Dos poemas

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Después de Auschwitz no hay teología:
de las chimeneas del Vaticano sube humo blanco
señal de que los cardenales eligieron un papa.
De los crematorios de Auschwitz sube humo negro
señal de que los dioses todavía no eligen
al pueblo elegido.
Después de Auschwitz no hay teología:
los números sobre los antebrazos de los prisioneros de exterminio
son los números de teléfono de los dioses
números de los que no hay respuesta
y ahora están desconectados, uno por uno.

Después de Auschwitz hay una nueva teología:
los judíos que murieron en el Holocausto
se volvieron semejantes a su dios
que no tiene la figura del cuerpo y que no tiene cuerpo.
Ellos tampoco tienen la figura del cuerpo ni tienen cuerpo. –

Yo no fui uno de los seis millones
que murieron en el Holocausto y ni siquiera estuve entre los sobrevivientes
ni entre las sesenta miríadas que salieron de Egipto
pero llegué a la tierra prometida desde el mar,
yo no estuve entre todos ellos pero el fuego y el humo
en mí permanecieron, y las columnas de fuego y las columnas de humo me indican
el camino de noche y de día, y se quedó en mí la loca búsqueda
de salidas de emergencia  y de lugares tiernos,
de zonas indefensas para fugarme en la flaqueza
y en la esperanza y se quedó en mí la avidez de buscar
el agua de la vida susurrando a la piedra y con golpes de locura.
Después silencio sin preguntas ni respuestas.
La historia judía y la historia mundial
me trituran entre sí, a veces hasta pulverizarme
como entre piedras de molienda, y el año solar y el año lunar
se anticipan uno a otro o se retrasan uno tras otro
y saltan dándole un movimiento constante a mi vida
y yo a veces caigo en el espacio que hay entre ellos
para esconderme en él o para hundirme.-— Traducción del hebreo: Claudia Kerik

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(Würzburg, Alemania, 1924-Jerusalén, 2000) es uno de los grandes poetas contemporáneos en lengua hebrea.


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