Seguía lloviendo al otro lado de la ventana y se coló por los barrotes una brisa helada, casi mustia que me hizo estremecer. Mientras tanto columbré el espacio y el tiempo en el restirador frente a mí. Miré. No quería mirar. La luz de la lámpara iluminó los trazos de mi cartografía: latitudes, longitudes, tinta ocre y tinta verde. Todo en orden mientras apretaba el cartabón, a la espera de que Scallion se recuperase de su trance. Agnes lo reconfortó cuando volvió tartamudeando, la boca con espumarajos tras escuchar en su interior a la mujer que resplandece de Luz.
(¿Por qué debo ser yo quien a su dictado trace con el estilógrafo y tintas varias el mapa definitivo? También me maldecirán a mí, protesté bien en mis adentros).
Agnes pasó un pañuelo de lino sobre el rostro ya decrépito de Scallion, vidente e ingeniero en electrónica, quien miró con desaprobación mi mapa. Aún debe completar su forma, sentenció conteniendo un estallido de cólera que dilató su ojeras, no haces coincidir esto con lo que veo. ¡Tendré que volver a hundirme en la Luz!
En la coordenada de sus revelaciones esos pulsos luminosos lo aturden. Su don es el de ver, el mío no llega aún. Debería afinar lo referente a los meridianos 20°y 80°. Esa tarde no quise realizar trazos, curvas de nivel, paralelos, y presentí en Agnes la misma desgana cuando ingresamos a la morada de Scallion.
Afuera no paraba de llover. Él estuvo estornudando hasta que Agnes lo abrigó y le dio sopa caliente, que rechazócon arrogancia.
Mientras tanto divisé el mapa. Su verdad era lo único digno de perdurar, porque de eso nunca dudamos Agnes y yo, de que la carta geográfica era producto de una certeza arrebatada a la duda, producto de iluminaciones gracias a las cuales tolerábamos las iras de Scallion, quien luego se disculpaba. Ante el meridiano 120°palpitómi pecho al contemplar algo que no se parece a casa: por las noches sueño con ese quiebre de América que me encargué de corregir semanas antes. Siglo XXII, dice él que le indican las voces y la Luz. Sabe que la causa de esta ruptura masiva es la gran burbuja de magma bajo los Estados Unidos. La tierra en el lado oeste empezará a quebrarse, su fractura ocurrirá después de un terremoto descomunal, seguido de inundación y ahogo.
Agnes se acercó a mirar al restirador. Y fue cuando le dije que el mapa estaba concluido en su esencia, porque Scallion reiteraba sus descripciones. Insistí en que nos largásemos de ahí para no soportar más su tiranía. Qué agotado está, me respondió como no oyendo, temo que no regrese de uno de esos viajes. Le pregunté si había atendido a mi sugerencia pero se limitó a atisbar al mapa conmigo. Sin remedio le mostré el futuro del mundo, y vimos casi hundirse la tierra en mi cartografía iluminada por la luz. Ocurrirán variaciones en el lado oeste, en el este también se producirán cambios drásticos en que grandes porciones de Nueva York se inundarán, Manhattan perderá aproximadamente el cincuenta por ciento de su tierra, Rhode Island quedará casi sumergida. Fue el meridiano 60°, casi el que atraviesa Connecticut, lugar de nacimiento del ingeniero Scallion, el que empezó a atribularlo. Por eso revisó varios días los trazos de mi mapa, indicadores inevitables del hundimiento en las aguas. Esa noche se soltó en llanto y nos deshicimos en muestras de consuelo.
Así como las costas desaparecerán en el océano invasor, expliqué a Agnes, nuevos territorios —porciones de la Atlántida—aparecerán en el mar. Créelo, la Atlántida hundida a modo de cementerio marino que emergerá en las cercanías del meridiano 20°, ya rectificamos sus contornos decenas de veces. Así lo parpadeó la Luz en la sintaxis del tiempo futuro, de modo que Scallion quedó aturdido al mirar esa extensión tan vasta del territorio por venir.
A lo mejor ya comenzóel cataclismo y por eso no para de llover, sugirióAgnes. Tiritaba de frío.
Nos acercamos a la mesa de caoba por un poco de sopa. Ahí me sirvió té caliente mientras me frotaba las manos para desentumecerlas. No dejes enfriar la sopa, me indicó. Sopa, té, pan. Comimos con la austeridad de nuestro querido vidente que ya descansaba sobre su lecho. A la mención de la debilidad en su consistencia agregó Agnes lo de su hipertensión. No se colapsará, interrumpí. Recuerda que su voz fue vigorosa cuando nos indicó que la mayor parte de Europa quedará bajo el mar, que Noruega, Finlandia y Dinamarca se inundarán dejando cientos de pequeñas islas. También en Agnes, en los párpados entrecerrados de Agnes, confirmé que le pesaba la carga de asistir día con día a Scallion.
Repasé de memoria mis propios trazos, pero en ningún sitio vi el meridiano de eso que sentía, enojo y veneración hacia el ingeniero.
Terminé de comer y volví al mapa de nuestro futuro líquido. Sentí una punzada de nostalgia al ver en la cartografía las Filipinas inundadas, las islas de Japón completamente desaparecidas, sin que yo, ni tampoco Agnes, tuviésemos la oportunidad de ver el Tokio de aquel entonces, ni las estatuas de hielo en Hokkaido, como solo las hacen los nipones. Ah, y el Nilo se extenderá y el Mar Rojo se expandirá escindiendo el África en tres partes. Mar. Infinitud de agua que saldrá de no sé dónde para sepultar la vida de los orígenes. Sí, quizáde la lluvia que tanto ha durado, sumada al derretimiento de los polos. Había preguntado una noche antes a Scallion si no se dejaría desplomar otro Diluvio. ¡No vuelvas a preguntármelo!, rabió. Nada le indicaban las luces, quiero decir, las Luces al respecto, solo aquello referente a sismos submarinos y más agua. ¡Presentí que el vidente se transformaría en invidente de tanta Luz! Y más pesado iba a ser el yugo para Agnes. Tal como si hubiese adivinado mi pensamiento, ella atendió a lo propuesto minutos antes por mí. ¿Adónde nos dirigiríamos si lo dejamos?, interrogó con la voz temblorosa, como temiendo la caída de un rayo sobre su cuerpo menudo. Enmudecí. Muéstrame en tu mapa el meridiano al que estaríamos destinados, insistió ya repuesta de lo que debió parecerle una traición, rozando con el índice la superficie rectangular, fría del restirador. Miré. No quería mirar. ¿Lo ves?, no puedes hallarlo. Volvió a servirme té. La bebida dulce bajó por mi garganta, pero me dolía el mundo.
Deberías ir a casa a descansar, sugirió Agnes. No para de llover, le respondí.