Un perro andaluz, la primera película de Luis Buñuel, es un collage de muy diferentes y distantes imágenes a la manera del programático símil propuesto por el presurrealista “Conde de Lautréamont” en los Cantos de Maldoror: “bello como el encuentro casual de un paraguas y una máquina de coser en una mesa de cirujía», y esla transcripción al cine de la escritura automática propuesta por el movimiento surrealista.
El rechazo de un “argumento” lineal y racional en Un perro andaluz ocurre desde el título, que en lugar de ése pudo ser el inicialmente pensado por Buñuel y Dalí: Prohibido asomarse al interior. En 1929, un año después del estreno, el guión se publicó en la revista La révolution surréaliste con esta nota adversa al sospechoso aplauso de los esnobs: “Una exitosa ‘película artística’, piensan muchos espectadores. Pero ¿qué puede uno hacer contra los buscadores de novedades aunque éstas ultrajen sus convicciones más profundas, contra una prensa vendida e hipócrita, contra un público imbécil que ha encontrado ‘bella’ o ‘poética’ la que sólo es una desesperada, una apasionada invitación al asesinato?”
Hasta donde se sabe, Un perro andaluz no ha motivado ningún asesinato, pero aún hoy la película, ya octogenaria y todavía joven, impresiona por la libertad, la fuerza y la poesía del fluir de las asociaciones visuales y por el esbozado relato, ¿o drama?, en el que un hombre y una mujer se desean, se persiguen, se rechazan, se agreden y se torturan mutuamente. La imagen emblemática del deseo podría ser la mano masculina atrapada en una puerta y pulante de hormigas, emblemática metáfora del intento de posesión de un cuerpo mediante la caricia deseosa.
Quizá pueda leerse en el relato de Un perro andaluz el tema de la agonía del amor romántico en el mundo moderno. Hay una genuina exasperación romántica cuando el hombre, en un gesto ¿gozoso o dolorido? palpa con manos convulsas los pechos y las nalgas de la mujer, y cuando hacia el final agoniza trata de aferrarse al torso desnudo de ésta; hay un romanticismo elegíaco en la escena en que la mujer, como en un rito, colecta en el lecho las ropas del amado muerto para resucitarlo; hay un tono de romanticismo morboso, sadomasoquista, cuando otra mujer, de apariencia algo andrógina, juguetea en público con un bastón y una mano cortada y (dice el guión) “está como fascinada por los ecos de una lejana música religiosa escuchada en la niñez”.
Von Arnim, Hoffmann, Poe, Nerval, Lautréamont, Rimbaud, habían tratado literariamente el tema de la otredad del ser. Partiendo de ellos, y del psicoanálisis freudiano, el surrealismo se propuso la exploración de esa otredad, del otro yo latente en el fondo irracional, subconsciente, que se manifiesta en el delirio, en los sueños, en nuestras no deliberadas respuestas a las incidencias del azar. El libre y a la vez fatal flujo de imágenes despliega una multitud de significados. La secuencia del piano cargado con carroñas de asnos y arrastrado con cuerdas atadas al personaje puede entenderse como una metáfora del poder represivo ejercido por las convenciones morales, culturales, sociales y aun estéticas que oponen la Realidad al Deseo. Un sentido metáforico y erótico/tanático se despliega en las demás imágenes ofrecidas como en tumulto: la mano pululante de hormigas, los libros que se vuelven revólveres, las axilas y las nalgas femeninas convertidas en erizos o en pechos, la imagen ominosa de la “mariposa calavera” (la acherontia atroposeopos). El relato se sublimará en la escena en que el protagonista, mortalmente herido, cae, ya no en la habitación donde le dispararon, sino en la linde de un bosque, y sus manos resbalan en el intento de aferrarse al torso desnudo de la mujer. Pero no importa si las imágenes motivan en cada espectador, en cada ensayista o crítico, el “delirio de interpretación”. Importa que sean poderosas y apelen a nuestra otra inteligencia del mundo.
Un perro andaluz, película “antivanguardia” y la primera entera y verdaderamente surrealista, desata los poderes de la libre asociación de imágenes y relata el combate, “humano, demasiado humano”, entre la Realidad y el Deseo. Ese tema se ampliará, adquirirá más violencia en la segunda película de Buñuel: La Edad de Oro, que nos hará oir el ritmo obsesionante de los tambores de Calanda.
(Continuará)
Anteriormente publicado en Milenio Diario
Es escritor, cinéfilo y periodista. Fue secretario de redacción de la revista Vuelta.