Hace poco el filรณsofo Jacobo Muรฑoz afirmaba en una entrevista que “en Espaรฑa no hemos contado con una burguesรญa culta y letrada que ofreciera modelos de ejemplaridad asumibles por todos”. En esta รฉpoca de crisis, como buen perro flaco que somos, sometidos ademรกs a un intensivo proceso de adelgazamiento, no encontramos mรกs que pulgas en nuestro pasado, el reciente y el menos reciente. Sin embargo, esa sonora frase encierra algo de injusto al descartar una burguesรญa, una Espaรฑa, que pudo haber sido y no fue. Por eso, y porque cabe la sospecha de que esa Espaรฑa tambiรฉn fue, o incluso que todavรญa existe, quizรก valga la pena recordar dos episodios de infancia transterrada de sendos tipos que supieron sobrevivir al peso de un apellido ilustre.
Manolo Fernรกndez-Montesinos, que muriรณ el pasado 18 de enero, era una sonrisa acogedora y un leve acento indefinible, que quizรก arrastrara desde su infancia granadina. Una infancia que no fue fรกcil: su padre, alcalde republicano de la ciudad, fue fusilado en los primeros dรญas de la Guerra Civil, al igual que su tรญo, Federico Garcรญa Lorca. En 1940, con apenas ocho aรฑos, emprendiรณ el camino del exilio con su madre y sus abuelos maternos. Incluso a vuelapluma, es difรญcil resumir su vida: ese primer exilio estadounidense; la vuelta a Espaรฑa y el activismo polรญtico antifranquista; la cรกrcel; doce aรฑos en Alemania, muy ligado al poderoso sindicato metalรบrgico alemรกn; diputado socialista por Granada en las primeras Cortes de la democracia; promotor de la Fundaciรณn Garcรญa Lorca que protege el legado del poeta…
En Nueva York, donde se acabรณ instalando la familia, Fernรกndez-Montesinos pronto comenzรณ a llevar una doble vida, la de su casa de exiliados espaรฑoles “con costumbres y comida espaรฑola, donde nunca entraba un norteamericano que no fuese por lo menos catedrรกtico de literatura en Harvard” y la de la escuela, donde era Manny, un adolescente neoyorquino mรกs. Como solรญa contar aรบn con asombro sesenta aรฑos mรกs tarde, y como recogiรณ en sus extraordinarias memorias Lo que en nosotros vive (Tusquets, 2008), esas dos vidas chocarรญan de frente una tarde de abril de 1947. Acรฉrrimo seguidor de los Brooklyn Dodgers, uno de los equipos de bรฉisbol punteros de la ciudad, solรญa escuchar las retransmisiones de los partidos con su grupo de amigos en un drugstore cuyo propietario era tambiรฉn un encendido aficionado de los Dodgers. Ese dรญa, sin embargo, debutaba, tras una encendida polรฉmica de alcance nacional, Jackie Robinson, el primer negro que jugaba en las Grandes Ligas. En la รบltima jugada, un batazo de Robinson permitiรณ al equipo de Brooklyn ganar el partido, que ademรกs les enfrentaba al odiado vecino de los Manhattan Giants. En ese momento, el dueรฑo del drugstore entrรณ en cรณlera y al grito de “fucking nigger lovers!” sacรณ a patadas a los chavales que ingenuos celebraban la victoria. Ese odio tan intenso e injustificado basado en el color de la piel a alguien a quien en principio solo cabรญa admirar supuso una tremenda conmociรณn para ese niรฑo espaรฑol de quince aรฑos.
Tres aรฑos antes, en Baltimore, otro joven exiliado espaรฑol asistiรณ a una iniciativa sorprendente. Jaime Salinas, hijo del poeta, era alumno de una escuela cuรกquera cuando el departamento de educaciรณn de la ciudad decidiรณ organizar una asamblea que reuniera a representantes estudiantiles de todas las escuelas, pรบblicas y privadas, y en un gesto sin precedentes, tambiรฉn de las escuelas negras. En la asamblea, tras un pomposo discurso del concejal, nadie tomaba la palabra, hasta que el joven Jaime propuso crear una comisiรณn con un presidente, un secretario y un tesorero, siguiendo la mecรกnica habitual de todas las comisiones, para elaborar una propuesta que una reuniรณn posterior de la asamblea pudiera estudiar.
El entusiasmo (mezclado con alivio) con que fue recibida la propuesta condujo a que el concejal propusiera rรกpidamente a Jaime como presidente y dejara en sus manos la selecciรณn del secretario y el tesorero. En 1944, en Estados Unidos, un chaval espaรฑol escogiรณ a un negro, Lincoln Anthony Taylor, como secretario de la comisiรณn y a una judรญa, Edith Bernstein, como tesorera. Este protoexperimento en diversidad se frustrรณ enseguida: Jaime intentรณ tomar una Coca-cola con su comisiรณn, pero la chica se excusรณ y se fue (inimaginable tomar algo con dos chicos de fuera de su comunidad) y Lincoln le tuvo que explicar, para inmenso bochorno de Salinas, que no habรญa ningรบn sitio en la ciudad donde un blanco y un negro se pudieran sentar juntos. Como explica en sus memorias (Travesรญas, Tusquets, 2003), ni la comisiรณn ni la asamblea estudiantil se volvieron a reunir nunca.
Como resulta evidente, esos dos chavales, Jaime y Manolo, no adquirieron sus valores en Estados Unidos; cabe pensar que los traรญan puestos del otro lado del Atlรกntico. A lo mejor esa burguesรญa que aรฑora Jacobo Muรฑoz sรญ existiรณ. ¿Que la Guerra Civil acabรณ con ella? Sรญ y no. Los dos que nos ocupan volvieron a Espaรฑa y aquรญ se quedaron. Hay mรกs “modelos de ejemplaridad”, solo es necesario un mรญnimo esfuerzo. Impugnar el pasado no garantiza un futuro mejor y condena a un olvido injusto a muchos hombres buenos. Quizรก solo sean algunos, pero intentemos no olvidarles, y que cunda su ejemplo. ~
Miguel Aguilar (Madrid, 1976) es director editorial de Debate, Taurus y Literatura Random House.