El desgarrado

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Vientos de raíces montañosas,

arboladas fugas de montañas,

torrentes de alas en ascenso,

ríos de caídas en los valles,

temblor de castas bestias: todo

se esconde en la piel de la madrastra.

 

Un racimo de selvas dulces

fermenta en el borde de sus labios

cuando me nombran; su silencio

de corrientes subcutáneas, quema

el sol que tuve, el desastrado

placer de estar solo sin saberlo.

 

Y no fue mentira: con las uñas

de mi corazón forcé sus puertas;

desgarradas fueron sus ropas

por mi corazón; redes aviesas

de cazador, flechas herradas,

venablos mis sentidos fueron.

 

Y encumbrado en el gemido alegre

del vencedor, vencido estuve;

conocí su vientre, como el alba

suspendida en el espacio eterno

de los sucesivos horizontes

de las caderas simultáneas;

su espalda vi, extensión callada

cuya paz me sobresalta en sueños.

 

Fedra la inmensa, la que puebla

la noche de calor terrestre;

Fedra la inconocible; el núcleo

de una primavera en densas lumbres:

Fedra la invocada, la desnuda,

la vista, la olida, la violada.

 

Y desenmascaro y desentraño

todo cuanto cabe en un instante

–el instante en donde cabe todo–,

y llego al mar monstruoso, ciego

de quebradas rocas al galope,

de ramajes blancos de caballos

rabiosos, términos de sangre,

tumulto dichoso en que la tengo. ~

 

© Vuelta, 14, enero de 1978

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