El Origianal

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Con motivo del lanzamiento de The Bootleg Series Vol. 8: Tell Tale Signs / Rare and Unreleased 1989-2003, los responsables de la revista británica Uncut tuvieron una excelente idea: sabiendo que una entrevista exclusiva con Bob Dylan era imposible, optaron por lanzarse sobre sus músicos para que contaran historias y anécdotas del que canta. El resultado de la investigación y del interrogatorio –que arroja, dylanianamente, pistas que nunca son conclusiones o soluciones– va de lo iluminador a lo desopilante a lo inesperado y, sobre el final, ofrece un momento epifánico que, en su misterio, sin embargo, explica tantas cosas inexplicables. Allí, Chris Shaw –ingeniero de sonido de cabecera de Dylan desde el cambio de milenio– recuerda: “Mi canción favorita de Dylan probablemente sea ‘It’s Alright Ma (I’m Ony Bleeding)’. Y por estos días él tiene esa manera un tanto traviesa de tocarla en directo. Así que una vez, luego de oírla desde el backstage, cuando terminó el concierto, me acerqué y le dije ‘Eh, me encanta esa versión… ¿pero alguna vez la tocas como en la versión original?’. Y Dylan me miró y me dijo: ‘Bueno, ya sabes, un disco no es más que el registro de lo que estabas haciendo ese día en particular. Y a nadie le gustaría vivir el mismo día una y otra vez, ¿no?’”

La anécdota no sólo insinúa un credo artístico sino todo un modo de vida. Sus álbumes son, para él, las fotos y postales tomadas y adquiridas a lo largo de un viaje. Pero no son El Viaje. Dylan –se sabe– sostiene que la verdad está en la carretera y en los escenarios, que las canciones son cosas vivas y movedizas, y que de tanto en tanto no está mal entrar al estudio para fabricar un más o menos redituable souvenir del momento. También es cierto que Dylan detesta los discos piratas. Las primeras e incompletas versiones de sus Basement Tapes con el nombre de The Great White Wonder fueron, en 1968, responsables de inaugurar la etapa masiva de la industria bootleg. De ahí que el artista más pirateado de la historia decidiera, en 1991, inaugurar su propia línea corsaria y autorizada con el colosal triple The Bootleg Series, Volumes 1-3: Rare and Unreleased 1961-1991. Desde entonces los fans han tenido acceso a material conocido y no tanto prolijamente presentado y remasterizado: el legendario y electrizante y electrizado concierto en Manchester 1966, una buena muestra de lo que fue la Rolling Thunder Revue en 1975, un recital de 1964 en el Philarmonic Hall, una suerte de fantasmagóricos greatest hits a partir del soundtrack del imprescindible documental Bob Dylan: No Direction Home de Martin Scorsese. Y, ahora, esta nueva entrega –en formatos simple y doble y triple– del Dylan maduro, hasta ahora último y quizá final, concentrándose en outakes y versiones alternativas de los álbumes Oh Mercy, Under the Red Sky, Good As I Been to You, World Gone Wrong, Time Out of Mind, el encomillado “Love and Theft” y Modern Times, así como tracks para películas y temas tradicionales como “Cocaine Blues”, “The Girl on the Greenbriar Shore”, “32-20 Blues” reinventados por alguien que ya se sabe tradicional y eterno.

Y hay que decir que la noticia del lanzamiento de estos Tell Tale Signs me produjo un sentimiento ambiguo. Si bien toda nueva entrega de Dylan es bienvenida, lo cierto es que una exploración del período 1989-2006 no parecía ofrecer, de antemano, demasiadas sorpresas. El material es en buena parte conocido, se sabe en detalle el rol que ocupó el productor Daniel Lanois en el asunto (Dylan escribió abundantemente sobre el turbulento tema en el cuarto capítulo de su autobiografía Crónicas. Volúmen 1), y se entendía que lo contenido en el hasta ahora díptico “Love and Theft” / Modern Times era más o menos inamovible sagrada escritura. Para colmo –ya está prácticamente confirmado– Dylan habría registrado este mismo enero todo un disco de canciones nuevas, supuestamente titulado Anchor, bajo la mirada y el oído del productor Rick Rubin a la vez que trabaja con artistas amigos en la musicalización de letras perdidas y recuperadas de Hank Williams.

Pero se comprende enseguida, basta con escuchar ese primer tema, una versión plácida y sinuosa de la fluida “Mississippi”, que Tell Tale Signs tiene su muy buena razón de ser. Y que escucharlo nos hace sentirnos tanto mejor y ser mucho mejores porque –por suerte– nos ha tocado ser contemporáneos de Bob Dylan como otros fueron contemporáneos de William Shakespeare.

Y en la edición de Uncut antes mencionada hay otro gran momento recordado por Mark Howard, ingeniero de sonido por Daniel Lanois en Oh Mercy y Time Out of Mind: “Una de las discusiones en el estudio pasaba por el hecho de que Bob tenía como regla nunca tocar igual una misma canción. Daniel se mostraba insistente y entonces Bob llamó a Tony Garnier, su bajista y confidente, y le preguntó: ‘Tony, ¿alguna vez toco igual una misma canción?’ Tony respondió: ‘No, Bob, no’. Entonces Bob miró a Daniel y le sonrió: ‘¿Ves?, te lo dije. Yo no hago eso’”.

Y Tell Tale Signs trata exactamente de eso. De no hacer eso para hacer eso otro. Del modo en que Dylan no suelta una canción porque, aunque haya mordido el anzuelo, sigue sonando mejor en el agua que embalsamada como trofeo. De la manera en que Dylan acaricia y golpea a sus criaturas a menudo volviéndolas irreconocibles, diferentes y, sí, hasta superiores. Para comprobarlo, alcanza con vadear las dos versiones de “Mississippi” o el modo en que Dylan convierte aquí a la saltarina y rutera “Someday Baby” en algo marcial y ominoso. Percibir la despojada aproximación de “Most of the Time” como algo que no desentonaría en un hipotético Blood on the Tracks 2. O sentir cómo “Dignity” –a solas y al piano– crece hasta convertirse en una suerte de sermón donde refulge una “nueva” y trascendental estrofa: “El alma de una nación está a merced de un cuchillo/ La muerte se yergue en el portal de la vida/ En la habitación de al lado un hombre discute con su mujer/ Sobre la dignidad”. La majestuosa “Series of Dreams” –menos U2izada, con nuevos versos y con la voz de Dylan bien al frente– conmueve como la más despierta canción jamás escrita sobre la vida onírica. Igualmente innovadoras resultan las reformulaciones de “Can’t Wait”, “Highwater (For Charley Patton)” en una torrencial versión en vivo, o “Born in Time” y “God Knows” como siempre debieron haber sonado y no suenan en Under the Red Sky. Del material “nuevo” también hay mucho por decir y admirar: las recientes canciones para películas “Tell 0l’Bill”, “Huck’s Tune”, “Cross the Great Mountain” (con guiños a Walt Whitman) y “Can’t Escape from You” (para un film jamás realizado y donde Dylan suena como una especie de hermano mayor de Tom Waits) revelan a un maestro en el arte de imaginar imágenes. Y “Red River Shore” y “Marchin’ to the City” –descartes de Time Out of Mind– son, seguramente, las dos joyas más valiosas: la primera es una de esas sagas mexicanoides a las que Dylan es tan afín y la segunda –surgida a partir de mutaciones de “Till I Fell in Love With You” robándole algunas palabras a “Not Dark Yet”– es un triunfal gospel-blues por el que Solomon Burke daría varios kilos.

Esto no es todo. Hay más. Y lo más importante y raro: la condición dispersa y frankensteiniana de Tell Tale Signs enseguida se olvida fundiéndose en un todo armónico y convirtiendo a la experiencia de su audición en algo tan coherente y pensado como en su momento lo fueron Blonde on Blonde, Desire o “Love and Theft”. Así, Tell Tale Signs –con notas y comentarios en el cuadernillo firmadas por el dylanita de luxe Larry “Ratso” Sloman– trasciende su condición de antología personal para convertirse en uno de los mejores discos de Dylan y punto.

Ya saben: ese tipo que en las fotos de ahí adentro aparece como un casi niño sosteniendo una guitarra eléctrica y como un casi anciano con look de jugador profesional y nómada tan parecido a los músicos que admiraba ese casi niño que fue alguna vez. Alguien con mirada de rayos X. Alguien con capacidad para ver a través y más allá, arriesgándose a descubrir lo que hay debajo de los huesos de su propia leyenda. Pensar en la mirada de Dylan del mismo modo en que algunos piensan en la sonrisa de la Gioconda. Pensar en el Dylan de estos días y de estas noches como en el Dylan que, en el film de Scorcese, comenta: “Lo que tenían en común todos los músicos a los que me quería parecer… se notaba en su mirada. Era una mirada que decía ‘Yo sé algo que tú no sabes’. Yo quería ser así”. Pensar en el Dylan que ahora –como un freak irrepetible pero continuador de una tradición en la que se sabe incluido– se parece y mira exactamente igual que esos músicos. Dylan como uno de esos contados artistas que ha alcanzado el raro privilegio de convertirse en alguien exactamente igual –oír su voz, contemplar su estampa– a aquellos que lo inspiraron en sus inicios y que le hicieron soñar con ser así para hacer eso. Un hombre fuera del tiempo y del espacio y más allá de modas y tendencias. Un auténtico original que –aunque definitivo– nunca se termina del todo porque se niega a que lo enmarquen y lo cuelguen en una pared. Eso que –a falta de un nombre mejor– se conoce como un clásico.

Como él mismo canta y explica en “‘Cross the Green Mountain”: “El mundo es viejo/ El mundo es grande/ Las lecciones de vida/ No pueden aprenderse en un día/ Vigilo y espero/ Y mientras estoy aquí escucho/ La música que llega/ de una tierra mejor y lejana”.

Su tierra, su música.

Y otra vez, como siempre, muchas gracias por todo esto. ~

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es escritor. En 2019 publicó La parte recordada (Literatura Random House).


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