El voto a la extrema derecha ya no solo no parece anormal en Europa, sino que acaba de mostrar claramente hasta qué punto se ha normalizado: en las elecciones europeas del 9 de junio de 2024, las listas de extrema derecha lideraron varios países, entre ellos Francia, y quedaron muy arriba en otros. En Francia, la lista de la Agrupación Nacional, liderada por Jordan Bardella, es más del doble de fuerte que la de Renacimiento, el partido del Presidente de la República.
No faltan los análisis sobre las razones socioeconómicas, culturales, históricas, ideológicas, políticas, etc., que explican el auge de la extrema derecha nacionalista en Europa y en Francia desde hace varias décadas. Pero la cuestión sigue siendo la siguiente: ¿qué motiva a los votantes de extrema derecha, qué les ha hecho lanzarse, cada vez en mayor número y durante un largo periodo, a favor de partidos con un pasado generalmente desprestigiado y un presente marcado por programas de seguridad e identitarios peligrosos para la democracia, ideologías nacionalistas que justifican políticas duras para frenar a los inmigrantes o incluso expulsarlos y obligarlos a volver a su país o a otra parte? Como sabemos, el extranjero, o las poblaciones señaladas en función de ciertos marcadores físicos o culturales, son el pilar de la extrema derecha en Europa y en todo el mundo. Provocan un racismo, o brotes de racismo, que se dirigen contra grupos supuestamente homogéneos, aunque las apariencias engañen cuando se trata de orígenes y afiliaciones, afiliaciones religiosas por ejemplo. Por lo tanto, es importante hablar de racismo, o describir con precisión en qué consiste este racismo entre los votantes del Reagrupamiento Nacional y de los partidos de extrema derecha, sin subestimar otras características que contribuyen a su atractivo, como el “fenómeno Jordan Bardella” entre los jóvenes votantes del RN.
La racialización de la sociedad
Aquí es donde el libro de Félicien Faury Les électeurs ordinaires es particularmente interesante. Su investigación “de base” entre los votantes del RN en el sureste de Francia (región Provenza-Alpes-Costa Azul) muestra claramente lo que motiva, o más bien cómo se moviliza y desmotiva esa base lepenista del sur, compuesta por trabajadores por cuenta ajena, autónomos y comerciantes, profesiones intermedias y pequeños jubilados. Si bien no hay diferencias esenciales con el discurso más conocido de sus homólogos del RN del Norte y del Este –que proceden en gran parte de barrios obreros y de entornos degradados por la desindustrialización, la reestructuración del mercado laboral y el desempleo–, sin embargo resulta interesante conocer mejor las reacciones de la “pequeña clase media” francesa, protegida en el empleo a pesar de estar poco cualificada, ser propietaria de su vivienda, pagar impuestos (aunque a un tipo bajo) y que, en el sur de Francia, fue de las primeras y más coherentes en dar su voto al movimiento lepenista.
En cuanto al racismo, una cosa son los comentarios y actos racistas, oídos o vistos en directo o difundidos de forma más o menos constante por los medios de comunicación (de hecho, como en el conjunto de la sociedad, muy pocos votantes de RN admiten ser abiertamente racistas), y otra la racialización generalizada de la vida social, y es en este punto donde el trabajo de campo de Félicien Faury resulta especialmente sorprendente.
Desarrollado principalmente en el primer capítulo, puede resumirse de la siguiente manera: “La fuerza de la extrema derecha no ha residido en su capacidad para imponer una sola cuestión –la inmigración– en el debate público, sino más precisamente en su implacable capacidad para proponer conexiones y una lista cada vez más larga de otras cuestiones sociales, económicas y políticas” más o menos vinculadas a la inmigración.
En cierto modo, la inmigración se convierte en el filtro –preocupante, angustioso, interesado…– de una visión del mundo en la que “la hostilidad racial se entrelaza con las preocupaciones económicas”. ¿Desempleo?
Según el eslogan más extendido de la extrema derecha, la culpa es de los inmigrantes que “roban puestos de trabajo”, o al menos se les considera sobre todo como los principales beneficiarios de las prestaciones de desempleo pagadas con los ingresos de los “verdaderos trabajadores”.
Pero el resentimiento de las clases medias del Sur, menos expuestas al desempleo, procede ante todo de un sentimiento de injusticia fiscal, de los recortes de los salarios (salarios “merecidos”) por los impuestos… Situadas en la mitad de la escala social, las clases medias no cualificadas sienten que “no tienen derecho a nada”, a ninguna ayuda social, mientras que el “vago” tiene derecho a todo –el “vago ocioso” se identifica a menudo con el inmigrante, el árabe, cuya presencia es por definición problemática y al que habría que enviar a casa.
Aunque existan desigualdades reales, la selección e interpretación de los hechos siempre está sesgada, y además estos hechos están esencializados: como en el caso de la inactividad, que se reduce a rasgos personales y culturales asociados “por esencia” a los inmigrantes no europeos. En estas condiciones, es lógico que la inmigración aparezca como una “pasión de Estado” irracional, una preferencia desmedida por los extranjeros, denunciada como tal, por ejemplo en una campaña de carteles de jóvenes lepenistas acompañada de comentarios edificantes como: “Julie lleva dos años esperando una plaza de estudiante… ¡Por desgracia para ella, no es inmigrante!” La elección de la escuela pública, incluso si se tienen convicciones laicas, sigue una lógica similar.
El mundo en el que viven los votantes del RN se describe siempre según esta escala de preferencias, que en todas partes (en la escuela, por ejemplo, pero también en los comercios y las administraciones) desfavorece a los franceses (respetables) y prioriza y favorece a los extranjeros (preocupantes, potencialmente peligrosos), es decir, según una escala de valores opuesta a la de los partidarios de Marine Le Pen.
Evidentemente, no faltan las obsesiones por la seguridad: la policía, estricta cuando se trata de “buenos franceses” que respetan las reglas comunes, siempre se supone que es demasiado laxa cuando se trata de ilegalidades y fraudes de todo tipo; las cárceles se convierten entonces, por supuesto, en centros de ocio, o incluso en restaurantes de hotel, donde los presos imponen su ley, etc.
¿Por qué habría de sorprendernos la denuncia recurrente de la laxitud de las sanciones policiales y judiciales contra los delincuentes, siempre con el presupuesto tácito de que estos delincuentes son necesariamente y ante todo “extranjeros”? Félicien Faury señala que en el RN no se designa a estos extranjeros por su nacionalidad, sino por características físicas generales (color de piel, acento, vestimenta, etc.), y que, por otra parte, la “prioridad nacional” promovida en todos los ámbitos se connota también como una preferencia racial.
El último capítulo aborda con igual perspicacia las “lógicas de la normalización”. Todos estos elementos racialistas del lenguaje se dicen y se transmiten ante todo en el medio local de las celebraciones familiares y las reuniones de barrio, en contextos profesionales más bien favorables, en el supermercado, en la peluquería…
Así es como se “autorizan” colectivamente, como se superan los escrúpulos de la estigmatización nacional, como dejan de ser desviados, como el voto RN se convierte en la norma local, y como la izquierda “moralizante y sermoneadora” y la derecha “traidora” (Sarkozy y otros) (al no hacer lo que dicen que van a hacer) pueden ser rechazadas sin rubor.
Al igual que toda la clase política, formada en gran parte por “aprovechados” e incluso por “corruptos” y “ladrones”: por el contrario, se puede “creer” en Marine Le Pen, que ciertamente tampoco es perfecta, pero que tiene las “ideas correctas” y, al menos en lo que se refiere a los empujones de la “inmigración” y el “islam”, hará algo de lo que dice.
A la larga, se ha convertido en una figura casi familiar, cercana, conocida, y su programa parece menos extremo, menos radical, menos peligroso para la democracia: si llega al poder, no pasará nada grave… Frente a él, Éric Zemmour ha parecido lejano, desconocido, y en cualquier caso situado en el lado elitista y burgués, hablando bien y cubierto de dinero, y limitándose a denunciar la inseguridad cultural.
En conclusión, Félicien Faury señala acertadamente que votar al Reagrupamiento Nacional y adoptar sus eslóganes e insinuaciones racistas también significa hacer justicia a lo que el Estado ya no reconoce, o ya no reconoce muy bien: el “mérito de la norma” (trabajar, pagar impuestos, seguir las reglas, etc.).Por último, es una forma de mantenerse del lado de la “Francia mayoritaria” cuando se teme que un día no muy lejano uno se encontrará definitivamente en minoría o en el bando perdedor…
¿Quién es Jordan Bardella?
La disolución de la Asamblea Nacional la noche de las elecciones europeas cambió el paisaje político. Los vaivenes, por momentos sorprendentes, cómicos y lamentables, de las uniones y desuniones a derecha e izquierda antes de la primera vuelta de las elecciones legislativas han copado la actualidad.
Sin embargo, queda por constatar el gran hecho de las elecciones europeas: el maremoto de la extrema derecha que, más allá de las clases medias del sureste y de la clase obrera de las regiones desindustrializadas del noreste, se ha extendido a todas las regiones, como Bretaña, antes menos receptivas a sus temas. Alcanza ahora a clases sociales –directivos, entre otros, y categorías socioprofesionales altas–, así como a grupos generacionales –jubilados– que antes se resistían a los cantos de sirena del azul marino.
En el mapa electoral de los resultados, no hay más que ver el color marrón uniforme que cubre Francia: solo algunas grandes ciudades (donde la lista socialista de Raphaël Glucksmann sale a veces en cabeza) y algunas zonas suburbanas (donde gana La France insoumise) se resisten a la superioridad del RN.
El excelente libro de Félicien Faury, que desentraña muy acertadamente las causas y el sentido del Reagrupamiento Nacional, no menciona (todavía) a Jordan Bardella, sin duda porque fue realizado antes del ascenso de Bardella a la prominencia, quizás también porque, como hijo de Saint-Denis y los suburbios de París, no tiene nada en común con los votantes de RN en la región PACA. La considerable ventaja de su lista en las encuestas se ha visto confirmada esta vez (a diferencia de 2019) por el éxito de la lista Lepéniste en las elecciones europeas. Se ha convertido en el ídolo de los jóvenes del RN, aclamado por un buen tercio de los que acudieron a las urnas, pero que representa poco más del 10% de los jóvenes (entre 18 y 24 años).1 Conviene no sobrevalorar esta adulación: existía con el mismo entusiasmo, a la vez impresionante y a menudo risible, entre “Les jeunes pour…” (Los jóvenes por…). Chirac, Sarkozy, Hollande o Macron. También hay que recordar que Jordan Bardella está deliberadamente alimentado por la red TikTok, donde tiene 1,3 millones de abonados (muchos más, según algunas fuentes) y que, según Olivier Galland, forma parte de su estrategia electoral.
Es probable que estos jóvenes “aficionados”, que a menudo tienen dificultades educativas y dejaron la enseñanza secundaria sin terminar el bachillerato, y que viven en la periferia y en el campo “abandonado” de la República, se reconozcan especialmente en un tipo sonriente, simpático y “de éxito” (con bachillerato pero sin categoría socioprofesional superior) que encabeza la lista para las elecciones europeas, de la que lo ignoran todo, en particular acerca de la existencia y los nombres de otras listas, pero también, evidentemente, acerca de su complejo funcionamiento (es el caso de muchos otros electores…).
Sin embargo, una mirada más atenta a su biografía muestra que tal vez haya sufrido más por el divorcio de sus padres que por las carencias sociales, económicas, educativas y culturales del departamento de Seine-Saint-Denis (que a él le gusta reivindicar y que su partido señala para subrayar que es posible superar el destino incluso en las condiciones desfavorables del “93”).2 También hemos sabido que el joven Bardella, alumno de una buena escuela privada católica, daba clases de francés a inmigrantes: un gesto altruista, al fin y al cabo, que llega en el momento justo para demostrar hasta qué punto el encargado de aplicar con firmeza la política de inmigración de línea dura, la “preferencia nacional”, es también un hombre de buen corazón, capaz de comportamientos altruistas. Es esta imagen la que cuenta para los miembros de RN, porque se reconocen en ella: ellos también son capaces en ocasiones de “dar”, de ayudar, de tener compasión… incluso hacia quienes no les caen bien.
Si nos sorprende su presencia en este nivel de la Agrupación Nacional, debemos recordar que si Jordan Bardella ha ascendido en la jerarquía, es sobre todo (como en todos los partidos con una marcada ideología doctrinaria) gracias a su facilidad y eficacia para repetir el lenguaje difundido por el Partido: la respuesta es siempre perfectamente ajustada y sin titubeos, en los debates y ante las preguntas de los periodistas (los nuevos portavoces nombrados más recientemente funcionan según el mismo modelo).
Los “marcadores” del éxito electoral
Si la personalidad de Jordan Bardella ha contribuido sin duda al éxito del RN en las elecciones europeas, no han faltado los “marcadores” característicos del electorado de RN.3 El primero es bien conocido: el bajo nivel de formación de los votantes del RN (en comparación con los de otros partidos). La falta de cualificación educativa (y, en particular, la falta de acceso al bachillerato) crea un sentimiento de “relegación cultural”, que también es probable que refuerce la inseguridad económica.
Por ello, las acusaciones de incompetencia hacia los dirigentes del RN no suelen dar en el blanco. Para los electores, la cuestión es identificarse con líderes percibidos como cercanos, más que de admirar sus proezas verbales. Los observadores han señalado que, si bien el Primer Ministro, Gabriel Attal, venció en la batalla de la competencia en su debate con Jordan Bardella, no ganó nada en el terreno electoral, sino todo lo contrario: al invitarle a debatir con él, lo estableció como su igual, un Primer Ministro en ciernes.
Como sabemos, Marine Le Pen rechazó el debate que le ofreció el Presidente de la República. ¿Tenía más que perder, como en el calamitoso debate de 2019? Quizás sí. Pero la situación había cambiado por completo. En efecto, la impopularidad de Macron se había vuelto considerable; incluso se había extendido a sus propias filas, como vimos tras su disolución de la Asamblea Nacional, decidida sin la menor consulta con Renacimiento. Subiéndose a esta ola, el RN ha conseguido que las elecciones europeas sean un voto sobre la trayectoria de Emmanuel Macron. Como señala Félicien Faury, Macron “combina, a los ojos de los votantes del RN, los fallos atribuidos a las fuerzas dominantes económicas y culturales”. Es más, políticamente “no sabemos muy bien dónde está”, el hombre que quiso ser “a la vez de derechas y de izquierdas” (o “ni de derechas ni de izquierdas”). Pero ¿no habría que añadir que el maremoto de RN se ha logrado gracias a la devaluación personal de Emmanuel Macron, al rápido y brusco deterioro de su imagen entre los pensionistas y las categorías socioprofesionales superiores, de hecho entre todos sus partidarios desde 2017? Y eso por agravios que ahora se oyen por todas partes: arrogancia y afirmación constante de sí mismo, de su papel y de su capacidad exclusiva de poder, menoscabo y trato despectivo de su entorno y de los ministros que él mismo nombró, etc. En este caso, tendríamos a la vez un voto de protesta del RN contra Macron y una nueva señal de su “normalización”.
El segundo marcador significativo es un voto lepenista sobre todo rural y suburbano. Solo las grandes ciudades se resisten: “En las ciudades, el voto al RN es casi siempre más débil; en cuanto te alejas, explota”. El tercer marcador es la pobreza, con la diferencia de que no son los más pobres (los trabajadores a tiempo parcial de los servicios, por ejemplo) los que votan al RN (en los suburbios, votan a La France Insoumise), sino más bien los obreros, por razones que habría que precisar (su bajo nivel de instrucción es sin duda un factor determinante, pero en el fondo se encuentran en la situación de las clases medias dominantes/dominadas). En realidad (y esto nos lleva de nuevo a Faury), el voto al RN combina un sentimiento de desigualdad, de estar entre los perdedores, de estar “abandonados” por el Estado, y el racismo, una situación cuya culpa atribuye en primer lugar a los extranjeros, beneficiarios de ayudas y solidaridades que no son “para nosotros”.4 ¿Qué significa exactamente el “sentimiento de abandono”, que ahora se invoca en todas partes y se está convirtiendo en una profecía autocumplida? En primer lugar, se trata del abandono de los “servicios públicos”: falta o escasez de médicos de cabecera y especialistas, cierre de oficinas de correos y de escuelas primarias, escuelas “relegadas” más lejos (porque no hay suficientes alumnos y los transeúntes solo ven el patio desierto), ausencia de medios de transporte, cierre inexorable de pequeños comercios de proximidad y de locales sociales.5 El último capítulo de La France d’après, del sociólogo Jérôme Fourquet, se titula significativamente “La desaparición de los servicios públicos, combustible de la RN en las pequeñas ciudades y pueblos” [mis cursivas].6
El marcador de la “inseguridad” también está muy presente, por supuesto, entre los votantes de Marine Le Pen. Se manifiesta de muchas maneras, desde las pequeñas y grandes incivilidades hasta la violencia contra las personas y los bienes, desde la presencia excesiva de inmigrantes (musulmanes) hasta el reinado de los narcotraficantes sobre territorios cada vez más vastos, sin olvidar, por supuesto, la amenaza constante de un atentado islamista. Tanto es así que, antes de cada elección, se teme un episodio violento que incline el voto de los electores sensibles al tema de la seguridad, común a todos los partidos de derecha en cada elección desde hace décadas. Cuando el antiguo Frente Nacional empezó a abrirse camino en ciertas zonas rurales, a menudo nos preguntábamos cómo podían esgrimir este argumento franceses que, en tiempos normales, no tenían ninguna experiencia directa de inseguridad significativa. A lo que contestaban fácilmente que estaban al corriente de ellas, amplificadas gracias a los medios de comunicación, que por definición no hablan de tiempos y lugares tranquilos. Esta “tranquilidad” de la Francia rural se pone ahora seriamente en tela de juicio: basta con leer los impresionantes capítulos dedicados al “ascenso de las aguas azul marino” entre 2002 y 2022 en la segunda parte de La France d’après. Los títulos de los sucesivos capítulos hablan por sí solos: “Delincuencia y violencia: cruzando umbrales y extendiéndose por todo el país”, “La creciente influencia del narcotráfico, factor desestabilizador de la sociedad francesa”, “Francia, la naranja mecánica: El aumento de la mediatización de la delincuencia”, “Las secuelas de la oleada terrorista”, “La persecución de la inmigración en el centro de la dinámica del Frente”, sin olvidar la inseguridad cultural (los votantes del RN son también los “rezagados de la revolución educativa”, ya que “tener el bachillerato” se ha convertido en la norma), y la inseguridad de consumo (son “los relegados de la sociedad de consumo” cuando esta impone nuevas normas de consumo “de alta gama”, haciendo más difícil, si no imposible, llegar a fin de mes y ahorrar para el mes, o creando limitaciones presupuestarias que los modestos ingresos de la Francia obrera son incapaces de controlar). Según Jérôme Fourquet, estos cambios más o menos visibles, tanto de cerca como de lejos, están creando un sentimiento más o menos difuso de “inseguridad cultural”, que es un motor clave del voto al RN.7
¿Podrían los votantes del RN en las elecciones europeas depositar otra papeleta en la urna para las elecciones legislativas? ¿Es probable que el propio programa social del Nuevo Frente Popular, por ejemplo, con sus 180 medidas que a priori les son favorables, les atraiga? Es más bien dudoso. Como señalan los especialistas en RN, sus votantes tienen una fuerte demanda de Estado, pero no son partidarios de una redistribución “simple”, igualitaria y universal, porque se sospecha que fomenta el bienestar de las personas que no trabajan (y no quieren trabajar), y por tanto sobre todo (según los miembros del RN) de los inmigrantes…
También cabe preguntarse si pueden ser sensibles a las ruidosas manifestaciones de la izquierda para denunciar el fascismo que se avecina: tendrían que conocer suficientemente la historia del fascismo y ser conscientes de las facetas fascistas del RN, lo que dista mucho de ser el caso. Es más probable que la agitación callejera de la izquierda contra el RN anime a los votantes de RN a decir “adelante”. Y es difícil que el “partido de las clases descontentas” vuelva al macronismo, es decir, al “presidente de los ricos”….
Por último, el menor capital educativo y cultural de los votantes del RN (en comparación con los de otros partidos) sugiere que estamos ante una forma de “malestar en la civilización”. Esto no quiere decir que los votantes no comprendan o aprecien las consecuencias de su voto, sino que este prospera en un contexto de deculturización general. El auge de la extrema derecha, significativamente asociada al populismo, y por tanto al “pueblo”, parece deberse a pesar de todo a diversos fenómenos ligados a la globalización, como la desterritorialización en el espacio (con la disociación entre territorios y culturas)8 o el acceso virtual a todo el mundo a través de internet, que desestabilizan las identidades y la seguridad cultural, psicológica y social (laboral), dan la impresión a las antiguas mayorías de que se están convirtiendo en minorías, y alimentan miedos de todo tipo… En mi opinión, a estos procesos habría que añadir los numerosos análisis sociológicos sobre nuestra “era del vacío”, nuestra sociedad “líquida” y el nihilismo práctico que reina en las sociedades de consumo y de satisfacción inmediata.9 Todas las realidades sobre las que nadie tiene un control total, pero en las que algunas personas disponen de más bienes materiales, psicológicos y culturales que otras. Una de sus principales consecuencias es la tentación de “culpar a los demás”, de señalar con el dedo a los chivos expiatorios y de odiar al “otro”.
1. Véase Olivier Galland, “Les jeunes et le RN” [en línea], Telos, 12 de junio de 2024.
2. Véase Yann Bouchez y Clément Guillou, “L’enfance de Jordan Bardella à Saint-Denis, du mythe à la réalité”, M le magazine du Monde, 1 de junio de 2024.
3. Véase Vianney Mone, “À propos du vote RN” [en línea], Des hauts et débats, 13 de junio de 2024.
4. Este “extranjero” incluye ahora a Ucrania, para la que se están invirtiendo sumas considerables “mientras nosotros no recibimos nada” (un joven rural de la región de Creuse oyó esto en la radio, pero la necesidad vital de ayudar a Ucrania se malinterpreta ampliamente).
5. A esta desertización podríamos añadir las iglesias cerradas, sin culto desde hace años, debido al drástico declive de la Iglesia católica. En cualquier caso, es fácil comprender por qué la conservación o la apertura de un servicio o de un negocio, a menudo con la ayuda de un ayuntamiento dinámico, es una hazaña saludada por la prensa y los medios de comunicación locales…
6. Jérôme Fourquet, La France d’après. Tableau politique, París, Seuil, 2023.
7. Entrevista a Jérôme Fourquet, La Croix, 18 de junio de 2024, p. 6-7.
8. Véase Olivier Roy, L’Aplatissement du monde. La crise de la culture et l’empire des normes, París, Seuil, coll. “La couleur des idées”, 2022.
9. Véase Gilles Lipovetsky, L’Ère du vide. Essais sur l’individualisme contemporain, París, Gallimard, serie “Les Essais”, 1983; y Zygmunt Bauman, Le Présent liquide. Peurs sociales et obsession sécuritaire, trad. Laurent Bury, París, Seuil, 2007.
Traducción del francés de Daniel Gascón.
Publicado originalmente como “Qui sont les électeurs du Rassemblement national?”, Esprit, 21 de junio de 2024.
Jean-Louis Schlegel es editor, traductor y sociólogo de las religiones.