Crazy diamond

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Hace unos años se estrenó una película muy idiota con los todavía más idiotas Jason Biggs, Jack Black y Steve Zahn y la cada vez más talentosa y bella Amanda Peet titulada Saving Silverman. Un típico subproducto generado por el éxito de los Hermanos Farrelly del que no tendría sentido alguno hablar si no fuera que –al igual que lo que sucedía con el uso de Jonathan Richman en Algo pasa con Mary– allí aparecían las canciones de Neil Diamond y, finalmente, el mismísimo Neil Diamond en un cierre triunfal y live y, claro, idiota. Y acaso lo único que se recordará de ese montón de celuloide es que, lateralmente, allí latía algo que ya sabíamos: la imposibilidad de resolver un enigma apasionante. Y ese enigma es si Neil Diamond es cool o cult o trash; si se ubica entre los grandes o es apenas un agrandado; si se trata de un sentimental o un sentimentaloide. Y acaso lo más importante de todo: si no estará un poquito chiflado.

Porque a lo largo de varias décadas, Neil Diamond (nacido como Noah Kaminsky en Brooklyn, 1941) ha dado muestras sobradas de ser un tipo raro a pesar de tratarse de un producto supuestamente mainstream. Alguien que comenzó como escritor de canciones para otros –entre los que se contaron Cliff Richards y The Monkees con su triunfal y tantas veces versionada “I’m a Believer”– en esa escuela/empresa que fue el célebre Brill Building, para acabar haciendo realidad el sueño del nerd de escritores y triunfar como superestrella (oír el apoteósico Hot August Night de 1973). Todo esto sin privarse de brotes freak como el soundtrack de Jonathan Livingstone Seagull (Juan Salvador Gaviota, para nosotros); el patológico ego-trip fílmico junto a Laurence Olivier que fue The Jazz Singer; la arqueología autobiográfica en los muy buenos y recargados discos titulados Beautiful Noise (producido por Robbie “The Band” Robertson en 1976) o Three Chord Opera (2002) recordando sus comienzos de compositor a sueldo. Y no olvidar su último y bizarro hit de 1982: “Heartlight”, una sentida oda al pecho luminoso del E.T. de Steven Spielberg.

Una forma fácil de quitarse la dificultad de encima sería afirmar que Diamond es el equivalente musical a eso que en Hollywood y detrás de las cámaras se conoce como “un hábil artesano”. Pero no. Y Diamond es, también, el placer más o menos culposo de nombres entre los que se cuentan el de Rick Rubin, productor famoso por retocar y enaltecer carreras como las de los Red Hot Chilli Peppers, Donovan, Mick Jagger, Tom Petty, Shakira o, por encima de todos, Johnny Cash. Lo que hace y le hace Rubin –quien por estos días trabaja con U2 y Bob Dylan– es ejemplar e inteligente, y lo hace sin traicionarlo o hacer trampa, puliendo los peores rasgos musicales del artista. Rasgos que son, también, los que mejor lo definen. Rubin comenzó el operativo Diamond con el meritorio pero todavía un tanto inseguro 12 Songs (2005) y lo consuma plenamente con el flamante Home Before Dark que –en el momento de su salida– consiguió la proeza de ser número uno tanto en usa como en uk, primera vez que un disco del loco alcanzaba esas alturas. Y aquí vuelve a aparecer lo mismo de siempre pero mejor que nunca: Canciones de un corazón roto (la perfecta “If I Don’t See You Again”, “Another Day [That Time Forgot]”, “Forgotten”) junto a esas otras que constituyen una nueva aproximación a lo que es El Tema del Canon Diamantino: canciones sobre escribir canciones: “One More Bite of the Apple”, “Act Like a Man”, “Whose Hands Are These”. Todas ellas brotando de una garganta que siempre parece a punto de desatarse pero que Rubin parece saber controlar. Porque, claro, Diamond canta como una avalancha, como si entonar el Himno Nacional, como si fuera el sacerdote y fiel y Dios de su propia iglesia.

Y no hay muchos como Diamond; porque parecerse a él –de algún modo lo mismo ocurre con otro raro de culto, el ibérico Raphael– sería caer en el ridículo. Diamond empieza y termina en sí mismo y –más allá de lo kitsch y de lo cursi– Home Before Dark y Rubin triunfan al revelarnos, por una vez, cuál es su muy particular genio. Eso que se siente en la digna de figurar en Blood on the Tracks “If I Don’t See You Again”, o en la digna de I’m Your Man “Forgotten”, o en la digna de American Recordings “Act Like a Man”. Sí, en Home Before Dark Diamond brilla a la altura de Dylan & Cohen & Cash.

Aquí vuelve este legítimo American Psycho. Un tipo que, cualquier noche de éstas que no está trabajando como tutor de participantes en el reality American Idol, en el centro de sus conciertos, entre una canción y otra, le ordena a su público que se abracen entre ellos y que se juren amor eterno aunque no se conozcan.

Y que, cuando su propuesta es recibida con risitas nerviosas, comenta: “No entiendo de qué se ríen… El amor es algo muy serio”. Y lo dice sin reírse.

Y después Neil Diamond sigue cantando.

Y el misterio permanece. ~

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es escritor. En 2019 publicó La parte recordada (Literatura Random House).


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