Democracia o Como Gustéis

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Sucedió algo maravilloso. Hace unas semanas, en el día de Reyes, Hungría recibió la presidencia de la Unión Europea. Humilde ciudadano de la Unión, soy húngaro también y esto me pareció razón suficiente para pedir champaña, bailar y dar saltos de emoción. El primer ministro húngaro Viktor Orbán recibió la estrellada bandera de Europa de manos de su colega belga, esbozó en un discurso conmovedor planes de gran magnitud, culminando con la necesidad de salvar a la civilización occidental. El eslogan de la presidencia lo dice todo: Una Europa fuerte. ¿Debo llorar de alegría o solo reír?

Conocí a Viktor Orbán en los ochenta, cuando marchábamos por la libertad de expresión a un lado del Danubio. Lo conocía de vista antes de saber su nombre. Era un joven valiente y fúrico; pronto se convirtió en el carismático líder de Fidesz, el partido de los jóvenes demócratas liberales. Más tarde el partido devino nacionalista conservador, pero siguió en el poder. Y ahora, él es el presidente rotativo de Europa, lo que sea que signifique eso. Un triunfo más para el señor Orbán.

¿Por qué entonces a una semana de su inauguración, en un evento organizado vía Facebook, diez mil personas protestaron frente al Parlamento? ¿Por qué ministros y políticos europeos atacan la recién aprobada ley de medios húngara? ¿Por qué ha habido una cifra récord de artículos desaprobando al señor Orbán y a su partido? ¿Se le ha nublado el juicio? Solo me lo explico como parte de un plan mayor, como un truco de mercadotecnia política genial. Sin duda no había mejor manera de recibir atención, de crear suspenso y de movilizar a los apolíticos.

Ha sucedido algo maravilloso. Fidesz ha dado a la juventud húngara una oportunidad única para probar cuánto les importa la democracia. Quienes salen a la calle hoy crecieron dando por sentados sus derechos. Sus padres seguramente han olvidado la vida en los ochenta. El Estado de bienestar con el que soñamos nunca llegó y muchos perdieron el interés en la política. Ahora Fidesz reanima todo eso. El gobierno de Orbán dio una señal clara cuando dijo que están dispuestos a modificar la ley en disputa si hubiera una necesidad política o legal de hacerlo. ¿Qué es eso sino un guiño que nos invita a todos al juego político?

Cuando era niño mis padres veían a diario el noticiero de la noche. Era un momento sagrado; nadie jugaba durante la transmisión. Todos veían lo mismo porque había solo un canal. Todos sabían que en el noticiero mentían, pero sabían también que su vida dependía de esas mentiras. Aprendimos a leer entre líneas. Si el conductor decía que nada había sucedido allá, podías estar seguro que sí había sucedido. La agencia rusa de noticias niega tal o cual cosa… “entonces es cierto”, susurraba mi padre frente a la televisión.

Circulaban también libros prohibidos, la gente escuchaba estaciones de radio clandestinas. La fruta prohibida es siempre más dulce. Si algo era decretado ilegal, se hacía inmediatamente atractivo para la gente. Cuando, hace unos años, sugerí que la mejor manera de popularizar a la Unión Europea en Hungría era prohibiéndola, la gente se rió. Pero hablaba en serio. Ser censurado en Hungría te otorga publicidad gratuita, aun después de la caída del telón de acero.

Estas prohibiciones con frecuencia tienen el efecto contrario al buscado. Una de las primeras acciones del comité especial de Fidesz fue sancionar a una popular estación de radio independiente por programar dos canciones del rapero Ice-T. De acuerdo con la declaración oficial, las canciones “podían influir negativamente en el desarrollo físico y moral de los menores de 16 años, especialmente al sugerir temas agresivos y sexuales”. Si yo tuviera menos de 16 años ahora, iría de inmediato a buscar esas canciones: lo prohibido es cool.

Los húngaros tienden a sentirse aislados y excepcionales, y buscan soluciones nuevas en lugar de seguir lo ya probado. Ocho años de gobierno de izquierda con errores garrafales y varias crisis económicas dejaron al país en la ruina. Por eso arrasó la centro-derecha: se llevó dos tercios de los votos, y por primera vez en la historia la ultraderecha tiene un lugar en el parlamento. Con la izquierda perdida, la derecha se halló sin opositores: así, la democracia se vuelve algo aburridísimo. Permítanme exponer la singular realidad política en Hungría. La derecha está compuesta de individuos muy sensibles que no pueden trabajar en un ambiente hostil. Necesitan el amor y los mimos de la prensa, de otro modo cometen errores al calcular el presupuesto, accidentalmente imponen nuevos impuestos o por descuido desaparecen ciertos derechos constitucionales. Pero como dice la sabiduría popular, no se puede apresurar al amor. El idilio estaba condenado. Por eso decidieron instaurar un comité para que estableciera qué entra y qué no entra en el discurso público, incluyendo lo escrito en blogs y a través de Facebook. Un dato más: los cinco miembros del comité son también miembros del partido en el poder.

Quien vea paralelos con Rusia o los Balcanes, no está viendo que esto es en esencia un asunto centroeuropeo. No temo que se trate de una carrera hacia la creación de un gulag mental. Este no es un gobierno que busque instaurar un régimen totalitario. Es más bien un muy húngaro problema de autocontrol. No hay mucha diferencia entre un húngaro promedio y el gobierno de Orbán. Ambos creen que pueden hacer todo mejor que los demás. Y sin embargo este gobierno no me va a decir a mí qué escribir y qué no escribir.

Si hay paralelos que hallar, es más útil comparar la situación con los años sesenta en Estados Unidos, donde te multaban por incluir groserías en el discurso público. Algunas de las sanciones posibles para la prensa húngara llegan al millón de euros. No es el regreso de los días comunistas sino la instauración de un muy capitalista sistema de multas.

Como gustéis es una obra de William Shakespeare escrita para celebrar el final de la temporada navideña. Es una comedia de enredos cuyos personajes principales naufragan en las costas de Iliria, en el Adriático. Es el territorio del viejo imperio austrohúngaro y del autoritario regente Horthy, que gobernó entre guerras. Es también, irónicamente, la zona donde nació János Kádár, el dictador comunista húngaro. Muchos críticos de Orbán temen el regreso del lenguaje y los gestos de esa otra época; una época cuyos disfraces estuvieron presentes en la ceremonia en el Parlamento Europeo. Al final Como gustéis aclara todos los malentendidos –algo que debe suceder en Hungría. No podemos creer que Orbán, el actual presidente de Europa, destruirá aquello por lo que ha luchado desde hace veinte años como campeón de la resistencia. Sería un acto shakesperiano: trágico y fársico. Esperemos que este desafío fortalezca la democracia húngara, y que Orbán pase a la historia como quien ayudó a la prosperidad del país y no como uno más en esa línea de perdedores increíbles que, desde la Primera Guerra Mundial, han gobernado este pequeño y asolado país. ~

 


Traducción del inglés

de Pablo Duarte

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