Diario de un viru: viernes.

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Llego a mi instituto en la UNAM. Los empleados que pertenecen al STUNAM se niegan a trabajar y están afuera. Han colocado un letrero en la puerta que manifiesta su ira por el hecho de que el instituto esté abierto, y que concluye: “¡INAUDITO!”. Hay menos gente que de costumbre. Trabajo en silencio, muy a gusto, hasta que a las dos de la tarde se me avisa que lo “conveniente” es irse. Ni modo.

En el noticiero de la tele, un locutor avisa que “el ejército está en coadyuvancia con la Secretaría de Salud”. Qué alivio. Luego explica que “el viru se presentó por primera vez en Oaxaca”. “Mucho gusto, soy el viru, para servirle”. Para terminar avisa que no hay que asistir a conglomeraciones.

Contra lo que esperaba, la palabra aparece en el DRAE: “Unir fragmentos de una o varias sustancias con un conglomerante, con tal coherencia que resulte una masa compacta”. Los ciudadanos ¿seremos fragmento, sustancia, conglomerante o masa compacta? En todo caso, salvo lo de “coherencia”, la definición se ajusta perfectamente a la ciudad de México. ¿Habrá masas que no son compactas? Misterio.

Y me acuerdo de ese poema de Carlos Gutiérrez Cruz, excelso poeta mexicano comunista que una vez se inspiró ante una tortilla y le dijo, totalmente en serio: “Tortilla, hermana al fin, pues eres masa”.

Angustia nocturna. Sueño, no con ángeles, sino con mortales.

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Es un escritor, editorialista y académico, especialista en poesía mexicana moderna.


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