¡Ábrete Sésamo!

La Luz de Sincrotón para una Ciencia Experimental y Aplicada en el Medio Oriente alberga una fuerte esperanza: “la de hacer ciencia de primera en un contexto enriquecedor y comprensivo de las diferentes culturas”.
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No lejos de Allan, 35 kilómetros al suroeste de Amman, la capital de Jordania, se levanta sobre una loma un edificio blanco de dos pisos, cuya bóveda azul turquesa resalta en medio del follaje verde del pequeño bosque que rodea el lugar. La fachada blanca conserva el estilo sobrio de la región de Al-Balqa. Se trata de SESAME, siglas que en español significan Luz de Sincrotón para una Ciencia Experimental y Aplicada en el Medio Oriente. El sitio es un enorme cuadrángulo dado que adentro hay un anillo. Su interior alberga también una fuerte esperanza, me dice Eliezer Rabinovici, de la Universidad Hebrea. ¿Cuál es esa?, le pregunto, “la de hacer ciencia de primera en un contexto enriquecedor y comprensivo de las diferentes culturas”, responde.

En efecto, aquí se encuentran trabajando juntos jordanos, palestinos, egipcios e israelíes en el diseño y construcción de un tipo de acelerador de partículas, llamados fuentes de luz de diamante por su pureza, precisión e inocuidad para observar estructuras muy finas como células vivas, virus, bacterias, o bien estudiar nuevas aleaciones y moléculas químicas (veáse LL, marzo de 2010). A la fecha se han inscrito nueve países, de manera que para cuando el sincrotón esté en pleno funcionamiento investigadores de Bahrein, Chipre, Irán, Paquistán y Turquía se unirán a los de Israel, Egipto, la Autoridad Palestina y el anfitrión, Jordania, a fin de hacer ciencia aplicada.

“Algo más que eso”, dice Rabinovici, “hemos pugnado desde hace 15 años por fomentar una cultura de respeto y cooperación, de cordialidad y trabajo de excelencia”. Los primeros años, desde 1999 hasta 2002, fueron muy duros. Rabinovici recuerda momentos amargos de incomprensión dentro y fuera de Israel debido sobre todo a la fuerte tendencia a sospechar del otro. Así, en las discusiones académicas no son los investigadores israelíes ni los europeos comprometidos con llevar luz de diamante a Medio Oriente quienes llevan la pauta. Sin importar su juventud y falta de pericia en la ciencia experimental, se discuten las ideas de los investigadores turcos, iraníes, palestinos con la misma seriedad e intensidad. Las cartas están sobre la mesa, pues de lo que se trata es de fomentar una cultura científica.

De hecho, se llevan a cabo encuentros regionales desde hace años a los que asisten los más destacados, quienes provienen de talleres y programas de adiestramiento que se han llevado a cabo previamente en diversas escuelas. Sin embargo, los obstáculos para conseguir financiamiento y pasar a la fase experimental persisten. En principio, los países que firmaron el acuerdo de cooperación científica no están obligados a financiar la construcción de este nuevo sincrotón. Las naciones ricas de la zona, como Irán, Jordania, Israel y Turquía, son renuentes a poner dinero por razones políticas.

Pero gracias a la voluntad de dos ex directores de CERN, Herwig Schopper y Christopher Llewellyn Smith, este último presidente del consejo directivo de SESAME, el panorama parece mejorar, pues en fecha reciente la Unión Europea asignó al proyecto 7.5 millones de euros y los gobiernos de los países mencionados aceptaron contribuir con 5 millones cada uno, más 2 millones de Italia. Por su parte, Alemania, Francia, Rusia, España y los Estados Unidos han donado equipo que enriqueció la calidad de los programas de adiestramiento.

En 2002 se decidió construir un anillo nuevo con una capacidad de acelerar partículas a 2.5 GeV (Giga electrón-volts). Comparado con los 7 TeV (Tera electrón-volts), es una insignificancia. Pero, como dije, el propósito de estos artefactos no es hacer ciencia fundamental sino aplicada. No intentan escudriñar la estructura fundamental de la materia sino explorar con mayor fineza objetivos más grandes que el interior del átomo. Lo que se producirá en el anillo de Allan serán rayos X cien mil millones de veces más brillantes  que los que se usan en los hospitales, suficiente para realizar investigación de calidad.

Otro de los activos promotores de atraer los minúsculos grupos de gente de Medio Oriente y Sudamérica que están destacando en la física subatómica es Giora Mikenberg, quien ha llevado jóvenes chilenos y uruguayos al CERN, en Ginebra, de manera que se fogueen en las grandes ligas. Giora colabora en el colosal experimento ATLAS y tiene a su cargo el diseño y construcción de nuevos detectores, más finos y poderosos. Para ello ha estado entrenando investigadores de Sudamérica, Canadá y China. Me cuenta que tampoco ha sido fácil, pues, por ejemplo, en algunas pruebas llevadas a cabo en Fermilab (Batavia, Illinois) tuvieron que lamentar la ausencia de colaboradores a los que se les negó la visa para ingresar a los Estados Unidos. Gracias a los buenos oficios de Giora, las reticencias de algunos países de la Unión Europea, que durante años rechazaron el ingreso de Israel como país miembro del CERN, terminaron desvaneciéndose.

Proyectos como SESAME no las tienen todas consigo. Hay que reeducar a los participantes a fin de que aprendan a trabajar en equipo y a participar en las discusiones técnicas y científicas. Para ello deben de poner su mejor empeño y saber expresar sus ideas. Por otra parte, hay que mantener el sitio, y eso cuesta. Muchos piensan que habría que abandonar “ideas descabelladas”. Pero, ¿qué piensan los protagonistas?

Conocí a Llewellyn Smith en Oxford y luego lo visité en Ginebra, cuando era el director de CERN. Él fue el artífice de que se aprobara el presupuesto multimillonario para construir el Gran Colisionador de Hadrones (LHC). Entonces hubo muchas críticas por el gasto tremendo en esta ciencia, mientras que hay otras disciplinas “más baratas”, y quise saber qué podía responder al respecto uno de los responsables. En primer lugar, me dijo, nadie garantiza que los recursos negados a la física subatómica se redistribuyan en otras ciencias menos costosas. Y, suponiendo que así fuera, estaríamos actuando como aquel personaje obtuso de Georges Courteline, quien, ante la amenaza inminente de lluvia, se pregunta por qué gastar 15 francos en un paraguas cuando puede comprar una cerveza por 10 centavos.

 

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escritor y divulgador científico. Su libro más reciente es Nuevas ventanas al cosmos (loqueleo, 2020).


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