El fin del mundo: me fue otorgado verlo.
Vino en la oscuridad, un saliente en el cielo sin estrellas,
Un temblor en el centro de la noche, un espasmo de la carne enmarañada de la tierra
Y un aullido bestial, ingobernable, en las entrañas de la calle.
Vino y lo reconocí: el fin del mundo.
Y esperé la avalancha opaca, la furia que escinde las rocas.
Y esperé: hojas que se besaban, murmullos de la noche ancestral y homicida.
Luego, un tintinear de música, risas en el edificio vecino.
Pero seguí esperando: por el terrible fuego proverbial,
Oyendo el trueno mudo, el largo colapso del cielo:
Se abate eternamente. Mas nadie se dio cuenta. El fin del mundo provocó
En la negrura un solo suspiro melancólico
De mi vecino, que bebía cerveza en la oscuridad, sentado en el porche.
No: yo no era el profeta de Dios. El Apocalipsis era nunca
Y era siempre: esta noche en una pobre calle donde una risa alegre, irreverente,
Pospone el fin del mundo: donde vivimos siempre. ~