Hossein Bashiriyeh es uno de los pensadores políticos capitales del Irán posrevolucionario. Conocido como el padre de la sociología política en Irán, a través de sus numerosos escritos y sus veinticuatro años como profesor en la Universidad de Teherán (1983-2007) ha influido tanto en el estudio como en la práctica política en su país. Desafortunadamente para quienes no sabemos persa, sólo uno de sus libros está disponible en inglés: State and Revolution in Iran, un análisis gramsciano de la revolución iraní, publicado en 1984, agotado desde hace tiempo y extremadamente difícil de hallar.
En el verano de 2007 Bashiriyeh fue despedido de la Universidad de Teherán. El año anterior el presidente Ahmadineyad había desafiado a los estudiantes a que “gritaran” y cuestionaran “¿por qué hay profesores liberales y seculares en las universidades?” Desde entonces Bashiriyeh se integró al departamento de Ciencias Políticas de la Syracuse University.
La siguiente entrevista se llevó a cabo por correo electrónico durante junio y julio de 2009.
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Como autor de un estudio clásico sobre la revolución iraní, y dado su más reciente trabajo comparativo acerca de las “situaciones transicionales”, ¿cuáles son sus impresiones de lo que ha estado sucediendo en Irán después de la elección presidencial del 12 de junio?
El verdadero significado de lo que ha pasado después de la elección de junio me parece que reside en la intensificación sin precedentes de una crisis de unidad y cohesión. Dicha crisis había ya emergido y persistido durante la década de los ochenta bajo el ayatolá Jomeiní. Pero nunca antes de 2009 las divisiones internas habían dado lugar a tal movilización política y represión masiva. Desde el inicio, el Estado islámico presenció divisiones internas en torno a la política económica, la interpretación de la ley islámica, el énfasis en la naturaleza islámica o republicana de la constitución y demás. En los ochenta emergieron dos partidos: el partido de la tradición y el partido de los jomeinistas. El primero apoyaba la no intervención en asuntos económicos y una jurisprudencia tradicionalista; el segundo, la intervención económica y una jurisprudencia dinámica.
La división dentro de los partidos dominantes y las élites se intensificó en 1997, cuando los viejos jomeinistas llegaron al poder y buscaron democratizar el Estado islámico al aumentar sus aspectos republicanos. Esa división llevó a la activación y movilización política de las nuevas clases medias, al surgimiento de nuevos partidos y a la confrontación violenta. Desde 2004, sin embargo, el núcleo de la élite clerical, dirigido por la Oficina de Liderazgo, ha buscado minimizar las divisiones internas y para ello ha expulsado del poder a quienes apoyan la modernización y la democratización, y ha creado nuevas agrupaciones y alianzas políticas, especialmente el partido del fundamentalismo (Partido de los Principios). El bloque de poder ha estado ocupado por una alianza de miembros del partido fundamentalista y el conservador tradicionalista, en detrimento de los reformistas. Dada la naturaleza controlada de las elecciones populares en el país, las facciones gobernantes han buscado retener sus posiciones a través de lo que los reformistas perciben como un “golpe electoral” seguido de represión. A lo que me refiero cuando digo “golpe electoral” es, de hecho, a un “aborto político” tardío, o a un “golpe abortivo” que previene que la reforma vea la luz.
Generalmente hay pocas dudas acerca de la importancia vital de las divisiones internas y la oposición para lograr un cambio dentro de regímenes ideológicos como esta república islámica, en particular cuando hay una ausencia de oposición externa organizada. Sin embargo, el asunto de la falta de unidad no ha conducido a una crisis en la coerción ni en el dominio: no hay fisuras aparentes entre las fuerzas armadas, no hay una fuerza militar rival, y la voluntad de poder y represión de la élite gobernante parece seguir intacta. Pero las crisis de cohesión causan otros problemas para los regímenes ideológicos: se menoscaba la legitimidad del régimen, se allana el camino para la organización del descontento popular y se promueve la ideología, el liderazgo y demás ingredientes necesarios para una situación revolucionaria.
En cualquier caso, lo que vino después de la elección de junio puede ser entendido en términos de la intensificación de las divisiones internas y las polarizaciones entre las facciones gobernantes. Pero, contrario a episodios pasados, estas han llevado a la movilización de la oposición popular en una escala muy grande. Se ha alcanzado el grado más alto de división al interior del régimen en la historia, y esto ha causado polarización, enfrentamiento y un círculo expansivo de “contrarrevolución”.
Como usted ha señalado, nunca en sus treinta años de historia la república islámica había presenciado movilizaciones políticas masivas de esta magnitud. En su opinión, ¿por qué ahora?
En general, se han propuesto tres teorías hasta cierto punto complementarias para explicar cómo y por qué la movilización masiva es posible. Primero, la teoría que ve la movilización masiva como una rara condición psicosocial o existencial que resulta de una brecha intolerable entre las expectativas populares y la posibilidad de satisfacerlas. Se ha sostenido también otro debate teórico importante que discute si la acción colectiva y de masas es posible en una sociedad que está viviendo el desarrollo de la sociedad civil. Una tercera teoría relaciona la posibilidad de la acción masiva y la movilización con la falta de unión entre las élites gobernantes. En el caso específico de Irán en junio de 2009, una combinación de estos tres factores hizo posible la movilización de la gente a gran escala.
Primero, había una brecha intolerable entre las expectativas crecientes antes de la elección y la represión violenta después de la elección. Durante unas cuantas semanas, un movimiento sociopolítico amplio, urbano, principalmente de clase media emergió alrededor de los dos candidatos reformistas (Musaví y Karrubí), y echó a andar a un gran segmento de la población en nombre del Movimiento Verde. El periodo de la campaña electoral se caracterizó por las festividades, las discusiones públicas, las esperanzadas proyecciones de cambio, los intrigantes debates televisados entre los candidatos presidenciales, una relativa libertad de prensa y crítica a la actuación del gobierno, publicidad política y propaganda, así como la reactivación de las agrupaciones políticas y de los partidos. Una vez que se anunciaron los inesperados resultados de la elección, la atmósfera cambió por completo y el lugar de la esperanza lo ocupó un ánimo de desesperación y enojo popular. El enfocarse en un solo tema –el fraude electoral– polarizó a la población y eso dio lugar a las manifestaciones masivas en las calles. Los líderes del movimiento también lograron concentrarse en el tema único de lo fraudulento de los comicios. La segunda semana, sin embargo, se vivió una situación bastante distinta, cuando el Líder Supremo prometió en las oraciones de los viernes que reprimirían cualquier manifestación en la calle y respaldaba la veracidad de los resultados oficiales de la elección. Así que, al final, la brecha que se amplió como resultado, por un lado, de las crecientes expectativas de libertad y cambio político y, por otro, el enojo, la decepción y la indignación que causó la manipulación de las elecciones, dio impulso a las movilizaciones masivas. Aun así, en las semanas siguientes el enojo fue reemplazado por el miedo, al ver cómo las fuerzas de seguridad no muestran el más mínimo asomo de piedad a la hora de aplastar violenta e implacablemente cualquier concentración popular.
En cuanto al segundo factor –el debate acerca de la acción masiva en una sociedad civil o en la sociedad de masa–, yo diría que lo sucedido durante el llamado Periodo de Reconstrucción –de 1989 a 1997–, así como en el Periodo de Reforma –de 1997 a 2005–, hasta cierto punto ha allanado el camino para una transición lenta de una sociedad de masa a una sociedad civil segmentada. La emergencia de asociaciones civiles, organizaciones de estudiantes independientes, asociaciones de escritores y periodistas, una prensa libre hasta cierto grado y una creciente independencia del control gubernamental en las artes y la cultura eran signos de esta transición hacia una sociedad civil. Un número similar (aunque mucho más reducido) de acciones colectivas y protestas masivas sucedieron durante estos dos periodos, pero las recientes manifestaciones son muy distintas en su naturaleza, su alcance, en la intensidad de las reacciones que provocaron en el gobierno y sobre todo en tanto que entre sus consecuencias estuvo la de revelar a la mayoría de la gente el carácter real del sistema político.
Finalmente, las divisiones entre las clases gobernantes y la percepción que tenía la población de ellas fueron muy efectivas a la hora de generar esta explosión popular. La falta de unión al interior del gobierno sucedió en distintos niveles: primero, a pesar de las graves diferencias entre los fundamentalistas que detentan el poder y los reformistas que aspiran a él, los candidatos reformistas fueron aprobados por el Consejo de Guardianes; a su vez, obviamente los reformistas confirmaron su fidelidad a la constitución y al sistema teocrático. Todo esto (aparentemente) dio un margen de seguridad para que la gente saliera a las calles y se manifestara a gran escala.
Aunque una oportunidad como esta para poder movilizarse en masa había sido el sueño de grupos de oposición externa e incluso dentro del gobierno durante mucho tiempo, las movilizaciones no fueron algo orquestado en ningún sentido. Al contrario, fue el resultado de una conjunción política muy rara, como es el caso con casi todas las situaciones revolucionarias.
La otra noche en un panel en Chicago que discutía la situación en Irán, el sociólogo Ahmad Sadri decía que estamos presenciando el “principio del fin para la república islámica”. ¿Está usted de acuerdo?
Mi argumento general ha sido que si el sistema político experimentó previamente algún tipo de crisis, ahora se ha intensificado y ha sufrido un cambio cualitativo. En términos de legitimidad ideológica, el déficit preexistente se ha transformado en una crisis de legitimidad de primer orden. La república islámica proclamó, desde su concepción, que estaba basada, aunque fuera parcialmente, en el apoyo y el consentimiento popular. Ha habido elecciones regularmente e incluso los Líderes Supremos han considerado que estas y la participación popular son la base fundamental del sistema político. Claro, como sabemos, las elecciones en la república islámica están restringidas en el sentido de que todos los candidatos en cualquier elección tienen que ser aprobados por el Consejo de Guardianes.
Por tanto, en términos de legitimidad, las recientes confrontaciones han tenido varias consecuencias. Primero que nada, han expuesto o develado la naturaleza de la estructura del poder. Antes, el Líder Supremo era considerado como un ente neutral en las disputas, alguien que permanecía por encima de las distintas facciones, como un juez imparcial. Pero esa ilusión fue destruida por el Líder mismo cuando anunció que tenía preferencias políticas personales y que de hecho apoyaba al gobierno en turno y sus políticas, y que continuaría apoyándolas a cualquier precio. Una segunda consecuencia será la convicción creciente entre las élites gobernantes acerca de la naturaleza subversiva de las elecciones y las participaciones populares masivas. Tercero, y de algún modo en paralelo a esto, podemos esperar que la gente pierda la fe en el valor del voto y en el valor de la participación política, lo que termina por ser otro factor de la erosión de la legitimidad política. En este sentido, el aspecto electoral de la teocracia será desacreditado en ambas direcciones y aparentemente el régimen tendrá que depender con mayor intensidad de los aspectos no democráticos o clerical-aristocráticos del sistema.
Creo que el impacto más importante que ha tenido el reciente levantamiento es la desaparición del miedo, sentimiento que había sido la base del orden político. El “conteo” de los votos, la arrogancia humillante, la intimidación, la brutalidad, las detenciones, la represión violenta y demás han causado indignación y enojo a lo largo y ancho de la sociedad. Si todos los agravios contenidos habían sido tolerados durante años por miedo, ahora el enojo que causan las acciones imprudentes del gobierno está abriendo el camino para una catarsis.
Asimismo tenemos que considerar el estado del movimiento opositor. Hasta ahora la coerción del gobierno ha demolido casi por completo la capacidad organizativa de la oposición, pero las cosas no se quedarán así. De entrada, la capacidad de organización de la oposición deriva de su liderazgo; un puñado de personas ha despuntado como líderes, y los líderes moderados han sido lentamente reemplazados por otros más radicales. Hasta ahora Musaví, Karrubí y Jatamí han guiado el movimiento de manera muy cauta y moderada, pero el ayatolá Montazerí ha hecho declaraciones muy significativas en las que justifica la rebelión pública contra el sistema teocrático y considera que el régimen está ya derrocado debido a sus tratos crueles e injustos a los manifestantes. Esto significa también una escalada en la ideología del movimiento, que parte desde cuestionar los resultados de la elección hasta cuestionar la legitimidad misma de la estructura de poder.
Se han registrado varios paralelos entre los eventos actuales y los de 1978-79, el más obvio las manifestaciones en las calles y los ecos de Allahu Akbar.* Por otro lado, algunos sostienen que esta no es una situación revolucionaria, y apuntan al hecho de que el fenómeno de la “Ola verde” está engarzado a la candidatura presidencial de una figura (Musaví) que operaba dentro del entramado de la república islámica. ¿Cómo ve usted esto? Como un estudioso de la revolución de 1979, ¿ve paralelos entre esos dos momentos?
A mí me parece que la confrontación actual bien puede convertirse en una situación enteramente revolucionaria, dada la intensidad del enojo y la frustración de la gente y dado el modo humillante en que el gobierno ha respondido a ello. Pero hay, como siempre, tanto similitudes como disparidades entre las dos situaciones históricas. En cualquier caso, no es necesario que la actual sea una réplica exacta de 1979 para que se convierta en una situación revolucionaria; puede hacerlo por sus propios medios.
Una diferencia clara se halla en la voluntad de represión de los líderes. El régimen del Sha, después de un periodo inicial de represión, perdió su voluntad de poder y gradualmente viró hacia una política de moderación, tolerancia y compromiso: el Sha que escucha el mensaje revolucionario, las negociaciones con el Frente Nacional, el régimen Bajtiar, las negociaciones en París, la huida del Sha y demás. Aparentemente la política de derechos humanos de Carter y la presión de Estados Unidos tuvieron algo que ver con esta pérdida de voluntad para reprimir. En cambio, la voluntad de represión del régimen islámico se mantiene firme; aunque quizá sea aún prematuro hacer un juicio, dada la naturaleza cíclica de las manifestaciones y protestas que se dan cada tanto, en un modo que recuerda los hechos de 1978. En cuanto a las relaciones entre Estados Unidos e Irán, parece que la política de la actual administración puede haber contribuido a esta voluntad de represión.
Existen diferencias también en cuanto a la naturaleza de la oposición. En el caso del régimen del Sha, un largo periodo de estabilidad económica fue interrumpido por una pronunciada recesión, lo que creó una división intolerable entre las expectativas de la población y las capacidades del gobierno. En el caso de la república islámica, ese mismo patrón se ha manifestado aunque con contenido distinto, uno que es político y no económico: un largo periodo de moderación y relativa tolerancia, desde 1989 hasta 2005, fue seguido por una recesión y una caída bajo el régimen militarista y fundamentalista de Ahmadineyad.
Así que, al final, parece que algunos de los ingredientes para una situación revolucionaria están presentes ya, pero otros todavía no se materializan.
¿Qué opinión le merecen las respuestas de ciertos personajes de izquierda en Occidente a los eventos sucedidos en Irán; desde James Petras, defendiendo los resultados oficiales de la elección, hasta Hugo Chávez, llamando a Ahmadineyad un aliado “revolucionario” y al ministro de Relaciones Exteriores venezolano reprobando las manifestaciones callejeras? Es importante apuntar que también ha habido fuertes respuestas críticas de parte de la izquierda a estas posturas. ¿Qué opina de estas posiciones encontradas?
A mí me parece que estas reacciones desfavorables al movimiento popular en Irán no son tan difíciles de explicar. Creo que son el resultado de, primero, la ignorancia y la desinformación acerca de la naturaleza del sistema político en Irán desde la revolución, las fases históricas por las que ha pasado y la brecha que se sigue abriendo entre la ideología oficial y la opinión pública, en especial la rápida secularización de la sociedad bajo una teocracia. Consecuentemente, dichos regímenes terminan por ser más populares entre algunos extranjeros que entre sus propios ciudadanos. Segundo, me parece que las opiniones son el resultado de intereses comerciales y financieros propios, y de la relación comercial favorable que Irán tiene con Venezuela y otros países. Los regímenes ideológicos tienden a crear sus propios satélites o sus propios amigos cercanos que obviamente apoyan sus políticas y sus acciones. Creo, pues, que las respuestas de izquierda que menciona se han olvidado por completo de las dimensiones democráticas del marxismo y han caído presas de la demagogia. Olvidan por momentos que la extrema derecha y la extrema izquierda son engañosamente parecidas. En el caso de Venezuela, una combinación de apreciaciones de pseudoizquierda y sus propios intereses comerciales es lo que está en juego. El gobierno venezolano no sabe nada acerca de la situación política y la opinión pública en Irán. El apoyo de Rusia ya ha suscitado cantos de “Muerte a Rusia” por parte de los manifestantes en las calles.
Hay una serie de perspectivas discordantes entre los progresistas acerca de si la administración de Obama debe encarar a Irán ahora. Algunos otros progresistas, particularmente iraníes, opinan que Estados Unidos debe refrenarse de enfrentar a Irán. Unos más, especialmente entre el movimiento pacifista estadounidense, hablan de diálogo y diplomacia independientemente del escenario poselectoral. ¿Cuál es su postura al respecto?
Yo definitivamente estoy de acuerdo con los que están en contra del enfrentamiento. Yo también pienso que el enfrentamiento, en cierto sentido, daría legitimidad a un régimen que pasa por una gran crisis, y alienaría al creciente movimiento de oposición que se inclina a favor de la democracia y que espera apoyo moral de parte de las naciones democráticas. Pienso que este es el peor momento para que el gobierno de Estados Unidos siga una política de enfrentamiento, ya que el régimen iraní está en su peor situación. Debió haber intentado esa aproximación cuando el régimen estaba en un mejor momento, esto es, durante la presidencia de Jatamí.
Aunque la percepción del gobierno iraní de que no hay una amenaza de parte de Estados Unidos bajo esta nueva administración (contrario a sus percepciones inmediatamente después de la invasión de Iraq) puede haberle dado confianza para reprimir el movimiento de oposición, creo que cualquier política de enfrentamiento fortalecería al gobierno vis-à-vis la oposición democrática. Todos recordamos el caso del apoyo estadounidense y británico al régimen en Sudáfrica y su política de apartheid durante la Guerra Fría, algo que ayudó a ahogar el movimiento antiapartheid y fortaleció al régimen. Para ser claros, no fue a través del apoyo activo a la oposición democrática, sino del repudio a los regímenes antidemocráticos, como se contribuyó a las transiciones. ~
Traducción de Pablo Duarte
© Logos, vol. 8, núm. 2, 2009
* “Alá es grande”, frase que era gritada tanto en las movilizaciones de 1978 y 79 como en las recientes en señal de protesta.