El bien no es lo único que se presta a una idealización. Para entender el mundo, para hacerlo más comprensible y simplificarlo, necesitamos malos malísimos, que sean siempre malos, que lo sean mucho y que encarnen la idea total del mal. Ese malo total, el supervillano de cómic de Marvel, es ahora Steve Bannon. Al que fuera mano derecha de Donald Trump, y su jefe de campaña, estratega en jefe en la Casa Blanca, se le atribuyen las victorias del populismo allí donde las ha habido: Trump, Salvini, Bolsonaro.
Y ahora también Vox. Bannon alaba a Orbán, está instalado en Roma y ha fundado The Movement, con sede en Bruselas, algo así como la internacional populista que pretende dar un golpe en la mesa en las próximas elecciones europeas. Desde luego, atributos no le faltan para encarnar al supervillano: le gusta el mal, es poderoso, tiene dinero –que hizo gracias a Seinfeld– y tiene un objetivo: la victoria del nacional populismo.
Ayer El País publicó una entrevista con Bannon en Roma, hecha horas antes de saberse la conclusión de la investigación del fiscal Mueller sobre la trama rusa durante las elecciones presidenciales de 2016 que le dieron la victoria a Trump. En la construcción del personaje de malvado, se le atribuye una importancia capital a Bannon, cuando en realidad la victoria de Trump se explica sobre todo por la fidelidad del voto republicano.
Bannon se presenta como el inventor de la capitalización de la indignación, del conversor del cabreo en votos y de la estrategia política. Habla como si fuera experto en política internacional y tuviera un conocimiento lo suficientemente profundo como para colaborar en la creación de estrategias para que el populismo gane en cada país, por diferente que sea. Insinúa haber colaborado en la victoria de Bolsonaro en Brasil y del Brexit. Se atribuye la idea de un pacto populista en Italia entre la Liga y el Movimiento 5 Stelle. Y en general estamos comprando la imagen que quiere proyectar: la de un estratega brillante capaz de volcar resultados electorales y de desestabilizar la UE, por ejemplo. Sin duda, lo intenta.
Curiosamente, habla menos del populismo de derechas que no gana –a Le Pen no le asesora aún, aunque si mañana ganara unas elecciones quién sabe si no revelaría reuniones en el castillo de los Le Pen–. Pero puede que Steve Bannon sea sobre todo un vendedor de sí mismo que haya sabido aprovechar el momento.
En la entrevista en El País, Daniel Verdú le pregunta qué tipo de partido cree que es Vox. “Un partido nacionalpopulista. No son profesionales, pero están orgullosos de ello.” Ya no sé cuál es la etiqueta en la que mejor encaja Vox –extrema derecha, ultraderecha, populismo de derechas, nacionalpopulista, etc.–, pero lo que desde luego sí son es profesionales: todos vienen del ala más derechista del PP.
Al día siguiente de las elecciones andaluzas y de la inesperada irrupción de Vox en el parlamento andaluz, escuché a dos señores comentando el tema en una cafetería. “Estos, al final, son de los nuestros”, dijo uno de ellos, y se refería al PP de Madrid. Así que puede que Bannon sea el mal, sin duda quiere serlo, pero no deberíamos atribuirle todas las capacidades que dice tener ni otorgarle todos los méritos que pretende. Más que por superstición y por evitar lo de la profecía autocumplida, deberíamos poner a Bannon en el lugar que le corresponde también por atenernos a los hechos y no a un relato simplificador del mundo.
(Zaragoza, 1983) es escritora, miembro de la redacción de Letras Libres y colaboradora de Radio 3. En 2023 publicó 'Puro Glamour' (La Navaja Suiza).