“We love hispanics!”

Los hispanos ya no son personajes marginales en la política estadounidense, y fue evidente en las recientes convenciones nacionales de ambos partidos. 
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Durante la convención del Partido Demócrata, en Charlotte, platiqué unos minutos con María Elena Salinas, periodista de larga y respetada trayectoria en Univision. Como compañera en pantalla de Jorge Ramos, y antes como periodista en la estación local de Los Ángeles, María Elena ha sido testigo de la manera como el poder público de los hispanos se ha consolidado en Estados Unidos. Mientras oíamos a Benita Veliz, una joven indocumentada beneficiada por las recientes medidas de Barack Obama para diferir la deportación de jóvenes estudiantes sin papeles, María Elena recordó aquellos tiempos en los que los políticos californianos trataban a los periodistas hispanos con desdén. Me explicó cómo, en aquellos primeros años en Los Ángeles, los políticos la miraban —a ella y a todos sus colegas— con una mezcla de condescendencia, escepticismo y simple y llano racismo. Los hispanos y el idioma español eran, en el mejor de los casos, un inconveniente. “Mira cómo han cambiado los tiempos”, me dijo María Elena mientras escuchábamos la ovación con la que el Partido Demócrata despedía a la joven Veliz del escenario.

En efecto: los hispanos ya no son personajes marginales en la política estadunidense. La fría lógica de las estadísticas demográficas ha obligado a demócratas y republicanos a seducir, a veces con descaro, a los latinos. No es ninguna casualidad que los republicanos le hayan dado un sitio de honor a los dos gobernadores hispanos con los que cuentan (Nevada y Nuevo México). Lo mismo hicieron con Ted Cruz, el ultraconservador candidato a senador por Texas, también hispano. Mucho menos es casual que el hombre elegido para presentar a Mitt Romney durante la última noche de la convención haya sido el senador Marco Rubio, joven hispano de Florida, quien hoy por hoy encabeza —y con toda razón, porque el tipo tiene auténtico carisma— los momios rumbo a una eventual candidatura para 2016. Vaya, hasta Craig Romney, uno de los cinco hijos del candidato, dijo algunas frases en español durante la convención, aprovechando los dos años que vivió en Chile (habló, por cierto, bastante bien). Los republicanos saben que esta será la última elección en la que tendrán una oportunidad de ganar sin el voto hispano. El poder potencial de los latinos es tal que el partido conservador enfrenta una encrucijada evidente: o adopta un rostro mucho más favorable para la que es ya la principal minoría en Estados Unidos, o se condena al fracaso por generaciones.

Para el Partido Demócrata, el escenario es más favorable. En gran medida por la infinita terquedad republicana en asuntos como la migración y en parte por su propia historia, los demócratas se han asegurado el voto hispano desde hace décadas. De acuerdo con las últimas encuestas, la ventaja de Barack Obama sobre Mitt Romney entre los hispanos es de 34 puntos (Obama 64 por ciento, Romney 30 por ciento). Aun así, los demócratas también aprovecharon su convención para llevar al escenario a diversas voces hispanas. La actriz Eva Longoria, la propia Benita Veliz, el edil de Los Ángeles, Antonio Villaraigosa, y el alcalde de San Antonio, Julián Castro, hablaron de la agenda hispana e invitaron a los votantes a consolidar su filiación demócrata.

Así las cosas, junto con la clase media, las mujeres y los pocos votantes indecisos que aún quedan, los hispanos acapararon la atención de ambos partidos en Tampa y Charlotte. Es una gran noticia. Como la historia les ha demostrado una y otra vez a los latinos, solo la participación política podrá asegurarles un futuro mejor. Ahora, el reto más grande es aprovechar el evidente interés que los hispanos despiertan entre los partidos políticos para consolidar una participación electoral constante y duradera. Lo peor que podría ocurrirle a los latinos en Estados Unidos es ceder a la desilusión y abstenerse de votar en noviembre. Sería muy grave si la desilusión que ha dejado Obama entre los hispanos —no es cualquier cosa ser el presidente estadunidense que mayor número de indocumentados ha deportado— se convirtiera en abstencionismo. Por Obama o por Romney, pero los hispanos deben salir a votar. Si no lo hacen, la reciente y merecida atención que se han ganado puede desaparecer velozmente.

(Publicado previamente en el periódico Milenio)

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(Ciudad de México, 1975) es escritor y periodista.


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