En el medio de los investigadores privados se me conoce como El Pepenador. Mi especialidad son los casos extraรฑos, los que nadie mรกs quiere, los que mis otros colegas desechan aunque estรฉn urgidos de dinero. A mรญ no me importa. Siempre he dicho que la basura de uno es la oportunidad de otro. Basta ir a cualquiera de los tianguis de chรกcharas que pululan en la ciudad para darse cuenta de ello. Mis colegas quieren espiar a los infieles, fotografiar a los apostadores compulsivos, seรฑalar a los embaucadores. Magnรญfico. Yo prefiero ensuciarme las manos. Las manchas conducen a las revelaciones, leรญ en algรบn lado.
Como no abundan este tipo de casos –sorullos resbalosos, les llamo yo–, tengo mucho tiempo libre. A veces pasa una semana sin que suene el telรฉfono, asรญ que me pongo a leer. Nota roja, avisos clasificados para adultos, la prensa de espectรกculos: quizรก no estoy bien enterado sobre los polรญticos que gobiernan esta ciudad, pero sรญ sobre las pasiones que gobiernan a sus habitantes. Suficiente para mรญ. A veces tambiรฉn leo libros. O voy al cine. Mi oficina estรก en un cuartucho en la calle de Iturbide, en el centro. Desde mi ventana se ve la marquesina del Palacio Chino. Un ruinoso buque que se hunde irremediablemente junto con el Centro Histรณrico. Por mรกs que los poderosos alardeen que la zona se estรก rescatando. Puro maquillaje para los reflectores y los ingenuos. Sรณlo tengo que salir de mi oficina y caminar hacia Artรญculo 123 para ver a los indigentes cagando en la vรญa pรบblica a plena luz del dรญa. No me quejo: mi barrio me gusta. Es ideal para el tipo de trabajo que realizo; ideal para los que, como yo, escarban en la basura. Si en verdad limpiaran el centro, me quedarรญa sin modus vivendi. Asรญ que es mejor que lo dejen como estรก. Sรณlo espero que cuando el centro termine de hundirse en el subsuelo, se lleve de corbata al resto de la ciudad.
El efecto remolino.
Las cosas que me piden investigar son sin duda peculiares. Cierta vez, aparecieron dos gallinas degolladas en el parque de la Ciudadela, a unas metros de la Biblioteca de Mรฉxico, un templo de sabidurรญa, segรบn entiendo. Por eso me gusta el centro: en pocas partes de la ciudad se dan contrastes tan radicales y sugerentes. Evidentemente las gallinas eran parte de un rito santero, pero lo que se me solicitรณ fue que averiguara quiรฉn lo habรญa hecho y, sobre todo, en contra de quiรฉn. Los mismos locatarios del mercado de artesanรญas estaban inquietos. Querรญan ponerle rostro a la maldiciรณn y conocer el nombre de la persona de la que debรญan cuidarse. Envidias y pugnas intestinas. Pero esa no es la historia que deseo relatar. Lo que quiero contar es el caso mรกs insรณlito en el que me he visto involucrado.
Hace dos meses recibรญ una llamada de Godรญnez, uno de los pocos colegas que me guarda algo de respeto.
–Tengo chamba para ti –dijo, yendo al grano.
Me explicรณ que se trataba del caso de un honorable padre de familia cuya hija muriรณ al dar a luz. No habรญa anomalรญas en el deceso: el parto se complicรณ y los mรฉdicos hicieron todo lo humanamente posible para salvarla. Lo extraรฑo ocurriรณ despuรฉs, cuando el forense se disponรญa a hacerle la autopsia.
Al cadรกver le faltaba el brazo derecho.
–Alguien se lo robรณ –dijo Godรญnez–. Y el padre quiere recuperarlo. Dice que no puede enterrar a su hija si estรก incompleta.
Godรญnez, por supuesto, no querรญa el caso. Me lo estaba turnando a mรญ, el Pepenador.
–¿Con o sin comisiรณn? –preguntรฉ.
–¿Cรณmo crees? –rezongรณ–. Sรณlo te pido un favor: si resuelves el misterio, llรกmame y cuรฉntame cรณmo estuvo la cosa.
La curiosidad no abandona incluso a aquellos que son indignos de ella.
Al dรญa siguiente me entrevistรฉ con el padre, y me dio todos los detalles que pudo. Su hija tenรญa 24 aรฑos. Iba a ser madre soltera. No sabรญan quiรฉn era el papรก. Habรญa varios candidatos, pero la hija nunca quiso aclarar el tema.
–No sรฉ si me entienda –me comentรณ al final de nuestra conversaciรณn–. Perder a una hija es una tragedia. Pero que encima le roben un brazo al cadรกver, eso es obsceno.
Lo entendรญ. No podrรญa recuperar a su hija, pero tal vez podrรญa recuperar la dignidad.
Mi primera labor consistiรณ en interrogar a los mรฉdicos del Semefo. Nadie sabรญa nada, pero me di cuenta que seรฑalarรญan a su madre si eso les garantizaba dejar de ser sospechosos. El asunto se complicaba, pues las cรกmaras de seguridad tampoco habรญan captado nada.
¿Quiรฉn carajos se roba el brazo de una muerta? Era la pregunta que rondaba a todos los involucrados.
A la semana surgieron dos pistas interesantes. Por un lado, me llamรณ la madre de la muchacha muerta para decirme que ella sospechaba de Arnulfo, un ex novio de su hija, que durante aรฑos la acechรณ a niveles obsesivos. Poco antes de que ingresara al hospital habรญa dejado una carta en el buzรณn. “Podrรกs tener un hijo, y continuar ignorรกndome, pero yo debo tener algo tuyo”, concluรญa la misiva.
¿Un trofeo de amante despechado?
Por otra parte, mientras revisaba mis archivos de periรณdicos de nota roja, me topรฉ con un caso de unos aรฑos atrรกs que habรญa olvidado: el de un asesino ritual que se dedicรณ a arrojar restos humanos en las zonas arqueolรณgicas del Centro Histรณrico, con el objetivo de revivir a los antiguos dioses. Nunca he sido experto en el pasado prehispรกnico, pero una corazonada me seรฑalรณ que ambos sucesos –el brazo robado y el asesino ritual– podรญan estar relacionados. Jorge Mondragรณn, policรญa judicial y antiguo conocido mรญo, se habรญa encargado del caso.
No soy experto en el pasado prehispรกnico, pero recordรฉ que para los antiguos mexicanos las encrucijadas eran equivalentes a infortunio.
Y yo estaba parado justo encima de una.
Muchas gracias a quienes votaron. Estos fueron los resultados. Por favor, continรบen disfrutando del cuento: aquรญ estรก la segunda parte.
Su libro mรกs reciente es el volumen de relatos de terror Mar Negro (Almadรญa).