Diccionario crítico de la UNAM: F

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Fósiles

Durante el tiempo que estudié en la UNAM los fósiles formaban parte del paisaje habitual. Era común verlos en las islas de Ciudad Universitaria, en los pasillos (ya que además de estudiar vendían artesanías, libros, discos), pero no en las aulas, donde no se dignaban a poner un pie. Podían pasar veinte años o más como “estudiantes”. Los diferentes gremios estudiantiles (señaladamente el CEU) los convirtieron en bandera, consideraban que era una afrenta que se les limitara el tiempo de permanencia en la UNAM, aducían que tenían que alternar sus estudios con el trabajo y que el Estado estaba obligado a brindarles un apoyo incondicional, de lo contrario la administración universitaria estaba demostrando en los hechos su darwinismo social, su neoliberalismo, su colonialismo mental, en fin, su servilismo ante el FMI, el BM, la ONU, la CIA, el PRI y los EEUU. En 1997 se modificó el reglamento universitario para que la permanencia en la UNAM abarcara el tiempo normal de duración de una carrera más el 50% de tiempo adicional. Si la carrera duraba cuatro años, el alumno podría permanecer seis años en la institución (toda una reforma, ya que el tiempo promedio en el que los alumnos terminaban sus estudios universitarios era de nueve años). Para titularse, en cambio, el alumno podría tomarse un tiempo considerablemente mayor. Para evitar que el alumno se eternizara en la UNAM se reglamentó también la baja temporal, que permite al estudiante suspender por un tiempo sus estudios y poderlos continuar en tiempos para él más propicios.

La discusión del reglamento en 1997 levantó ámpulas. Dos años más tarde, durante la huelga de 1999, el CGH volvió a poner el tema de la permanencia sobre la mesa de discusión. No prosperó. Los fósiles no son ya un problema en la UNAM. Se detectó un vicio, se debatió, hubo tensiones, y finalmente prevaleció el sentido común. Algo así podría lograrse si se discutiera a fondo el pase directo, el sistema de cuotas, becas y financiamiento, el excesivo personal administrativo, la oficina de la rectoría y sus gastos cortesanos, etcétera, etcétera.

– Fernando García Ramírez

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