Tito y Franco no podrían ser, en muchos aspectos, más diferentes: estaba en las antípodas el uno del otro. Uno luchó en el bando de los nazis; el otro combatió contra ellos; uno era un estricto reaccionario que favorecía la religión; el otro un comunista ateo; uno fue excluido de las estructuras de gobernanza globales de la posguerra mundial, y era casi un paria; el otro estaba completamente integrado en ellas; uno lideró una guerra colonial, el otro fue adorado por líderes anticoloniales; uno protegió la propiedad privada, el otro la abolió. Probablemente podría seguir.
Como pasa con todos los que están en las antípodas, tienen también cosas en común. Ambos nacieron en el mismo año (1892) y murieron en un espacio de cinco años entre uno y otro; ambos gobernaron durante más de tres décadas sin oposición; ambos se dieron a sí mismos títulos militares: uno era el Generalísimo, el otro el Mariscal; ambos nombraron calles y plazas con su nombre (Tito incluso ciudades); ambos llegaron al poder tras sangrientas guerras civiles; ambos hicieron ejecuciones masivas de sus oponentes (aunque el grado de culpa e implicación en las atrocidades y el genocidio entre los oponentes de Tito era de un orden de magnitud muy diferente al de los de Franco); ambos comenzaron reformas económicas en los sesenta; ambos nacieron católicos; y ambos fueron enterrados en complejos conmemorativos (aunque el de Franco es mucho más grandioso).
Lo que tienen en común también es que muy poco de lo que construyeron o hicieron permanece. Y esto es precisamente lo que me gustaría subrayar. Lo poco que ha quedado de lo que los hombres fuertes europeos de la primera mitad del siglo XX intentaron crear. La historia no ha sido amable con ellos (igual que ellos no fueron amables con sus contemporáneos). El edificio de Lenin y Stalin ha desaparecido: el sistema social ha vuelto al capitalismo, y el país se ha despedazado y ha sido repartido. Lo mismo ocurre con Tito. Erdogan desmantela cada día los fundamentos de Kemal Ataturk. De la Italia de Musolini solo quedan los edificios con aspecto imperial y los puentes: no hay corporativismo, gloria imperial ni monarquía. Y obviamente, la Alemania de Hitler quedó en ruinas, tanto literal como figurativamente. La República Federal y la RDA se construyeron en oposición directa a todo lo que los nazis defendieron. Deberíamos alegrarnos de que la historia haya sido tan antipática con los dictadores europeos del siglo XX.
Pero observando a Tito y Franco me puse a comprobar qué es lo que permanecía de la “obra” de ambos. Y me parece que el veredicto está en favor de Franco (aunque explicaré más tarde por qué). Leyendo por un lado los periódicos españoles y por el otro los serbios (y a veces los croatas), me doy cuenta de la mayor frecuencia con la que se menciona a Franco, en comparación con Tito. Y esto no es así simplemente porque existen intentos de exhumar y enterrar en otro sitio sus restos. Lo mencionan quienes critican la constitución posfranquista, y quienes señalan que la actual monarquía fue “bendecida” o instalada por él.
El caso de Tito es diferente. No solo el edificio que creó desapareció y se fragmentó en varias piezas (aunque sobre las fronteras que diseñó o al menos aprobó), y el sistema económico y político que promovió ha sido desmantelado, sino que no hay nadie en los Estados sucesores de Yugoslavia que pueda considerarse su “heredero” o que haya sido colocado en una posición de poder por él, incluso de manera indirecta.
Mientras que el legado político de Franco es más aparente, no lo es tanto en el nivel de las memorias populares o las percepciones. La “logística” franquista, los nombres de calles, etc., creo que ha sido eliminada completamente de España, pero la de Tito permanece en partes de Yugoslavia (en algunos lugares en Eslovenia, Croacia y Macedonia; solo en Serbia ha sido eliminado completamente de la historia a pesar de que su tumba está ahí). En la memoria de la gente, sin embargo, el periodo de Tito, para la mayoría de los que lo vivieron, o para quienes aprendieron de esa época por sus padres, permanece unido a la prosperidad económica, la paz étnica y la convivencia, y a un papel internacional importante. Aunque hoy la prosperidad económica es sustancialmente mayor en algunas de esas antiguas repúblicas, no lo es en otras; la paz étnica ha sido reemplazada con conflictos permanentes o al menos tensiones (casi ninguna de las fronteras de las antiguas repúblicas está libre de disputa); y el importante papel internacional ha sido sustituido por lo contrario: la insignificancia. Pero esto no ocurre con Franco porque la España de hoy es más rica, más libre y más influyente internacionalmente que la España que dejó.
Así que, aunque la “memoria colectiva” es más amable con Tito que con Franco, el hecho de que todo lo políticamente asociado a Tito ha desaparecido significa que, si medimos cuánto, políticamente, permanece de ambos, la balanza está a favor de Franco. Pero eso no significa que Franco fuera un mejor estadista. Creo que la principal diferencia está en el “material” con el que construyeron su Estados. Franco construyó a partir de los fundamentos de una nación que, a pesar de ser diversa étnica y regionalmente, existía más o menos con las mismas fronteras desde hacía siete siglos. Además, se trataba de una nación que había una potencia global. El “material” de Tito era gente que, durante cinco siglos o más, estuvo bajo ocupación o tutelaje extranjero. Las bases en las que Tito construyó existían solo durante un par de décadas antes de que llegara al poder, y además se fragmentaron y desembocaron en genocidios en la Segunda Guerra Mundial. Así que uno construyó con piedras, el otro con arena.
La tarea de Tito, como la de cualquier líder del este y centro de Europa que intentó gobernar un país multiétnico, fue construir el edificio de un Estado usando un “material” en proceso de derrumbe; o, por parafrasear a Bolívar, cosechando el mar. Por eso no queda nada político o social de la época de Tito. Y por eso ese estado de las cosas no volverá.
Traducción de Ricardo Dudda.
Publicado originalmente en el blog del autor: http://glineq.blogspot.com/
Branko Milanovic es economista. Su libro más reciente en español es "Miradas sobre la desigualdad. De la Revolución francesa al final de la guerra fría" (Taurus, 2024).