Para representar su comedia de superioridad, los miembros de un cenรกculo, de una escuela filosรณfica o de una academia necesitan dar seรฑales exteriores de su rango, porque sin ellas el pรบblico ajeno a la cofradรญa no identifica a los personajes que debe admirar. Por eso los hombres y mujeres รกvidos de prestigio intelectual (avidez que generalmente nace de una carencia, pero que puede tambiรฉn convertirse en gula, cuando el prestigio ya adquirido espolea el apetito de reconocimientos) han adoptado siempre una indumentaria, unos modales o un cuidado personal que los distinguen del vulgo. Los sellos de distinciรณn van cambiando con el tiempo, y a veces dan giros de ciento ochenta grados, pero cualquier moda es bienvenida siempre y cuando sirva para proclamar el orgullo de casta. Un vistazo a los disfraces mรกs comunes de los aspirantes a personificar la sabidurรญa o la genialidad revela que no necesariamente deben ser opulentos. Tanto la mรกxima elegancia como el look zarrapastroso han cumplido en distintas รฉpocas la misma funciรณn enaltecedora y si en algรบn periodo de la historia la crema del intelecto se inclina por los trajes de gala, tambiรฉn puede convertir los andrajos en un sello de distinciรณn.
Ese movimiento pendular comenzรณ desde la antigua Grecia, cuando Empรฉdocles deslumbrรณ a los incautos con su augusto porte de semidiรณs. Como si hubiera querido trasladar a Grecia el boato sacerdotal de los pueblos asiรกticos, Empรฉdocles llevaba en la espesa melena una corona dรฉlfica, se vestรญa con una tรบnica pรบrpura, cinturรณn de oro y sandalias de bronce, y mostraba siempre un gesto impasible de estatua viviente. “Tal era su actitud trรกgica y solemne –cuenta Diรณgenes Laercio– que los ciudadanos que lo encontraban percibรญan en รฉl como un sello de realeza.” Al parecer, la caracterizaciรณn de Empรฉdocles no era nueva porque, segรบn Diรณdoro de รfeso, imitaba la vestimenta y los modales de Anaximandro. Los historiadores no saben con certeza quiรฉn fue el primer histriรณn ampuloso de la filosofรญa griega, pero es indudable que los sofistas se inspiraron en estos modelos para construir su personalidad social.
Desde la trinchera opuesta, los cรญnicos usaron la suciedad y los harapos, cuando no la desnudez total, para denunciar con รกcido humor la impostura de los sabios emperifollados. Diรณgenes era el Antiempรฉdocles: un provocador falsamente humilde, guarecido de la lluvia y el frรญo en una tinaja, que solo necesitaba un manto, un zurrรณn y un cuenco para beber agua. Privรกndose de todo lo superfluo y tratando con desdรฉn a oligarcas y emperadores, fundรณ un estilo de vida que mรกs tarde adoptaron los anacoretas de los primeros tiempos del cristianismo, los frailes de las รณrdenes mendicantes y los hippies del siglo XX. Los dos bandos en pugna teatralizaban sus principios filosรณficos y, aunque los cรญnicos fueran vagabundos en estado semisalvaje, serรญa impropio llamar descuido a una provocaciรณn tan deliberada.
Se supone que la imaginaciรณn y la inteligencia de un escritor o de un intelectual quedan objetivadas o desmentidas en sus obras. Con eso deberรญa bastarles para convencernos de que tienen un mundo imaginario propio o una manera peculiar de entender el mundo. Pero la mediocridad no puede prescindir de los disfraces y trata de ocultar por todos los medios el vacรญo interior. La indumentaria de los literatos integrados al orden por lo general busca reafirmar su pertenencia a una corporaciรณn, pues asรญ como los militares y los sacerdotes se distinguen de otras castas por sus uniformes y sus hรกbitos, el intelectual que ansรญa ser reconocido y respetado fuera de su feudo se desvive por exhibir sus galones ante la chusma profana. Para reafirmar en pรบblico la superioridad de la razรณn sobre el trabajo manual, tanto los mandarines chinos como los clรฉrigos universitarios de la Edad Media necesitaban diferenciarse de los artesanos. Si los eruditos medievales convirtieron en signos de estatus la toga y el birrete, los letrados chinos se dejaban crecer las uรฑas. Demostraban asรญ que solo usaban las manos para acariciar pergaminos, un alarde de poltronerรญa que marcaba distancias con las clases inferiores.
Los dandis del siglo XIX continuaron la tradiciรณn de Empรฉdocles, pero la herencia de Diรณgenes, el padre de la contracultura, ejerciรณ una influencia decisiva en el desaliรฑo del intelectual rebelde del siglo XX, sobre todo a partir de los sesenta, cuando la revuelta juvenil imprimiรณ un sello iconoclasta y rebelde a barrios enteros de las principales capitales del mundo: el Quartier Latin de Parรญs, el Soho de Londres, el Greenwich Village neoyorquino, el Coyoacรกn de Mรฉxico. El diletante disfrazado de artista bohemio pregona con su actitud que se ha forjado una personalidad propia a contrapelo del orden establecido. Pero cuando la bรบsqueda de originalidad desemboca en la creaciรณn de tribus urbanas (beatniks, existencialistas, hippies, hipsters) no crea individuos diferenciados: mรกs bien estandariza la rebeldรญa. Todos los dรญas comprobamos que un empleado de saco y corbata puede tener una vida interior mรกs rica y menos convencional que un idiota alternativo con tatuaje en el brazo, pantalรณn de mezclilla roto, arracada en la oreja y melena recogida en cola de caballo. ~
(ciudad de Mรฉxico, 1959) es narrador y ensayista. Alfaguara acaba de publicar su novela mรกs reciente, El vendedor de silencio.ย