La reciente โexhortaciรณn apostรณlicaโ de Joseph Ratzinger (mรกxima autoridad de la Iglesia Catรณlica de Roma), por la que se emplaza a sus fieles a intervenir con firmeza aรบn mayor en el debate pรบblico, ha suscitado reacciones de incomodidad y desencanto en los sectores progresistas de nuestro paรญs. Resulta comprensible: habituados al tono beligerante y furibundo de los obispos espaรฑoles y otros defensores menos acreditados de los valores tradicionales de la fe catรณlica, la idea de una nueva intensificaciรณn de sus intervenciones no puede ser tranquilizadora. En realidad, tanto el desmayo y el hastรญo de los liberales laicos como el redoble de tambores en las filas de la ortodoxia son igual de sintomรกticas: revelan nuestra falta de talante liberal y las precarias condiciones en que se desenvuelve entre nosotros el debate pรบblico. En una cultura democrรกtica asentada, la invitaciรณn al activismo de una minorรญa ha de verse como un paso enormemente positivo, como una contribuciรณn al enriquecimiento de la sociedad y a la pacรญfica confrontaciรณn de los valores y de las propuestas referidas a la convivencia. Ciertamente, ni la tradiciรณn de la Iglesia Catรณlica ni los tรฉrminos del nuevo documento vaticano parecen apuntar a este modelo: pero la integraciรณn de la Iglesia de Roma en un debate liberal y honesto no se lograrรก nunca si quienes no compartimos sus premisas nos enconamos en reacciones defensivas y no desplegamos con firmeza nuestras propias reglas de respeto a la opiniรณn ajena. A Joseph Ratzinger se le atribuyen con rara unanimidad defectos y virtudes, pero al margen de su formaciรณn intelectual y de su conocida rigidez, hay un elemento en su figura que anima a ser optimista: es el primer papa moderno proveniente de un paรญs en que el catolicismo hace ya siglos que perdiรณ su monopolio religioso. Este hecho es capital: sea cual sea su opiniรณn sobre las otras confesiones (y hay que reconocerle su denuedo en precisarla), Ratzinger sabe que, en la sociedad en que รฉl creciรณ, la Iglesia Catรณlica ocupa una posiciรณn entre otras. Podrรก pensar que รฉsta es la verdadera (incluso la รบnica verdadera), pero sabe que necesariamente ha de contar con posiciones distintas y no por ello menos firmes, consecuentes ni respetables. Entiendo que รฉsta es la primera condiciรณn para un debate pรบblico leal. Y como el emplazamiento de Ratzinger se dirige expresa y estrictamente a la lucha ideolรณgica (y no a la insumisiรณn contra las leyes, a la rebeliรณn civil, o al Alzamiento Nacional) entiendo asimismo que la reacciรณn mรกs natural a su iniciativa no puede ser โdรฉjennos de una vez en paz y mรฉtanse en sus cosasโ, sino mรกs bien โestupendo, bienvenidos al debate, escucharรฉ con mucho gusto sus ideas, y aprรฉstense a escuchar las mรญas.โ
La โexhortaciรณn apostรณlicaโ de Ratzinger parece ostentar el mรฉrito, habitual en รฉl, de explicitar sus premisas fundamentales. Hay una serie de cuestiones, se nos dice, que para la Iglesia โno son negociablesโ (lo que quizรก no sea el mejor punto de partida para una negociaciรณn, pero ayuda a orientarse). Son รฉstas: โla defensa de la vida humana desde su concepciรณn hasta su fin natural, la familia fundada en el matrimonio entre hombre y mujer, la libertad de educaciรณn de los hijos, y la promociรณn del bien comรบnโ. Por razones de espacio y relevancia, prescindo de discutir el รบltimo punto (banal en su falta de concreciรณn) y el tercero (que debemos considerar, a la vista del historial de la Iglesia en la cuestiรณn, como un rasgo de humor). En el punto segundo, convendrรญa saber quรฉ es lo que โno es negociableโ en el modelo de familia tradicional (que, en nuestras sociedades occidentales, va siendo ya minoritario frente a la solterรญa, la convivencia no matrimonial, y el matrimonio sin hijos): como no conozco a nadie que abogue por su aboliciรณn, debemos concluir que lo que la Iglesia rechaza es el cuestionamiento de su monopolio. Tambiรฉn cabrรญa explicitar si la repentina insistencia (ante la consolidaciรณn de alternativas) en que el matrimonio debe entenderse exclusivamente como โla uniรณn de un hombre y una mujerโ se refiere al matrimonio eclesiรกstico o al civil: como la Iglesia nunca quiso saber nada del segundo, imagino que debe tratarse del primero, aunque la idea de que una uniรณn sacramental entre dos personas del mismo sexo encaja bien en el espรญritu evangรฉlico cobra fuerza a la vista de su adopciรณn en varias confesiones protestantes. โLa defensa de la vida humanaโ, a la que habrรก que dar la bienvenida a la Iglesia Catรณlica, serรญa un importante punto de encuentro si su verdadera significaciรณn no viniese apuntada en el complemento (โdesde su gestaciรณn hasta su fin naturalโ): la beligerancia de la jerarquรญa catรณlica no acostumbra a dirigirse a las lesiones de derechos de los vivos, sino al destino de los no nacidos, de los embriones, y de las personas que voluntariamente desean poner fin a sus vidas. Por eso entiendo que la exhortaciรณn papal serรญa mรกs exacta y honesta si formulase abiertamente lo que no considera negociable: que la vida humana es un don divino sobre el que los hombres no pueden disponer en ningรบn caso. Frente a esto, quienes creemos en la defensa de una vida digna deberรญamos hacer valer la libertad de decisiรณn sobre la propia vida y sumarnos al debate sobre lo que constituye su โfin naturalโ (la fรณrmula parece excluir, por ejemplo, lo que la ley espaรฑola denomina con finura โempecinamiento terapรฉuticoโ) y su โcomienzo naturalโ (si es que la uniรณn de un รณvulo y un espermatozoide es โvida humanaโ, y si la respuesta a esta pregunta se adopta en base a argumentos racionales o a la condena bรญblica al derrame infecundo de esperma).
Como puede verse, la mera desenvoltura de las premisas vaticanas revela alguna que otra inconsecuencia, pero ofrece un espacio promisorio para el debate pรบblico. Cabrรญa echar en falta una toma de postura sobre cuestiones de actualidad a las que no deberรญa ser ajeno un catรณlico, como si la inmigraciรณn ilegal es tambiรฉn ilegรญtima o con quรฉ derecho (o argumentos) puede limitarse la libertad de las personas para establecerse y trabajar donde mรกs posibilidades hallan de vivir dignamente. Y cabrรญa preguntarse, si aceptamos la llamativa tendencia de la Iglesia a sobredimensionar cuestiones de moral sexual, por quรฉ la voluntad de dos personas adultas de un mismo sexo a acceder a los derechos y obligaciones del matrimonio civil genera mรกs escรกndalo en sus jerarquรญas que el maltrato domรฉstico, el abuso infantil o la prostituciรณn forzada. Pero si dejo de lado estos recelos y me aplico a formular un programa de mรญnimos para la convivencia, puedo acercarme bastante a la propuesta vaticana: โla defensa de la vida humana digna frente a cualquier forma de coacciรณn o menoscabo, la creaciรณn de espacios afectivos que permitan el libre desenvolvimiento de las individualidades, la libertad de educaciรณn y de expresiรณn, y la promociรณn del bien comรบnโ. Con algo mรกs de flexibilidad y buena fe en los puntos de partida, podrรญamos hallar vรญas de diรกlogo mรกs constructivas que las que han predominado รบltimamente. ~