Ilustraciones: José María Lema

¿Bernal o Cortés?

Con magistral eficacia Duverger ha sembrado la duda: La historia verdadera de la Conquista... ¿fue obra de Bernal o de Cortés? Thomas desmonta los argumentos de Duverger y los refuta. Martínez Baracs a su vez valora su aporte: cierta o falsa, su conjetura ya no podrá eludirse.
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“La hipótesis de Duverger” por Rodrigo Martínez Baracs

 

Una nueva historia de una conquista vieja

Christian Duverger es un distinguido historiador francés del México antiguo y la Conquista. Durante muchos años, ha ocupado una cátedra de investigación en la École des Hautes Études de París. Su biografía de Cortés[1] fue renovadora e interesante. En ella sostuvo, aun admitiendo que no nos contaba por qué, que Colón era “casi sin duda judío”. En su nuevo libro, Crónica de la eternidad, publicado el año pasado por Taurus, hace una afirmación aún más sensacional. La famosa crónica Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, una de las dos o tres grandes crónicas en lengua española, dice Duverger, no fue escrita por el viejo soldado Bernal Díaz del Castillo, sino por Hernán Cortés, su superior.

Son varias las razones por las que Duverger cree que Díaz del Castillo no pudo ser el autor del célebre libro. En primer lugar, afirma que Bernal Díaz era, en su opinión, analfabeto. La principal base de esta suposición son las firmas de Bernal Díaz, que son distintas y cambiantes. Eso despierta en Duverger dudas acerca de su capacidad para escribir. Pero Bernal Díaz era un viejo cuando empezó a escribir, a menudo enfermo y en ocasiones alguien –su hijo Francisco, por ejemplo– pudo haber firmado por él. Sabemos que lo hizo en al menos una ocasión.

Duverger opina también que un provinciano pobre, originario de la ciudad castellana de Medina del Campo, no podía haber conocido toda la literatura, tanto en lenguas clásicas como en francés y en español, que Díaz del Castillo parecía conocer. Esta afirmación es muy discutible. Medina del Campo era en el Renacimiento una ciudad comercial en cuya plaza mayor se celebraba una famosa feria cada año, y en cuyas afueras había un castillo real. La feria despertaba la atención de toda Europa. Participaban en ella muchos hombres ricos, como el famoso mercader Simón Ruiz, sobre el que el historiador francés Henri Lapeyre escribió en los años cincuenta. El propio Díaz del Castillo nos dice que su padre, Francisco, fue regidor de la ciudad.

También lo fue, por una asombrosa coincidencia, Garci Rodríguez de Montalvo, el autor o más bien el impulsor de la novela Amadís de Gaula, el gran éxito literario de la primera generación de lectores, y el compositor de una secuela menor, Las sergas de Esplandián. Los dos parecen haber vivido muy cerca. Dos grandes escritores que parecen haber sido casi vecinos. La versión del Amadís escrita por Montalvo se terminó hacia 1494, y la primera edición de él que ha llegado a nosotros, impresa por el alemán Jorge Coci en Zaragoza, data de 1508.[2] El hijo de un regidor en Medina del Campo a principios del siglo XVI habría tenido muchas oportunidades de convertirse en un hombre bien leído. Pertenecía a la generación inmediatamente posterior a la invención de la imprenta, que hizo posible la lectura para el público general. Bernal Díaz fue también regidor en sus últimos años en Santiago de Guatemala. No creo que haya habido muchos regidores analfabetos, ni siquiera en América Central, incluso en el siglo XVI.

Existe aun otro vínculo más entre el Amadís y la Historia verdadera. No se trata del hecho de que, en un pasaje muy citado, cuando Bernal Díaz recuerda ver Tenochtitlan, la capital de los antiguos mexicas, desde la cercana Iztapalapa, se acuerde del Amadís. Lo que quiero subrayar es que casi todos los títulos de los capítulos del Amadís empiezan con la palabra “cómo”: “Cómo Amadís era muy bienquisto en casa del rey Lisuarte” (Libro 1, capítulo XVII). En esto existe un paralelo en la obra de Díaz del Castillo; por ejemplo, “Cómo el gran Moctezuma nos envió otros embajadores con un presente de oro…” (Capítulo LXXXVII, en la edición de Crónicas de América, 307). La organización de la obra de Díaz del Castillo, así, tiene mucho en común con la del Amadís.

En cuestiones pedagógicas, parece que Duverger ha cometido algunos errores. Primero, dice a sus lectores que Carlos V nunca aprendió bien el castellano. Pero no es así: lo hablaba lo suficientemente bien como para pronunciar un importante discurso en castellano en Roma hacia 1530. En sus últimos años se convirtió en su idioma preferido. También creo que es un error describir a Carlos como “pobre”, en un sentido económico, y “desacreditado” en 1530. Ese fue, a fin de cuentas, el año de su triunfal coronación en Bolonia. Me parece que otro error de Duverger es su retrato negativo del virrey Mendoza, que fue un gran funcionario que estableció lo que serían las reglas de la conducta virreinal en la Nueva España. En un momento dado (p. 24) Duverger lo describe como alguien consumido por la envidia que siente hacia Cortés. Nadie que haya leído la excelente biografía de Arthur Aiton, Antonio de Mendoza, first viceroy of New Spain,[3] o la información que él mismo brindó en su “información de Servicios y Méritos”,[4] podría llevarse esa impresión. Pero ninguno de esos dos documentos figura en la bibliografía de Duverger.

Después, Duverger piensa (p. 116) que solo una minoría de los conquistadores –“entre cinco y diez personas”, un máximo de doce– que acompañaron a Cortés sabía leer y escribir. He examinado individualmente las declaraciones de servicios y méritos de varios cientos de esos hombres y la mayoría de ellos podían leer y escribir. Los que eran analfabetos estaban debidamente identificados como tales. Esto es importante para la argumentación general de Duverger, porque sugiere que Cortés fue el único conquistador que luchó, como hizo Díaz del Castillo, desde el principio hasta el final de la campaña, y también regresó a España en 1528. A mí se me ocurren muchos otros.

Tampoco acierta Duverger al afirmar que Cortés fue el único conquistador que murió en su cama. ¿Qué hay de Sandoval, González de León, Andrés de Tapia, Jerónimo Ruiz de la Mota –primo del obispo de Palencia–, o Martín López, el carpintero que diseñó los bergantines? Hubo muchos más. No es importante para al argumento en su totalidad, pero resulta de todos modos interesante.

En la página 61, Duverger malinterpreta la función de un Juicio de Residencia, que no era una forma de recaudar dinero para la Corona sino una manera de insistir en que un alto funcionario permaneciera en su residencia un mes después de dejar su puesto, tiempo durante el cual su sucesor, o un juez nombrado especialmente, podría imponer un cuestionario que el funcionario saliente estaba obligado a responder bajo juramento. La residencia de Cortés fue ridiculizada por el gran Prescott (“una acumulación de odiosos detalles que serían más propios de una acusación en un insignificante tribunal municipal que a un gran oficial de la Corona”), pero es de fundamental importancia para comprender el periodo en el poder de Cortés en Nueva España. Sería una gran idea que los Estados modernos recuperasen ese procedimiento.

Duverger también pasa por alto (p. 262) la selección de los principales elementos del juicio de Cortés que hiciera José Luis Martínez. Se obvian algunos de los intercambios más interesantes del segundo volumen de Martínez. Por ejemplo, hubo una serie de testimonios fechados a principios de 1520 en los que varios seguidores de Cortés recuerdan con sutileza la reacción de Moctezuma a la exigencia de su vasallaje. Eran Juan de Cáceres, Alonso de Serna, Francisco de Flores, Andrés de Tapia, Juan Jaramillo, Alonso de Navarrete y Juan López de Jimena. Publiqué algunos de esos invaluables recuentos –que reflejan pruebas de la residencia de Cortés, cuestión 98, en agi, Justicia, Legajo 224– en La conquista de México.[5] (Sigue siendo extraordinario, debo añadir, que la fascinante residencia de Cortés siga a medias inédita y por esa razón, en buena medida, apenas sea consultada.)

Duverger también podría haber sacado más partido a las muchas declaraciones de “servicios y méritos” inspiradas por la Conquista. Díaz del Castillo, por ejemplo, sirvió de testigo para la familia de Pedro de Alvarado.

Duverger, con todo, es más persuasivo cuando señala que Díaz del Castillo no figura en ningún documento relacionado con la Conquista en sí. Pero su primera aparición parece proceder de la entrada en el legajo apropiado, en la sección de Contratación, en el Archivo de Indias de Sevilla, donde se asienta que nació en 1492 y que fue al Nuevo Mundo, sobre todo al Darién, con Pedrarias Dávila en 1514, es decir, cuando tenía veintidós años. Su muerte está fechada en 1568. Lo documenta el concienzudo Peter Boyd-Bowman en su Índice geobiográfico de más de 56 mil pobladores de América Hispánica,[6] que, sorprendentemente, Duverger tampoco cita en su bibliografía.

Otra sorprendente omisión en la bibliografía de Duverger es L’univers des conquistadores,[7] de Bernard Grunberg, responsable de un muy valioso (aunque incompleto) análisis basado en una tesis de la Universidad de Lille, que a su vez se basaba en material original del Archivo de Indias.

También es interesante que Bernal Díaz fuera llamado así hasta 1552, cuando aparece como segundo apellido el “del Castillo”. Díaz no aparece en la carta escrita al emperador Carlos V por los 544 seguidores de Cortés en Tepeaca en octubre de 1520. Pero él mismo explicó (capítulo 134 de la Historia) la ausencia de su firma: estaba enfermo de calenturas. Otros nombres también están ausentes: por ejemplo, el de todas las mujeres que sabemos que acompañaron a Cortés.

Consideremos el relato que Bernal hace del viaje a la Nueva España/México en 1518 de Francisco Hernández de Córdoba, un cordobés de buena familia. Era el primer viaje español desde Cuba a la tierra de Moctezuma. El objetivo principal era capturar indios para hacerlos esclavos y hacerlos trabajar en los ingenios azucareros de Cuba. Había tres líderes: Hernández de Córdoba, Cristóbal de Morante (de Medina del Campo, como Díaz del Castillo) y Lope Ochoa de Caicedo, de Córdoba. El mejor relato de esta infeliz y fracasada expedición –Hernández de Córdoba resultó herido de muerte en una batalla– es, de acuerdo con la opinión generalizada, el de Díaz del Castillo. Fue el único que escribió en tanto que participante temporal en la expedición. El relato en el primer capítulo de su libro es vívido y muy conmovedor. Uno no puede compararlo con lo que dijeron Las Casas, Cortés, Oviedo o Pedro Mártir de Anglería sobre el mismo tema, porque basaron su relato en historias que habían oído y no en su propia memoria.[8]

Debo mencionar dos o tres asuntos más. Decir, como hace Duverger en la página 37, que la segunda esposa de Cortés, Juana de Zúñiga, era de sangre real es una falsedad. Prescott no era un escritor inglés, sino estadounidense (p. 290). Es posible que Cortés tuviera un parentesco lejano con la semimonárquica familia Enríquez (p. 281), pero no era muy cercano a ella.

Duverger opina que Cortés se estableció en 1543, en una casa en Valladolid que alquilaba a “uno de sus parientes, Rodrigo Enríquez”. Estaba cerca de lo que hoy es la Plaza Mayor, de camino al río Pisuerga. Cortés ya había publicado sus cartas a Carlos V. Allí, según Duverger, investigó y después escribió el libro que siempre creímos que era de Díaz del Castillo. La única persona que sabía lo que estaba pasando era, según la explicación de Duverger, un primo de Cortés, con frecuencia también su abogado, fray Diego Altamirano. Una pequeña corte de seguidores y ayudantes lo acompañaba a la casa de Cortés.

Es cuando escribe sobre esta importante fase en la vida de Cortés que Duverger resulta más notable. En algunos casos, sostiene persuasivamente, solo Cortés podría haber conocido el trasfondo de un determinado pasaje del libro: por ejemplo, la vida de Marina (la Malinche). Según Duverger, Cortés también empleó en su texto unas cien palabras indígenas, de las cuales cuarenta pertenecían al náhuatl (tianguis, copal, petates, milpa), y treinta del idioma de los pueblos del Caribe, el taíno (canoa, piragua, batata, barbacoa, hamaca, maíz, sabana). El editor José Antonio Barbón Rodríguez, que publicó una docta edición de la Historia verdadera en 2005, identificó 360 palabras en el libro que no aparecen en el famoso diccionario de Nebrija de 1516. Pero de esas la mitad aparecen en las Cartas de relación de Cortés a Carlos V, escritas tres años antes (p. 181). Entre ellas están palabras tomadas del francés como por ejemplo melifluas, atroz, extravagante, jactancia, frenesía, excesivo. También hay algunos latinismos como ab initio.

El autor de la Historia verdadera es por lo tanto presentado como el creador de un nuevo vocabulario. También es dado a enumerar cosas. Así, el autor informa con entusiasmo de los elegantes vestidos que las mujeres portaron en un famoso banquete celebrado conjuntamente en 1537 por Cortés y el virrey Mendoza: “llevaban carmesí y sedas y damascos y oro y plata y pedrería”. Esto, sostiene Duverger, era típico del estilo de Cortés. Tenía, cree él, una debilidad por lo que Duverger llama “binarismo”: por lo tanto le gusta hablar de caciques y señores, fiestas y recojos. Pero eso, dice Duverger, es un eco deliberado del uso del náhuatl. Quiere fundamentar su idea del mestizaje basándose en una fusión cultural entre el español y el náhuatl. Duverger cree que en cada página de la Historia verdadera se expresa el amor de Cortés por México, un “amor particular; mitad sensual, mitad intelectual”. En su opinión, Cortés, después de la Conquista, consideraba a los mexicas como sus socios o aliados, nunca como sus enemigos. Siempre admiró el valor de los guerreros indígenas. (Ignoraba que utilizaban drogas alucinógenas para infundirse valor.) Todas las mujeres indígenas que coloca con sus capitanes le parecen hermosas. Duverger considera que Cortés soñaba con un “país mestizo, inventado” (por el mismo Cortés)…

Sin embargo, me parece del todo improbable que Cortés estuviera interesado en las detalladas, a menudo minúsculas, historias vitales de sus compañeros que encontramos en los capítulos ccv y ccvi.

El tribunal español se trasladó, en 1546, a Madrid, y luego a Sevilla. Cortés siguió con su pequeño grupo de seguidores encabezado por fray Diego de Altamirano. Más adelante, con su obra terminada, fue a casa de un amigo de Castilleja de la Cuesta en las afueras de Sevilla, al oeste, donde murió el 2 de diciembre de 1547. El manuscrito en el que tanto había trabajado, sostiene Duverger, quedó en manos de sus herederos.

Estos, a su vez, lo llevaron a México. Allí se encontraron o provocaron una tormenta política. Ellos –o quizá solo Martín Cortés hijo– hicieron algunos cambios en el texto, dice Duverger. Fue entonces cuando se insertaron torpemente los párrafos en los que se habla de la supuesta participación de Bernal Díaz en el viaje de 1518 a Nueva España de Juan de Grijalva. Después, el manuscrito fue enviado a Guatemala, donde lo recibió la familia de Bernal Díaz, que entonces era regidor de Santiago de Guatemala. Ese viejo soldado dio el libro a su hijo, Francisco, que hizo más cambios en el texto con el fin de poner énfasis en el papel de su padre en la Conquista, y lo publicó como si fuera de su padre. En 1575 una copia de este texto se envió al rey Felipe. La Corona confirmó la recepción el 21 de mayo de 1576.

Unos cincuenta años después apareció una nueva versión del libro en la Nueva España. Esta fue responsabilidad de Alonso Remón, un sacerdote nacido en Cuenca, Castilla. Se convirtió en mercedario y escribió obras de teatro. Fue amigo de Lope de Vega y de Tirso de Molina. Pero después se convirtió en cronista de su orden. En ese puesto, dedicó su atención a asegurarse de que otro mercedario, el padre Bartolomé de Olmedo, de la ciudad de ese nombre en Castilla, y compañero cercano de Cortés, fuera tenido más en cuenta en la Historia verdadera. Dedicó un tiempo considerable a esta tercera revisión del libro, que apareció finalmente en 1904 como obra del capitán Bernal Díaz del Castillo, en una edición de Genaro García que hoy se conoce como la “edición de Guatemala”, lo cual es sin duda apropiado pues el volumen permanece en Guatemala. Tiene un retrato de Díaz del Castillo que resulta ser, extrañamente, el del rey Enrique IV de Francia.

Muchas de las ideas del libro de Christian Duverger, especialmente las relativas al lenguaje y las palabras, son fascinantes. No creo, sin embargo, que haya demostrado su tesis de que Bernal Díaz era analfabeto. Díaz podría haber aprendido mucho en la ciudad comercial de Medina del Campo. También creo que, si Cortés hubiera escrito el libro, el secreto habría salido a la luz a través de su familia o la de Bernal Díaz. Ninguno de los hijos de Cortés era especialmente discreto. Fray Diego Altamirano sin duda le habría contado su secreto a alguien y se habría conocido con el transcurso de los años. Cortés tuvo otros ayudantes, según Duverger, en aquellos años críticos entre 1541 y 1546. ¿Fueron siempre discretos? No me lo creo. ~

Traducción de Ramón González Férriz

 

***

Testimonio de Bernal Díaz del Castillo

El siguiente texto –extraído de la información de Servicios y Méritos de Francisco de la Cueva y Leonor de Alvarado, su esposa, en Santiago de Guatemala– demuestra que Díaz del Castillo continuó su vida en Guatemala después de la Conquista. El documento no está fechado, pero me parece que debe ser de 1561…

/…// A la primera pregunta dixo que conoçe y cono-/çio a los en la pregunta contenidos, a don Pedro de / Alvarado desde el año de quinientos e diez y ocho, a / el dicho Hernando Cortes,[9] marques del Valle, desde el / año de quinientos diez y nueve aca, y Xocotenga y a / la dicha doña Luysa del dicho año de diez nuebe, y a los / dichos don Françisco e doña Leonor los conoçe desde / el año de quinientos e quarenta e uno a esta parte / poco mas o menos, y que conoçe a do Juan e a don Pe-/-dro y a don Esteban e a doña Beatris de la Cueva, hijos / de los dichos don Françisco e doña Leonor, y que a oydo / dezir que tienen otras hijas mas que este testigo / no las conoçe de nombre, y que a los susodichos los / conoçe del dicho tienpo a esta parte de bista y / habla y conversaçion.[10]

/…/ A la segunda pregunta dixo que sabe este testigo / que el año de quinientos y diez y nuebe el dicho don / Hernando Cortes bino desde la ysla de Cuba la Nueva / España con honze nabios y con quinientos y çinquen-/-ta hombres españoles poco mas o menos, y que / entre ellos uno de los mas notables e prinçipa-/-les hera el dicho don Pedro de Alvarado, e que luego / en saltando en tierra en la Nueba España en el / arenal eligeron por capitan general e jus-/-tiçia mayor al dicho don Hernando Cortes, y al di-/-cho don Pedro de Alvarado por el primer capi-/-tan, e como tal capitan fue el primero que hizo / entradas, la qual sabe este testigo porque ansi / lo vio ser e pasar por ser uno de los conquistadores // de los que se hallaron en el nombramiento / de los dichos capitanes don Hernando Cortes, ge-/-neral, e don Pedro de Alvarado, e conquista de la / Nueva España, y en lo demas contenido en la pre-/-gunta tambien sabe este testigo que el dicho ade-/-lantado don Pedro de Alvarado como tal capitan fue / uno de los que mas bien sirbieron a Su Magestad en la / conquista de la dicha Nueba España, hallandose en mu-/-chas batallas, enquentros y entradas, y que quan-/-do a el dicho don Hernando Cortes le conbino salir de Mexico / e benir a la mar del Norte a berse con el capitan Narbaez, / dexo a el dicho don Pedro de Alvarado con setenta y çinco / o ochenta hombres en guarda de Monteçuma, señor de / Mexico, donde se alço la gente de Mexico y el dicho / Monteçuma y

le dieron siete u ocho dias guerra, / y le mataron siete o ocho de sus soldados
e conpa-/ñeros, e donde pereçiera si el dicho don Hernando Cortes con / mill y trezientos honbres, ansi de los que el abia traydo / como de los que truxo Narbaes, e muchos yndios ami-/-gos tlaxcaltecas no bolbiera en su socorro, en / lo qual este testigo tiene por çierto que el dicho don / Pedro sirbio a Su Magestad e padeçio mucho trabaxo, / e este testigo lo sabe porque como dicho tiene fue / uno de los conquistadores bio quedar a el dicho Hernando Cortes a el dicho socorro, e que / sabe este testigo y bio que despues de con-/-quistada la dicha Nueba España el dicho don / Pedro de Alvarado por comision del dicho don Her-/-nando Cortes y en nombre de Su Magestad, bino // a esta provinçia de Guatimala, y este testigo / le vido benir con la dicha gente e no vino con el por-/-que fue a otras probinçias con el capitan Sando-/-bal, e que despues, estando el dicho don Hernando / Cortes en la probinçia de Honduras y este tes-/-tigo con el dicho Hernando Cortes y con otros capi-/-tanes, el dicho don Pedro de Alvarado dende esta / provinçia de Guatimala que el ya tenia paçifica / fue a la dicha provinçia de Honduras en busca / del dicho don Hernando Cortes, donde ansimesmo a-/yudo a la conquistar e paçificar, y que este testigo / a oydo dezir por cosa publica que el dicho don Pedro / de Alvarado hizo una armada de çiertos nabios a presente, e que / despues de la jornada del Peru fue a España el / dicho adelantado don Pedro de Alvarado, y buelto / de España, diziendo que hera en cunplimiento de / çierta capitulaçion que abia hecho con Su Mages-/-tad, hizo otra armada donde dizen que gasto mu-/-cha cantidad de pesos de oro, e dezian que yba al / poniente, e saliendo de la dicha armada con mucha / gente en socorro de çierto capitan que estaba en / serviçio / de Su Magestad en la provinçia de Xalisco, / que se llamba fulano Oñate,[11] e que en este / socorro murio el dicho adelantado, e que este / testigo no se hallo presente en estas jorna-/-das por la mar nil as bio, pero que es cosa / publica e notoria en esta provinçia / e fuera d’ella, e que en lo serviçios / que el dicho don Pedro de Alvarado // hizo a Su Magestad sirbio mucho e aumento / en la corona real de Castilla mucho, como es / notorio e constara por las coronicas a que / este testigo se remite, de lo qual este testigo / como testigo de bista e que se hallo en conquista / y descubrimiento de la Nueva España y otras par-/-tes dos bezes antes de que el dicho don Hernando Cor-/-tes, tiene hecha una coronica e relaçion a la / qual tanbien se remite. Y esto responde y sabe / d’esta pregunta.

/…/ A la quarta pregunta dixo que dize lo que / dicho tiene en las preguntas antes d’esta. ~



[1]Cortés,París, Fayard, 2001; Cortés. La biografía más reveladora, Madrid, Taurus, 2005.

[2]Está en la British Library de Londres.

[3]Duke University Press, Durham, Carolina del Norte, 1927.

[4]Patronato, Legajo 57, N2, R 1 de 1545.

[5]La conquista de México,Londres, Simon & Schuster 1993, pp. 322 y siguientes. También se reproduce en otras ediciones, incluidas la española y la francesa.

[6]México, fce, 1985, vol. 1, p. 149.

[7]París, L’Harmattan, 1993.

[8]Recomiendo un valioso estudio, Documents and narratives concerning the discovery and conquest of Latin America,Cortés Society de Berkeley, California, New Series, núm 1, 1942, con una introducción de Henry R. Wagner.

[9]  En vida, normalmente a Cortés se le conocía por su nombre de Hernando, que más tarde se cambió a Hernán por razones que no puedo descifrar.

[10]Duverger dice que Bernal Díaz, si existió, debió conocer a Cortés antes de 1518 y a Alvarado antes de 1519. No estoy de acuerdo.

[11]Cristóbal de Oñate, el fundador de Guadalajara en 1531.

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