Foto: Martin Argles/eyevine

Los think tanks y la reforma de los partidos políticos

Los partidos históricos de México están en crisis. No serían los primeros en renovarse con ayuda de los think tanks.
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Después de las elecciones de este año en México, quedó claro que los partidos históricos de nuestro país están fuera de combate. El PRD ya no existe, el PRI no se dio cuenta que está dejando de existir y el PAN parece que ya no quiere existir.

Puesto que no hay tal cosa como la inmortalidad institucional, tenemos numerosos precedentes en el mundo para esta situación: desde partidos políticos que desaparecieron hasta aquellos que, estando a punto de la extinción, supieron reformarse y  no solamente sobrevivieron, sino que se volvieron más competitivos y regresaron al poder con mayorías más sólidas dándoles su respaldo. Los casos clásicos de estudio son el Partido Demócrata de Estados Unidos en la década de 1980 y el Partido Laborista del Reino Unido en la década de 1990. El laborismo calcó el modelo de reforma del Partido Demócrata y ambos lanzaron la exitosa etiqueta de “nuevo”: nuevos demócratas y nuevos laboristas.

En su momento, este artificio mercadológico resultó sumamente exitoso, pero se trataba de mucho más que mera mercadotecnia. Por eso, aunque innumerables partidos políticos tercermundistas han querido copiar el esquema con publicidad engañosa que los califica de nuevos (“nuevo PRI”, “nueva política”), al final fracasaron por la falta de contenido programático real que avalara ese calificativo. No basta con decirse nuevo y postular gente joven, así sea analfabeta o guapa, atributos predilectos de las franquicias partidistas mexicanas. Los demócratas y los laboristas relanzaron sus partidos mediante una remodelación integral de sus organizaciones antes de autodenominarse “nuevos.” ¿En qué consistió esta remodelación integral?

Ya he dedicado un ensayo en esta misma revista a enumerar varias de las medidas adoptadas para reformar partidos políticos. En esta ocasión quiero concentrarme en una sola de estas medidas, quizá la única asequible para nuestros moribundos partidos, vista su limitada competitividad electoral. Me refiero a la renovación discursiva y programática mediante los think tanks, la remodelación retórica, la revaloración de los temas y las propuestas de gobierno diseñados en los laboratorios de ideas.  

La elección presidencial de 1980 constituyó el mayor desastre electoral de la historia del Partido Demócrata desde que dominaron la política estadounidense en los años del New Deal de Franklin Delano Rosselvelt. Jimmy Carter no logró la reelección frente a Ronald Reagan y los republicanos tomaron el control del Senado por primera vez desde 1952. A consecuencia de la derrota, el partido cuestionó tres componentes de su identidad: el programa de gobierno y políticas públicas, la unidad partidista y sus capacidades electorales. A efecto de examinar estos aspectos, crearon un comité para la eficacia del partido (Comisión para la Efectividad Partidista)(CPE, por sus siglas en inglés) desde el grupo de los demócratas en la Cámara de Representantes. En el CPE había treinta y seis demócratas de todas las “filosofías y regiones”. Desde ahí publicaron el documento Rebuilding the road to opportunity, cuyas propuestas eran el énfasis en la restauración del crecimiento y la igualdad de oportunidades. El esfuerzo fracasó, pues en 1984 Reagan no nada más se reeligió, sino que el partido republicano conservó la mayoría en el Senado y ganó 14 lugares adicionales.

A pesar de la derrota, en 1985, los demócratas crearon un consejo de liderazgo demócrata (DLC) como una instancia ajena al partido. El DLC no tenía una conexión formal con el partido a nivel nacional o estatal. Tampoco exigía compromisos de tiempo por parte de sus integrantes, pero les ofrecía espacios muy amplios para lucimiento mediático. Este órgano se planteó reconstruir la identidad partidista nacional, crear un nuevo atractivo para el votante, cambiar percepciones públicas y dotar al consejo del partido de más funciones. De nuevo, este esfuerzo intelectual no alcanzó la victoria presidencial en 1988, pero sí logró el avance electoral de los demócratas y la recuperación de espacios en el Congreso. Además, convenció finalmente a los militantes del partido de la necesidad de una renovación discursiva íntegra para la elección presidencial de 1992.

En 1989, el partido demócrata inició la formación de un movimiento interno conocido como los Nuevos demócratas. Entre los representantes más destacados de esta nueva tendencia se contaban Al Gore, Dave McCurdy y Bill Clinton. Para acompañar el esfuerzo publicitario de esta corriente, los nuevos demócratas crearon un think tank externo para la formulación de las políticas públicas: el Instituto de Política Progresista. Ese centro de reflexióntambién se dedicó a la búsqueda de nuevos contribuyentes financieros a las campañas demócratas en todas las industrias que tradicionalmente los habían visto con malos ojos. La militancia tenía oportunidad de participar en actividades del think tank, recibir formación y contribuir al debate mediante donativos de monto variable desde el capítulo estatal de la organización nacional. Este novedoso organismo ideológico propuso una renovación total en cuatro valores: oportunidad, responsabilidad, comunidad y seguridad nacional. La nueva filosofía progresista creía en un “gobierno activista” más responsable pero menos burocrático. A la discusión y conferencias del instituto se invitaba ya no solo a militantes sino a empresarios, con la finalidad de atraer votantes y simpatizantes nuevos, con cuadros jóvenes formados en una nueva filosofía. Finalmente, el Instituto de Política Progresista lanzó una campaña de medios masiva para postular a Bill Clinton como candidato presidencial.

La elección de Margaret Thatcher como primera ministra en 1979 supuso un colapso sin precedentes para el Partido Laborista. El Estado de bienestar entró en crisis, el sindicalismo fue visto con recelo por las clases medias y el activismo estatal en la economía quedó desacreditado por los malos resultados en la década de 1970. En lugar de que la derrota supusiera un estímulo para la reconsideración ideológica, fortaleció la cerrazón. Después de la derrota electoral de Michael Foot, el líder izquierdista del laborismo en 1983, se produjo un relevo de liderazgo. Neil Kinnock, el nuevo dirigente laborista, más consciente de la necesidad de una reforma interna, empezó a disminuir el apoyo a huelgas, rediseñó la imagen mediática del partido y entró al debate de la política de defensa, un tema que el laborismo tradicional evadía por convicciones pacifistas.

Aún así, el laborismo estuvo en tan malas condiciones durante la década de 1980 que sufrió una escisión. Esta dio lugar al Partido Socialdemócrata, encabezado, entre otros, por Roy Jenkins, un intelectual de izquierda liberal moderada y proestadounidense. A la postre, el Partido Socialdemócrata desapareció y los laboristas sobrevivieron gracias a su trabajo de base en la política local de varias comunidades. En la elección de 1987, el laborismo se sostuvo como segunda fuerza política del país, pero quedaron 10 puntos debajo de los conservadores de Thatcher. Tras un avance sustancial en la elección de 1992, Kinnock fue derrotado una vez más, pero dejó al laborismo la convicción de que era necesario radicalizar los cambios. Entre 1992 y 1994, John Smith se convirtió en el líder y procuró estabilizar y fijar con carácter permanente las reformas de Kinnock. Su muerte en 1994 llevó a un proceso sucesorio en el partido que intensificó las tensiones internas. Una sucesión pactada le permitió al laborismo salir fortalecido bajo el liderazgo de Tony Blair, con el apoyo de Gordon Brown, popularizando el concepto del Nuevo Laborismo.

El Nuevo Laborismo fue resultado del contacto entre demócratas estadounidenses y laboristas en los años noventa. Philip Gould, uno de los tres encargados de la estrategia de comunicación de Tony Blair junto a Peter Mandelson y Alastair Campbell, visitó Estados Unidos para observar y participar en la campaña presidencial demócrata. Blair, como refirió detalladamente en sus memorias, visitó al presidente Clinton para conocer su experiencia en la reforma de su partido. Además dispusieron de un arsenal teórico inspirado en la propuesta intelectual del sociólogo y director de la London School of Economics, Anthony Giddens. Blair propuso abandonar los dogmas de la vieja izquierda y aceptar el libre mercado, procurando siempre atacar los problemas sociales. Además, los nuevos estatutos del partido ya no lo presentaban como favorable a la nacionalización de las industrias, sino como simpatizante de los empresarios y distanciado de los sindicatos belicosos.

En toda esta transformación desempeñaron un papel central los nuevos think tanks. Se creó Progress, que editó una nueva revista, se fortaleció el Institute for Public Policy Research y se reformó la Fabian Society, el primer think tank de la historia inglesa y que dio origen casi un siglo antes al partido laborista. Estos centros de pensamientose enfocaron en la formación de nuevos cuadros políticos jóvenes mediante la plataforma de Labour Students y Young Labour, a fin de aproximarse simultáneamente a estudiantes y a jóvenes sin educación universitaria. La idea era proyectar una imagen fresca y renovada del partido. Detrás de estos think tanks estuvieron siempre tres figuras principales. La confluencia de temperamentos y estilos encontrados como el de Alastair Campbell, periodista ex adicto e iracundo, Peter Mandelson, arrogante ex actor y locutor, y Philip Gould, intelectual y publicista que fue alumno de Michael Oakeshott, produjo una sensación mediática sin precedentes en la política británica en torno al Nuevo Laborismo. Desde ahí promovieron nuevos valores discursivos, como seguridad social acompañada de responsabilidad, valores comunitarios, seguridad nacional y mano dura contra la delincuencia. Usaron sound bites como “Tough on crime, tough on the causes on crime”, (“Dureza contra el crimen, dureza contra las causa del crimen”)“New Labour’s Project is education, education and education” (“El Proyecto del Nuevo laborismo es educación, educación, educación”), y otros más. Tony Blair y el nuevo laborismo arrasaron en la elección nacional de 1997, con el mayor número de asientos parlamentarios en varias décadas.

Desde la derecha, los think tanks también han reorganizado la estructura ideológica y programática del partido republicano. Un caso de gran impacto de los think tanks en la historia reciente fue el de los neoconservadores sobre la política estadounidense. En la década de 1990, mientras los demócratas ocupaban el gobierno federal encabezados por Bill Clinton, la oposición republicana rediseñaba su partido desde sus mismos cimientos conceptuales con nuevos postulados intelectuales. La diferencia es que, en el caso republicano, los nuevos laboratorios de ideas no salieron del seno mismo del partido, sino de sus patrocinadores. Eran actores que presumían su apartidismo y que nada más impulsaban políticas públicas específicas con una agenda independiente.

En la realidad no era así. La alianza entre algunos cristianos radicales y los intelectuales de los centros de pensamiento conservadores (Heritage Foundation o el American Enterprise Institute), subvencionados por la élite financiera, lograron desplazar el partido republicano más hacia la derecha. Además, ganaron una influencia creciente, lo mismo en periódicos como el Wall Street Journal que en los canales de televisión de Rupert Murdoch (la cadena Fox). Los expertos de los think tanks son vistos no nada más como especialistas en un tema de política pública, sino como ideólogos para una nueva definición de la identidad partidista en los gobiernos republicanos. El think tank Project for a New American Century, entre cuyos miembros destacaron Donald Rumsfeld, Paul Wolfowitz o Dick Cheney, modificó profundamente la tradicional política exterior de Estados Unidos sustentada en el multilateralismo, por una de corte unilateral durante el gobierno de Bush Jr. A las grandes empresas les convino esta transformación ideológica del partido republicano, pues el nuevo programa venía acompañado de la propuesta de disminuir impuestos. El “ataque preventivo” como política de defensa contra los enemigos de Estados Unidos se volvió una bandera republicana, impulsado por los think tanks neoconservadores. Como corolario de algunas de estas ideas, dichos centros fomentaron la idea de que era indispensable una guerra en Iraq para democratizar el Oriente Medio y acabar con los enemigos de Estados Unidos en la región.

En estos tiempos, estamos viendo una innovadora remodelación del partido republicano desde el trumpismo, acompañado de nuevas figuras intelectuales y think tanks. Quizá el caso más famoso sea el de J.D. Vance, candidato republicano a la vicepresidencia en la fórmula de Donald Trump, y el think tank American Compass, una institución a la que también está ligada el senador Marco Rubio. Se trata de una organización “postliberal” que no se limita a criticar a los políticos demócratas, sino que hace una crítica severísima del partido republicano por favorecer políticas que perjudican a los trabajadores. De acuerdo con el portal Politico, American Compass insiste en que el apego a los recortes de impuestos, la desregulación y el libre comercio son políticas desastrosas. Exige más aranceles contra China, inversión pública en industrias que generen empleo a nivel local y dar su respaldo a sindicatos, siempre y cuando defiendan valores conservadores. Como puede verse, esto supone una ruptura total con el republicanismo clásico neoliberal al estilo de Ronald Reagan.

Esta nueva generación de republicanos está presionando también para que se abandone la doctrina de supremacía unilateral estadounidense en el mundo y se opte por el aislacionismo, dejando que el mundo se arregle solo mientras Estados Unidos se concentra en sus propios problemas. Como puede verse, presionando desde fuera, pero con fuertes ligas adentro, los think tanks conservadores obligan al partido republicano a volverse más combativo, adoptar perfiles ideológicos más precisos y luchar por regresar al poder.

Es muy revelador de la insignificancia intelectual de la política mexicana que ningún partido nacional tenga un think tank plenamente operativo y digno de ese nombre. Una organización capaz de moldear el debate nacional e influir sobre los cuadros de las instituciones partidistas para que adopten su programa ideológico y sus políticas. Los partidos mexicanos insisten constantemente en que viven abrumados por el peso de la nueva hegemonía ideológica de Morena, pero no formulan ideas para contrarrestarla, o convocan foros donde se repiten los mismos análisis que hicieron fracasar la transición y encumbraron al obradorismo. Si un partido político mexicano decide un día reformarse de verdad, buscará nuevas voces, nuevas plumas, con ideas frescas para enfrentar la realidad contemporánea y no atascarse en la admiración ideológica de un pasado que ya no existe y con nostalgia por el México del siglo XX.

Podrían empezar por trabajar temas como el cambio climático, la política de vivienda, una genuina modernización de la política de seguridad pública y otras preocupaciones reales del electorado joven. Eso dotaría a los partidos de una competitividad mayor que seguir ofreciendo la misma plataforma insuficiente de la transición democrática. Ya no pedimos que nuestros políticos estudien, ojalá cuando menos navegaran internet para darse cuenta que en el primer mundo, no hay partido político sin think tank.  ~

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licenciado en Relaciones Internacionales por el Colegio de México y maestro en Relaciones Internacionales por la Universidad de Essex, Inglaterra. Es articulista en El Universal.


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