Buñuel y la aventura surrealista/ II

El filme, decía Buñuel, sólo colectaba una serie de imágenes surgidas durante las conversaciones con el coautor del guión, el pintor Salvador Dalí.
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En el balcón una rechoncha y bella mujer contempla el estrellado cielo nocturno mientras en la habitación contigua un hombre afila una navaja barbera. Cuando una nubecilla cruza la luna, el hombre sale al balcón y corta horizontalmente un ojo de la mujer, que recibe la agresión en actitud pasiva, casi aquisciente…

Las imágenes iniciales de Un chien andalou (en que el ojo navajeado es en realidad el de una vaca) siguen impresionando al espectador más que el cine de horror de hoy con sus más sofisticados trucos técnicos, pero si la película (muda, en blanco y negro y de 17 minutos) sigue vigorosa siendo octogenaria, todavía algunos visitantes de la sala actualmente dedicada al surrealismo en el MUNAL le buscan un “significado”.

El mismo realizador negaba cualquier “significación” de Un perro andaluz. El filme, decía Buñuel, sólo colectaba una serie de imágenes surgidas durante las conversaciones con el coautor del guión, el pintor Salvador Dalí. Al principio quisieron el título Prohibido asomarse al interior (antítesis del aviso sobre las ventanas de los trenes: “Es peligroso asomarse al exterior”) pero les pareció demasiado literario y optaron por el de un inédito libro de poemas de Buñuel.

Cuando en 1928 la película se estrenó en una selecta salita del Quartier Latin, Breton y los fundadores del surrealismo asistieron dispuestos a boicotearla, pues sospechaban que era arte esnob, yvacuamente vanguardista amparado bajo la etiqueta de “surrealista”, pero, viendo que se adelantaba al axioma de “La belleza ha de ser convulsiva, o no será” (André Breton), se apresurarona a acoger a los coautores en su exigente grupo.

En los años cuarenta el escritor inglés Cyril Connelly anotaba en su libro La tumba sin sosiego: “Así se encamina Un chien andalou hacia un final en que los protagonistas yacen enterrados hasta el cuello en el desierto ilimitado, ciegos y harapientos bajo el sol y devorados por insectos.  Este mundo hermético de celos y lujuria, de pasión y aridez, cuyos bellos personajes deambulan como comadrejas sanguinarias, causa un sentimiento de frenesí y de liberación. En él hablan el Id y, por primera vez en el cine, la angustia latente bajo la vasta complacencia del mundo de la posguerra” (es decir la atmósfera moral de las élites culturales de los años ‘20). Antes, en 1938 y en México, el poeta Xavier Villaurrutia, había reseñado en la revista Hoy una exhibición de cineclub. Había que ver la obra como “una serie de imágenes cargadas de erotismo y de crueldad, inusitadas siempre, dentro de una atmósfera densa de angustia. El espectador queda a merced del poder ‘activo’ de la imagen que no le deja un punto de reposo. La sensualidad del film es algo vivo y lúgubre al mismo tiempo. El ojo cortado por un navajazo y las hormigas en la mano son, entre otras muchas, verdaderas metáforas realizadas.”

Pero ¿de qué trataba la película? Jacques B. Brunius sostenía que “por su argumento, Un perro andaluz es una afirmación del valor de la anécdota”. Y por nuestra parte Pérez Turrent y yo, en el libro de entrevistas con Buñuel, Prohibido asomarse al interior, intentamos la posible sinopsis narrativa de los tres ¿capítulos? sugeridos por tres subtítulos en blanco sobre negro:

ERA UNAVEZ. Un hombre (Luis Buñuel) secciona el ojo de una joven (Simone Mareuil). Una nube pasa delante de la luna. OCHO AÑOS DESPUÉS. Un ciclista (Pierre Batcheff) cae accidentado en la calle. La joven lo socorre y lo besa. En una habitación el ciclista “renace” y acosa eróticamente a la joven. Los dos contemplan por la ventana un suceso callejero: entre la multitud un aparente hermafrodita juega con una mano cortada y un automóvil lo atropella. El ciclista acaricia a la mujer, la persigue por la habitación arrastrando objetos atados a cuerdas: calabazas, piano, burros muertos, etc. Un ‘doble’ del ciclista impone a éste castigos escolares. El ciclista dispara contra el “doble” y éste muere abrazando el torso desnudo de la mujer. La joven observa fijamente una mariposa de la especie “cabeza de muerto”. El ciclista, de nuevo “renacido”, vuelve a acosar a la mujer.  Ella sale de la habitación a una imprevista playa soleada, donde pasea alegremente con otro joven (¿o es el ciclista?). EN LA PRIMAVERA. La mujer y el nuevo (¿o el mismo?) hombre aparecen semienterrados hasta el busto en la arena, devorados por insectos bajo un sol poderoso.

Tal vez se podría intentar a partir de este bosquejo de “argumento”, una “lectura” del ¿tema? de Un perro andaluz.

(Continuará)

 

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Es escritor, cinéfilo y periodista. Fue secretario de redacción de la revista Vuelta.


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