Uno sabe que el intento de hacer cambiar de opinión a los fanáticos no tiene sentido. Entonces, aunque resulte paradójico por su capacidad de daño, importan poco en toda discusión porque las probabilidades de que esta ocurra son nulas. La preocupación debe estar en quienes, sin ser en principio como ellos, fanáticos, se muestran mezquinos y no encuentran la urgente necesidad de reprochar públicamente expresiones, posturas o falsedades por considerar que, de hacerlo, estarían beneficiando realidades, personajes o grupos con los que están en contra. Muchas veces, con justificación.
En las horas siguientes al 7 de octubre de 2023, insistí en la necesidad de hablar sobre las acciones criminales de Hamás, sobre el rechazo al secuestro, el asesinato y su brutalidad, sobre todo contra civiles. Sin desplazar por un segundo la conciencia alrededor de la condición palestina, que ha estado presente en mi vida desde la infancia, estaba y sigo estando seguro de que, para ese momento, el gran sujeto de toda reflexión eran ellos, las víctimas del fanatismo.
Desde hace tiempo, más del tolerable incluso para las menores angustias y mayores cinismos, también sin desplazar los terrores y la crueldad a la que están sometidos los rehenes, hoy el sujeto central es la población civil en Gaza, lo que queda de ella. Las condiciones en que quedan. Son las verdades simultáneas en el abismo del horror, donde hay quienes son capaces de relativizar los huesos, en especial de niños y bebés, apenas cubiertos por un poco de piel, ya sin carne. Donde frente a una mujer que no ha podido amamantar porque su cuerpo no puede producir leche, más de uno se atreve a pensar en cómo hacerle eludir a un gobierno la responsabilidad atrás de una realidad a la que llamarle tragedia o crisis humanitaria es minimizarla.
Al inicio de las operaciones israelíes, por su forma y mecánicas, varios advertimos el riesgo que corría Tel Aviv de perder el consenso internacional irrefutable alrededor de su condición de víctima de las atrocidades de Hamás.
En un ensayo de 2024, cuando las primeras respuestas de Israel ya eran algo distinto al derecho de legítima defensa y anticipaban el escenario actual, Amos Goldberg, profesor del Departamento de Historia Judía en la Universidad Hebrea de Jerusalén, escribió:
Lo que está sucediendo en Gaza es genocidio porque el nivel y el ritmo de los asesinatos indiscriminados, la destrucción, las expulsiones masivas, el desplazamiento, la hambruna, las ejecuciones, la eliminación de las instituciones culturales y religiosas, el aplastamiento de las élites (incluido el asesinato de periodistas) y la deshumanización generalizada de los palestinos crean un cuadro general de genocidio, de un aplastamiento deliberado y consciente de la existencia palestina en Gaza.
Raz Segal, profesor de estudios sobre genocidio y Holocausto en la Universidad de Stockton, en Nueva Jersey, publicó en esa misma línea en Jewish Currents tras la orden de evacuación del norte de Gaza: “El ataque genocida de Israel contra Gaza es bastante explícito, abierto y descarado. Los autores de genocidio no suelen expresar sus intenciones con tanta claridad, aunque hay excepciones”.
Shmuel Lederman, profesor en estudios del holocausto en Haifa: “Independientemente de lo que decidan los tribunales de La Haya, la guerra de Israel en Gaza seguirá siendo una guerra genocida, tanto en sustancia como en su percepción, y la conexión entre Israel y el genocidio permanecerá en la conciencia internacional durante mucho tiempo”.
Ha pasado demasiado desde esos días. En las últimas semanas, abundantes voces lejos de las tradicionales han expresado abiertamente y con fuerza su oposición y juicio sobre la operación que cumple ya 22 meses. ¿Qué cambió, cuando en las guerras llega a dar la impresión de que el fin de la vida es estático? No fue el número de muertos, en constante aumento. Tampoco la desconexión de esta guerra con una estrategia de recuperación de los rehenes, argumento que hoy solo esgrimen los más necios y los fanáticos, o el nivel de destrucción, ya que cada vez hay menos por destruir. Fue el resultado final del hambre, por encima de la expectación del hambre a ojos de todos nosotros.
Los cuerpos esqueléticos son lo que sucede cuando las filas y la desesperación por un poco de alimento no lo consiguen. Un médico me explica que hay un punto en el que el organismo ya no es capaz de asimilar el poco líquido y comida que se le proporciona –si es el caso: en Gaza no lo es– y entonces se empieza a consumir a sí mismo.
Y mientras aquellas voces, muchas al interior de Israel, se alzan para denunciar y reclamar las acciones del gobierno de Netanyahu y sus ministros, otras, muchas en México, responden con radicalización, mezquindad y cinismo. Achacan la hambruna al rechazo a la entrega de alimentos por medio de la organización Gaza Humanitarian Foundation o a la escolta de convoyes por parte de las Fuerzas de Defensa Israelíes, excluyendo de sus afirmaciones que más de mil personas han muerto, ya sea por la mecánica de la organización o porque han sido asesinadas bajo fuego de las IDF al buscar comida. Unas más ridiculizan las imágenes de la inanición o, con la intención de deslegitimar el rechazo, la tristeza o el enojo por la operación israelí sobre Gaza, remiten la falta de atención que se le tiene casi de manera generalizada en el planeta a Sudán –somos pocos los que en México hemos publicado sobre el país africano–, sin el menor pudor en suscribirse a algo peor que esa otra indiferencia. Sudán les importa tan poco como a la mayoría de los demás, pero con tal de defender las acciones de Netanyahu instrumentan a su muy individual favor el sufrimiento de terceros.
Académicos del Holocausto y estudiosos del genocidio como Omer Bartov, de la Universidad de Brown, modificaron su punto de vista ante el paso diario de acciones que se fueron acumulando. El factor tiempo importa. Bartov escribió en el New York Times:
Mi conclusión ineludible ha sido que Israel está cometiendo genocidio contra el pueblo palestino. Habiendo crecido en un hogar sionista, vivido la primera mitad de mi vida en Israel, servido en las Fuerzas de Defensa de Israel como soldado y oficial y dedicado la mayor parte de mi carrera a investigar y escribir sobre crímenes de guerra y el Holocausto, esta fue una conclusión dolorosa de alcanzar, y a la que me resistí todo lo que pude.
Amos Goldberg y Daniel Blatam, quien encabeza el Instituto de Judaísmo Contemporáneo en la Universidad Hebrea, explicaron en Haaretz, que a pesar de su longevidad y reputación, también ha sido descalificado por sus posiciones críticas: “No hay un Auschwitz ni Treblinka, pero es un crimen de la misma familia: un crimen de genocidio”.
Mucho se ha escrito en el mundo entero alrededor de Nuestro genocidio, el reporte de la organización israelí de derechos humanos B’Tselem publicado en julio. El título es explícito.
Estas voces importan por la autoridad moral que han construido; por lo que representan; por la distancia con la simpleza y contra un identitarismo que, en la mayoría de las ocasiones, si no en todas, es enemigo de la reflexión y pavimenta el fanatismo aprovechado por políticos mesiánicos. Junto a ellos, están quienes por razones tangenciales han sido desacreditados al asumirlos de una ideología determinada, llamándolos de izquierda o de una corriente social o política no objetiva.
A los anteriores, como a la organización Médicos por los Derechos Humanos, se les ha querido anular con señalamientos ideológicos en respuestas similares al llamado de Fania Oz-Salzberger, hija de Amoz Oz, al publicar en la red social X: “Soldados, regulares y de reserva. Padres de soldados, abuelos de soldados. No hay otra opción: negarse a servir en Gaza. Negarse, negarse, negarse. Los secuestrados y sus desafortunadas familias fueron traicionados por el gobierno israelí”.
¿En verdad alguien considera que decirle a otro de izquierda es un argumento para anularlo ante la denuncia del salvajismo?
Un grupo formado por antiguos liderazgos de prácticamente todas las agencias de inteligencia israelíes han pedido detener esta guerra, por su inutilidad. Para recuperar a los rehenes. Este nunca fue el camino para ese propósito, sino para otro.
Netanyahu, como lo hizo en los primeros días luego del espantoso ataque de Hamás, acaba de volver a hablar de una ocupación total en la Franja.
No es nueva en la historia la deslegitimación con tal de justificar el barbarismo. Ahí está el peligro de los cínicos y mezquinos. ~