AquĆ­ y ahora

Una reseƱa de la obra de teatro de Catherine-Anne Toupin, dirigida por Hugo Arrevillaga Serrano.
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La escena se sitĆŗa en un departamento ordinario, en algĆŗn edificio que tiene ya muchos aƱos. Lo mismo puede estar ubicado en Montreal, que en el Upper West Side, Madrid o la colonia Condesa. La escenografĆ­a nos dice que tal vez estamos en algĆŗn momento de mediados de los 60, pero lo mismo podrĆ­a estar sucediendo en esta ciudad, esta misma noche. Tableau de cinco figuras; dos parejas —una joven y otra madura —y un hombre que, pese a estar mĆ”s allĆ”de la treintena, tiene un aire aniƱado bastante conspicuo. Estos son los personajes creados por Catherine-Anne Toupin en su obra ƀ Present, que en 2005 ganĆ³el premio FranƧoise-Berd, y que se presenta por primera vez en espaƱol, con el tĆ­tulo de AquĆ­ y ahora para inaugurar el espacio escĆ©nico del Foro Lucerna, con traducciĆ³n de Humberto PĆ©rez Mortera, dirigida por Hugo Arrevillaga, y las actuaciones de Mariana Garza, Pablo Perroni, AntĆ³n Araiza, ConcepciĆ³n MĆ”rquez y Marco Antonio Silva.

Dividida en 14 escenas, la pieza al principio parece girar en torno a Alicia (Garza), ama de casa deprimida y Benito (Perroni), mĆ©dico taciturno; conforman un matrimonio que trata de recuperarse, sin mucho Ć©xito, de una tragedia reciente. Pero si bien el tono al principio es cercano al presentado por David Lindsay-Abaireen La madriguera, Arrevillaga logra, casi de inmediato, establecer una atmĆ³sfera particular que se enrarece por momentos para hacer del espectador –del mismo modo en que lo hiciera con sus puestas en escena de Incendios, Litoral y Bosques de Wajdi Mouawad–un cautivo de lo que se desarrolla ante sus ojos, sin posibilidad alguna de escape. Esto sucede al aparecer Julieta (MĆ”rquez), la vecina del departamento de enfrente, en apariencia una mujer benĆ©vola aunque algo entrometida, que junto con su hijo, Francisco (Araiza) y su marido, Gil (Silva) ejercen una influencia sobre ellos cada vez mĆ”s asfixiante hasta llevar al matrimonio incauto a convertirse, en cierto modo, en una especie de sacrificio que altera por completo el status quo de manera irreversible.

Incorporando elementos de la narrativa gĆ³tica de El BebĆ© de Rosemary (novela de Ira Levin, llevada al cine por Roman Polanski en 1968) y filtrĆ”ndolos a travĆ©s de la sensibilidad estĆ©tica surrealista y siniestra de David Lynch (ecos de Lost Highway e Inland Empire), la obra crece hasta alcanzar un paroxismo de ansiedad: el pasado regresa de manera circular para corromper el presente y asfixiar toda posibilidad de futuro. Alicia y Benito cruzan un umbral que no tiene retorno y los vecinos celebran una ceremonia secreta en la que los espectadores son partĆ­cipes silenciosos, testigos, entre deliberadas risas histĆ©ricas y escalofrĆ­os, de algo tan perturbador como memorable. Las actuaciones son la clave que sostiene el entramado y no hay un solo eslabĆ³n dĆ©bil: Mariana Garza ha trascendido la imagen de Ć­cono pop juvenil para madurar en una actriz completa y capaz de muchas tesituras. Su Alicia es una figura frĆ”gil que se despoja de esa vulnerabilidad para, como su homĆ³nima de Carroll, ir al otro lado del espejo y mostrar una sexualidad frustrada que florece con violencia. Su interpretaciĆ³n no pierde ritmo; ni Mia Farrow dirigida por Polanski o Laura Dern por Lynch, se llevan una paliza semejante –en vivo y en directo, en tiempo real–y la aguantan literalmente por toda la duraciĆ³n de la obra, como lo hace ella. A manera de crucial complemento, Pablo Perroni encarna a Benito, un hombre unidimensional segĆŗn lo requiere el texto, con aplomo y enorme solvencia escĆ©nica; su experiencia rinde fruto y se permite algunos destellos notables mientras su personaje evoluciona hacia otros matices mucho mĆ”s oscuros. AntĆ³n Araiza hace de su Francisco una creaciĆ³n inquietante, un enfant terrible, literalmente, que puede hacer de un elemento escenogrĆ”fico tan inocuo como una pequeƱa jirafa de juguete un arma letal; conduce de la mano a los espectadores a este cĆ­rculo del infierno, con una gracia insondable. Lo mismo pasa con una enorme ConcepciĆ³n MĆ”rquez, que no le va a la saga a Bette Davis y Ruth Gordon, quienes hicieran de personajes como su Julieta, autĆ©nticas piezas de resistencia. No pierde la simpatĆ­a, un elemento vital para el desarrollo de la obra, da visos de una perversiĆ³n crĆ­ptica, de una maldad cuidadosamente coreografiada, que hace eco simultĆ”neo en su comparsa, Marco Antonio Silva, que presenta a Gil como un ser a la vez repelente e implacablemente seductor, todo bajo un barniz de bonhomĆ­a.

Consciente de que el horror y el humor van intrĆ­nsecamente vinculados, Arrevillaga hila finamente las secuencias y manifiesta lo ominoso con maestrĆ­a, en momentos que parecerĆ­an de otro modo completamente cotidianos. Bajo su direcciĆ³n, lo que es ostensiblemente una cocktail-party convencional (una de las partes centrales de la obra) deviene en un ritual fantasmagĆ³rico (¡y erĆ³tico!) con el fondo musical de una pulsante marcha hipnĆ³tica que sirve para embelesar y aterrorizar por partes iguales al espectador. Una vez que termina la obra queda tan afectado como los intĆ©rpretes, que entregan todo sin tasa y nos llevan a la interrogante de nuestra desazĆ³n: ¿dĆ³nde es aquĆ­, cuĆ”ndo es ahora?

Como ocurre al leer una novela, adentrarse en una obra teatral exige ciertas cosas de quien paga su boleto y cruza la entrada del local. Aquƭla regla que establecen autora y director es simple y bien clara: hay que dejarse llevar por el texto y la escena, no mirar hacia atrƔs, porque el camino andado ya no existe. Nadie sale indemne de aquƭ, ni personajes, ni actores, ni espectador.

 

(AquĆ­ y ahora, de Catherine-Anne Toupin. Con Mariana Garza, Pablo Perroni, AntĆ³n Araiza, ConcepciĆ³n MĆ”rquez y Marco Antonio Silva y direcciĆ³n de Hugo Arrevillaga Serrano. En el Foro Lucerna.)

 

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Miguel Cane (MĆ©xico DF, 1974) Es novelista y periodista cinematogrĆ”fico. Su mĆ”s reciente publicaciĆ³n es el inclasificable "PequeƱo Diccionario de Cinema para MitĆ³manos Amateurs".


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