en el populismo más vil. Sólo así se entiende la respuesta de varios congresistas de ese partido al discurso calderonista en Washington. Algunos se llamaron a ofensa por la osadía del Presidente mexicano de criticar las leyes estadunidenses en el seno mismo de su democracia. Otros, los más sutiles, simplemente desecharon la posibilidad de volver a prohibir las armas de asalto y, por supuesto, de discutir con seriedad una reforma migratoria. Así son los republicanos de hoy: interesados únicamente en la obstrucción populista (no nos debe ser tan ajeno el asunto, pensándolo bien).

¿Es posible darles la vuelta? Sin duda. En la propia gira del presidente Calderón surgió una idea que han defendido activistas hispanos desde hace ya algunos años: la posibilidad de que el gobierno mexicano comience a trabajar con sutileza para conseguir que la comunidad mexicana-americana vote con frecuencia, disciplina y sentido de bloque. No es un proyecto descabellado. Aunque es cierto que la comunidad mexicana-americana está lejos de los intereses monolíticos de, digamos, los cubanos-americanos, también es verdad que su peso en la vida electoral estadunidense es ya notable, y lo será aún más. Basten dos o tres datos para comprender su relevancia. Los hispanos ya son la primera minoría poblacional en Estados Unidos. En 2050 duplicará su tamaño. Dentro de poco, los votantes hispanos representarán 10 por ciento del electorado total estadunidense (65 por ciento serán mexicanos-americanos). La población hispana parece, además, cada vez más dispuesta a participar en la vida pública: en 2008 votaron cuatro millones más de hispanos que en 2000. Por si fuera poco, el flujo poblacional en Estados Unidos tiende hacia el suroeste, la región dominada por los hispanos y, aún más, por los mexicanos-americanos. Así, la redistribución de distritos legislativos fortalecerá, evidentemente, a regiones con alta presencia hispana. Por eso, a mediano y largo plazo, la mera tendencia demográfica favorecerá la agenda latina, incluida la migración. En ese sentido, pensar en fomentar un voto útil entre la comunidad mexicana-americana parece una buena idea. Aunque se podría acusar de una injerencia indebida al gobierno, lo cierto es que el cinismo inmovilista de los republicanos ameritaría una medida de esta severidad y arrojo. Como ocurrió en California después de la vergonzosa propuesta 187, sólo los votos pueden “sensibilizar” a los políticos testarudos. Si los millones de mexicanos-americanos votaran con disciplina a favor de los demócratas, los republicanos no tardarían en dejar de lado sus pruritos. Tontos no son.

– León Krauze

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(Ciudad de México, 1975) es escritor y periodista.


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