Hace poco se inauguró la Casa del Lector. Ubicada en el complejo de naves que conforman Matadero Madrid, la casa ha sido auspiciado por la fundación Germán Sánchez Ruipérez, quien fuera fundador de la editorial Anaya, además de un gran impulsor del libro y de la cultura en España. El espacio, dirigido por César Antonio Molina, se compone de dos naves en las que antiguamente se sacrificaban animales, y que gracias a la arquitectura y al diseño están acondicionadas para que dentro de sus muros se produzca el “viaje alrededor de la habitación” en que se cifran la aventura y el placer de leer.
La ambición de este proyecto se equipara a su nobleza. A ese enorme conjunto cultural le faltaba un lugar para las letras, la literatura, la edición y los libros; un lugar para la actividad que hoy –casi podría atreverme a afirmar– es la única que la construcción y sostenimiento de nuestra civilización reclama: la lectura. Con urgencia se requieren espacios que propicien la lectura y el análisis, donde se cuestione y se piense el cambio de paradigma que está atravesando no solo nuestra producción simbólica, sino nuestra manera de distribuirla, de percibirla y de leerla. Cada vez más entregada a las imágenes e inmersa en el ocularcentrismo, nuestra época nos ha transformado en “espectadores pasivos”: víctimas y victimarios de nuestra propia y desproporcionada producción. Casi podríamos afirmar que, sumidos en esta lógica desmedida del consumo, somos lo que consumimos, atrapados en una aberrante lógica de autofagia.
Más allá del análisis de la producción y el consumo cultural, resulta curioso pensar en la imagen de los animales sacrificados que se alojaban en el edificio antes de convertirse en centro cultural y que nos servían de alimento, pero sobre todo pensar en la coincidencia del laberinto y la muerte del minotauro en la construcción de nuestra civilización, y que hoy celebramos con la apertura de un nuevo espacio. La Casa del Lector abre sus puertas con El hilo de Ariadna: Lectores / navegantes, una interesante exposición que nos regresa al tiempo del mítico minotauro, sin por ello perder el hilo que le une a la promesa de ubicuidad de nuestro mundo hiperenlazado en red y sin “cables”.
La exposición, organizada por Casa del Lector y Acción Cultural Española y comisariada por Francisco Jarauta, cuenta con obras de Gema Álava, Theo Angelopoulos, Eugeni Bonet, Jorge Luis Borges, Benjamin Constant, Julio Cortázar, Rosó Cusó, Daniel García Andújar, Adolph Gottlieb, Ramon Llull, Josué Moreno, Robert Morris, Antoni Muntadas, Jaume Plensa, Santiago Ramón y Cajal, Charles Sandison, Robert Smithson e Imogen Stidworthy.
La muestra reúne un enorme y rico conjunto de obras, entre las que encontramos trabajos con la grafía y con el lenguaje, con el laberinto, con el trabajo neuronal, con los símbolos del pensamiento humano y la civilización que tienen relación con la construcción de la torre y con el laberinto, es decir con el saber en Occidente, su archivo y su distribución. La selección es muy diversa tanto en técnicas como en temáticas. Se han incluido piezas concebidas y adaptadas para la ocasión, construidas in situ, entre las que podemos citar la del español Daniel García Andújar, Postcapital Archive (1989-2001): The Library, que consiste en un archivo que puede consultarse y reúne diversos documentos sobre el capitalismo y el socialismo a partir de la caída del Muro de Berlín; la conocida obra del artista catalán Antoni Muntadas The File Room, otra pieza que trabaja con la idea de archivo, pero que busca activar un dispositivo crítico con los discursos oficiales y el propio medio de producirlos y distribuirlos en la red, así como con la censura; The Work v03, de Imogen Stidworthy, en la que la artista británica explora la comunicación de una experiencia traumática como la de la guerra y su imposibilidad de compartirla; o la instalación del escocés Charles Sandison titulada Index, donde el visitante se ve envuelto por las definiciones de la Enciclopedia Británica, en un desproporcionado e inasible cúmulo de saber. Incluso también hay en la muestra una suerte de “pasaje” inspirado en el laberinto de la Casa de Lucrecio en Pompeya, entre otras obras e instalaciones.
Tras culminar el recorrido propuesto por el comisario de la exposición, nos hacemos la pregunta: ¿cómo desligar el signo de interrogación de la forma del laberinto? ¿Y qué otro signo puede caracterizar y distinguir nuestra época mejor que ese? Cada vez más nuestras certezas se desvanecen y la necesidad de “leer” se hace más urgente. El de la interrogación, el de la pregunta de qué nos traerá el mañana –que se dibuja ya no solo como proyección incierta de nuestra existencia en el mundo, como moléculas que guardan y transmiten información y de alguna manera archivos genéticos–, no solo es el signo de nuestra época sino que es el que dibuja nuestra galaxia en su expansión entrópica en su imparable crecimiento. Aquí no podemos olvidar la manera de plantearlo de otro de los artistas incluidos en la exposición, Robert Smithson con su Spiral Jetty.
En todas estas preguntas que delinean y conforman nuestro existir en el ahora, la lectura viene a ser clave. Ya no es suficiente leer el mito y seguir el hilo rojo de Ariadna, sino que los tiempos nos imponen otros retos en los que la lectura quizás sea nuestra única herramienta, de ahí lo fundamental de promoverla y suscitarla, investigarla y adaptarla a las exigencias no solo tecnológicas sino éticas de nuestro tiempo. De ahí lo importante que resulta que la lectura tenga una casa, o muchas casas.
Llegados aquí nos podríamos preguntar si –en estos tiempos de globalización y de auge del capitalismo electrónico, cuando las personas pueden llevar literalmente como Atlas el mundo a cuestas, a través de ordenadores, móviles y tabletas– el lector puede y debe tener una casa, si en verdad la necesita. Si contestamos afirmativamente, surge otra interrogante: ¿cómo debe ser la casa de ese hombre en la actualidad, obligado a la migración y el nomadismo tecnológico?
Quizás, y para seguir con la imagen del errante, esta nueva Casa del Lector en Matadero Madrid sepa ser el caravanserai de la lectura. Quizás pueda convertirse en la casa para resistir esta época incierta, quizás ella cumpla esa promesa adoptando el principio de hospitalidad que le dará sustento, en la conciencia de que a la sobreproducción de sinsentido y de ruido se le debe oponer la formación de lectores dotados de suficientes herramientas que ayuden a “leer” y a discernir el verdadero sentido de los falsos relatos y las mentiras de nuestro tiempo. ~
La exposición puede visitarse hasta el 17 de marzo
(Madrid, 1971) es editora y escritora. Dirige la revista de crítica cultural salonKritik.net.