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PIEDRA DE SOL, 50 AƑOS

Los primeros cinco versos y medio de ā€œPiedra de solā€ son un magnĆ­fico portal y una tapia. Suenan tanto, su eufonĆ­a es tan feliz, que ya se dicen mecĆ”nicamente y han ido construyendo una especie de costra prestigiosa en la mera entrada del texto. A nuestros diecisiete aƱos, tener acnĆ© y declamar esos primeros versos eran insoslayables ritos de paso. El gran poema tuvo la culpa, y tambiĆ©n ese adjetivo superlativo que desde siempre lo acompaƱa: corrĆ­amos el peligro de olvidar que, ademĆ”s de gran, era un poema. Lo recibimos como un emblema. Paz, me parece, entendiĆ³ que su ā€œPiedra de solā€ estaba herido de Ć©xito, y quiso desviar nuestra atenciĆ³n hacia Ladera Este o Ɓrbol adentro. Pero su poema emblemĆ”tico perseverĆ³ por sus propios fueros ā€“y persevera: sigue joven, girando sobre un mismo y perdurable instanteā€“. Su derrota mayor hubiera sido quedar fechado, pues justamente contra esa fijeza fue concebido. Cuando Paz dice (en un endecasĆ­labo compacto y virtuoso): ā€œMadrid, 1937ā€, lo que hace es mostrarnos uno de los miles de ingredientes que conforman un aquĆ­, ahora, siempre. El poema vive, sigue guisĆ”ndose con especias poderosas y terribles, siendo el 11-S la aportaciĆ³n mĆ”s rotunda de nuestra Ć©poca. Es un texto en plena forma, cargado de permanencia pero fugaz, centrĆ­peto y centrĆ­fugo: lo leemos, nos lee; lo habitamos, nos habita; lo increpamos, nos devuelve el sonoro eructo de la Historia. Su electricidad es la del instante amoroso, que detiene y vence al tiempo, que es tiempo encarnado. Esa es su piedra filosofal.

– Julio Trujillo (ciudad de MĆ©xico, 1969)

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