El periodismo 2.0: El periodismo ante la globalización

Al periodismo le corresponde un ejercicio importante de reflexión y redireccionamiento. Debe encontrar formas de adaptarse a la cultura digital sin sacrificar su esencia. 
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Sociedad de burbujas

En su cuento “La esfera de Pascal”, el escritor Jorge Luis Borges plantea la historia universal como la historia de la diferente entonación de algunas metáforas. Dentro de ese universo metafórico, una de las imágenes más recurrentes es la de la esfera. Si el triángulo se erigió como símbolo de las estructuras desiguales del poder, la esfera es su figura antagónica; el símbolo aspiracional de la unidad y la perfección. Por eso, desde que Jenófanes la propuso como la forma física de la divinidad, ha sido utilizada como la figura geométrica-ideológica por excelencia. 

Cuando los próceres de la economía keynesiana acuñaron el término globalización, el uso lingüístico de la figura del globo no fue casualidad. El globo es la acepción terrestre de la figura de la esfera. El ímpetu de la idea del “globalismo” es el de transmitir la noción de que el mundo ha llegado a una etapa última de igualdad y justicia: la unidad. En la esfera todos los puntos exteriores están equidistantes del centro. Ya todos somos iguales porque somos UNO solo. Aunque la premisa es evidentemente falsa, la noción es reconfortante. El éxito de la narrativa keynesiana debe mucho a la geometría.

Pero si la irrupción de la idea del “globo” creó la falsa ilusión de un mundo nuevo, la naturaleza extremista del sistema económico que catapultó dicha idea acabó por sobre-inflar el globo. Fue el individuo el que más resintió este exceso. Propulsado por el aire de una economía de mercado voraz, un sustento ético individualista y un avance tecnológico sometido a las necesidades económicas, el globo keynesiano se infló de vacío. Cuando la presión del vacío es insostenible, el exterior se revienta. Eso fue lo que sucedió; el gran globo de la globalización reventó en millones de burbujas que vuelan una a lado de la otra sin siquiera tocarse. Los individuos habitamos dentro de los restos flotantes de este big bang.

Más allá de sus alusiones metafóricas, el globo es un sistema de insulación. Visto desde ese punto de vista, la globalización ha ocurrido de manera sorprendentemente literal. No nos ha transformado en ese mundo único que prometió, pero ha sido especialmente exitosa en volvernos habitantes perpetuos de pequeños globos que nos protegen del exterior. Vivimos globalizados porque el globo es la estructura geométrica que define nuestro microcosmos.  Ese es el fenómeno que define al mundo contemporáneo: el proceso por el cual la economía, apoyada en la tecnología, ha acabado por construir una sociedad de cangrejos ermitaños. Seres que cargan su hogar sobre el lomo. Aquello que el filósofo Peter Sloterdijk ha llamado “la espuma”: miles de espacios aislados que conviven sin jamás fundirse.

Las arañas acuáticas son una especie única, sobreviven bajo el agua creando burbujas de oxígeno dentro de las cuales pueden respirar. Las arañas viven bajo el agua pero no en el agua, su mundo está insulado de su entorno. Esa es la arquitectura social que propone el mundo contemporáneo. Somos como cangrejos ermitaños atrapados en esas burbujas subacuáticas. Cargamos nuestra casa pero a la vez vivimos blindados de la intemperie y su interferencia innecesaria en nuestra vida.  Ya no existe el mundo del afuera, la impermeabilidad del globo ha protegido contra las goteras, ahora el afuera es el adentro y el adentro transporta nuestro mundo independientemente de a dónde vayamos.

Salimos de casa armados con nuestros celulares, reproductores de música, palos de selfie y kindles. Amortiguamos el embate del mundo exterior imponiendo nuestro microcosmos sobre él. La arquitectura de la burbuja ha desplazado el concepto del “sonido ambiente” a la  categoría de los conceptos perpetuamente obsoletos. En el tren, el avión, o el coche nos movemos y nos transportamos sin salir nunca de casa. Sentados alrededor de decenas de personas escuchamos nuestra propia música, tomamos nuestra propios retratos, platicamos con nuestra propia gente y leemos nuestras propias noticias. El mundo se ha vuelto nuestro porque solo habitamos los confines de lo propio: aún inmersos en el espacio público rodamos en nuestros globos.

El resultado es interesante; como somos los curadores de nuestra propia vida, hemos logrado deshierbar toda la maleza indeseable de ella. Si algo no nos interesa, simplemente no existe. Lo que de-facto no nos importa, queda fuera de la burbuja protectora y por ello no nos es solo indeseable sino inalcanzable. La música de afuera, las conversaciones de a lado, las noticias de temas que desconocemos, han sido bloqueadas por las paredes del globo-burbuja. Ahora solo navegamos dentro del espacio que nos acomoda. Los cangrejos ermitaños cargan su casa sobre el lomo, nosotros cargamos la extensión de nuestro departamento habitación, con su música, sus colores, y todo su ecosistema. Aún en los momentos de mayor empatía social, marchamos lado a lado como miles de burbujas arrastradas por una sola corriente, pero rara vez nos fundimos.

El periodismo de espejo

Si bien es cierto que este fenómeno ha tenido consecuencias significativas en el mundo del periodismo, estas no son necesariamente las que el oficio tiende a señalar. La gran ironía del gremio es que ha sido incapaz de acertar en el reporte de su propia noticia. El error es casi geográfico, han equivocado el lugar de los hechos. Mientras que la mayoría de los análisis se concentran en el impacto que las tecnologías digitales tienen sobre las formas físicas de la información, el suceso está ocurriendo en el nivel simbólico: la tecnología virtual no ha acabado con el papel sino con la marca. En ese sentido estamos ante el proceso inverso al que tan flamantemente se ha planteado como el fin del “periódico”. No es la acepción física de la información la que ha sido desplazada sino su iconografía simbólica. Lo que el internet ha sustituido es el valor del sello de la casa: la marca. La irrupción de anti-iconos y la sobreabundancia de información han homogeneizado o traído abajo el viejo sistema de valores.

Dentro de las burbujas en las que nos trasladamos solo aceptamos la información que es de nuestro interés. Da igual si es el New York Times, Harper’s o el blog de la vecina, ‘si dice lo que quiero oír, es digno de incorporarse a mi universo, si no, no existe.’ Las redes sociales nos dan la posibilidad de confeccionar nuestra propia agenda de información. Si algo que no nos interesa tiene la desfachatez de colarse por nuestros filtros, entonces le podemos dar unfollow. El periódico papel permitía informarnos de reojo: aquello que no nos interesaba entraba a nuestro organismo por osmosis involuntaria. En el mundo del Twitter y Facebook no se permiten accidentes visuales, lo que vemos es lo que queremos ver.  

Mucho de ello tiene que ver con la sobrecarga de información. Es probable que seamos la primera generación que escribe más de lo que lee. El formato del blog y la revista digital han permitido la proliferación de millones de plumas amateurs. Por un lado existe más información, pero por el otro, esta información no es necesariamente mejor. Ante la sobrecarga escogemos lo más fácil, lo más cómodo, lo que está al alcance de nuestro perfil. Es así que damos el mismo valor a los textos sin importar su fuente, su método o su rigor.  Como el público lee solo lo que quiere, se desarrollan nichos y mercados exclusivamente configurados para alimentar los deseos de los lectores. La naturaleza de este fenómeno inhibe la producción periodística rigurosa. Si el periodismo depende de los caprichos de la moda entonces el periodismo serio queda a la merced de la voluntad popular. La supuesta democratización de los medios de información se ha convertido en una popularización o banalización de ellos. La noticia sometida a una obediencia ciega de las leyes del mercado.

Este es el periodismo que ha dado vida a Buzzfeed y a sus versiones más refinadas. Un periodismo enfocado en dar al lector lo que sea que quiera, y en el mundo de las selfies no hay duda alguna: lo que el lector quiere es más de sí mismo. Durante siglos el periodismo fue la ventana por la cuál observábamos el mundo, ahora la ventana se ha convertido en un espejo. Los medios de comunicación “cool” compiten por visitas dándole a sus lectores la sensación de que ellos mismos son la información. Si antes la ventana permitía asomarse a otras vidas, el nuevo periodismo digital funciona a la inversa: busca crear la falsa sensación de que los acontecimientos del afuera son un mero reflejo del adentro. El arquitecto suizo Le Corbusier decía que en la esfera, el exterior es producto del interior. Eso es lo que ha sucedido con nuestros globos, han acabado por reacomodar el espacio que los rodea. El periodismo espejo busca homologar lo externo con el mundo interno, su gran consigna periodística es de corte homogeneizador: la noticia soy yo.

Al mismo tiempo, un fenómeno empresarial ha privilegiado la propagación de la moda de la información-espejo. Las grandes empresas han delegado sus departamentos de “compras” a agencias de publicidad obsesionadas con el mundo de los “datos”. Al otorgar el poder a los mercenarios del clic, las empresas han suprimido las visiones humanistas o filantrópicas de un sistema de publicidad que además de presencia les generaba “valor social”. El mundo de hoy funciona con base a números; esto es obvio, pero solo lo es porque la ideología keynesiana ha forzado su modelo tecnócrata en nuestros inconscientes. Cada sistema busca imponer su propia cosmovisión en el mundo; en el universo tecnócrata lo que no es cuantificable no existe. El triunfo de los tecnócratas y los post-positivistas ha sido tan brutal que han conquistado áreas cuya naturaleza es contraria al modelo numérico de dicha filosofía. Las áreas creativas del conocimiento se han subordinado a los números. Hoy, el trabajador modelo de un departamento de marketing es un ser capaz de organizar datos y diseñar tablas. Es esta organización intra-empresarial la que promueve la proliferación de los periódicos “busca-clicks”. Como las empresas de marketing se rigen por un solo precepto, su capacidad de pensar, analizar y evaluar riesgos potencialmente beneficiosos queda eliminada. No más apuestas a proyectos nuevos o valiosos. Dime cuántos clicks tienes y te diré cuánto vales.

Es así que surgen las hordas de información moldeada que convierten al lector en un usuario y al periodismo en contenido. Información irrelevante pero ofrecida al gusto; el usuario escoge la talla y el color. “Las quince cosas que solo si naciste en Colombia en los noventas y veías Dragon Ball vas a entender.” Contenido inofensivo pero también irrelevante. La anti-Información, porque no revela nada, maquillada en serie para conseguir visitas. “No vas a creer lo que este hombre hizo después de esto.” Los atrapa-clicks están configurados para ganarse la atención de un mundo distraído perpetuando la noción de que sus contenidos son únicos, virales, o autorreferenciales. Junto con ello perpetúan otra noción: la de la decepción.

Como consecuencia la verdadera información queda sepultada entre capas y capas de desperdicio, solo al alcance de los arqueólogos de la noticia.  En principio esto es normal, las mayorías nunca se han interesado en el periodismo de calidad. El asunto de fondo es que los medios más serios han sucumbido a esta moda y han denigrado la calidad y el valor de su trabajo en pos de obtener más rentabilidad. En ese sentido, la diversidad y cantidad de información puede ser un augurio positivo de un mundo más abierto, pero si la diversidad implica homogeneización, censura, obediencia al mercado publicitario y menos recursos para el periodismo entonces estamos ante un problema. El supuesto empoderamiento del lector-usuario ha acabado por debilitarlo, su campo de visión se ha reducido enormemente: frente a la infinitud del universo informático lo único que logra ver es a sí mismo. 

Los medios de información-espejo crean un periodismo endogámico, perfecto para la arquitectura de la burbuja. Leemos cosas que hablan de nosotros para luego compartirlas en redes sociales. El sentido de esta acción es voyerista: queremos que los otros espíen nuestro mundo. Estando en el extranjero compartimos “contenido” que revela nuestra idiosincrasia nacional: “Las “diez cosas que solo si eres mexicano entiendes.” El objetivo es dar una probada al mundo del sabor parroquiano de nuestro globo-burbuja.  Una vez de regreso en la patria queremos dar la impresión del trotamundos-globalizado, entonces compartimos “las “diez cosas que solo si eres mexicano y estuviste en el extranjero vas a entender.” Queremos que los otros conozcan lo increíble que es nuestra burbuja sin tener que recurrir a la molesta intromisión que sería invitarlos a pasar adentro.

El periodismo ha sucumbido a los anhelos existenciales de una generación que parece obsesionada/atosigada con al idea de la visibilidad. El periodismo-espejo es una respuesta a la máxima preocupación de la era; la del individuo por descubrir su propia existencia. No es solo un tema de vanidad o narcisismo sino de reafirmación existencial;  la conjunción del sistema tecnócrata y la cultura del espectáculo han establecido los nuevos parámetros con los que se mide el éxito: ¿Cuánto ganas y cuántos te siguen? El éxito tiene que ser cuantificable y visible. En una extraña variante del empirismo, el existir ha dejado de ser constatable por medios físicos y biológicos. El mundo digital se asemeja más al empirismo británico, como el árbol que cae en medio del bosque, si no eres visto no existes. Esta noción acongoja al mundo contemporáneo y explica su obsesión con construir un mundo de espejos.

En ese contexto, el frenesí informático empodera al usuario, le da la posibilidades de “triunfar” fuera de la rígida estructura de las organizaciones. Pero la posibilidad del “éxito” en el mundo virtual es agobiante. Ya no hay excusas exteriores para el fracaso, si no triunfas es por tu culpa. ‘Ya todos podemos ser ricos y famosos, así que tenemos que serlo’ parece ser la consigna del nuevo mundo digital. El premio máximo es la palomita azul de Twitter, la graduación final que confirma que tu visibilidad te ha hecho merecedor de un lugar en el cosmos digital.  Su presencia junto a la foto confirma el éxito, ya por fin eres “alguien.” Ese pensamiento influye en la crisis del periodismo. Los medios de comunicación que se han atrevido a cobrar por sus servicios han perdido visibilidad, y por ello influencia en las redes sociales. Como la discusión se ha trasladado del espacio público al espacio digital se produce un pánico de quedar fuera de la conversación. La respuesta de los periódicos ha sido regalar su trabajo con la esperanza de que éste gane influencia. En ese sentido el periodismo ha sido incapaz de encontrar la fórmula que dé al escondite un aire seductor; no han consolidado una narrativa vendible del secreto.

La apertura del espacio digital a los nuevos formatos de la información no debería ser un problema sino una bendición. La oferta y la diversidad deben ser bienvenidas, pero deben ser acompañadas de criterios de selección. El problema no reside en el lector sino en el periodista. En su afán por adaptarse a un mundo completamente desconocido acabó cavando su propia tumba. Su técnica de adaptación al nuevo entorno fue el camuflaje. Los grandes medios quisieron mimetizarse entre el bullicio cibernético en lugar de buscar distinguirse.  Es difícil reprochar este error. Su reacción es entendible ante un entorno desconocido. Pero es momento de que entiendan su posición en la nueva configuración mediática. El periodismo tradicional no está sentenciado: su recuperación se dará en la medida en que se dé cuenta de que la respuesta no está en construir información para las burbujas de la globalización, sino en reventarlas.

¿Cómo salvarse?

En octubre de 2013 John Macarthur, editor de la prestigiada Harper’s Magazine publicó una carta abierta a sus lectores. En ella, el editor defendió el derecho de las revistas y periódicos a cobrar a sus lectores por acceder a sus artículos, ensayos, crónicas, etcétera. “Por qué debe una revista de ideas, crítica y reportajes servir como un medio entre los anunciantes y los lectores? … ¿Qué no la única relación que realmente importa es aquella entre el lector, el escritor y el editor? MacArthur argumenta que la crisis severa por la que pasa el mundo del periodismo tiene su origen en la depreciación que el mismo periodismo ha hecho de su propio trabajo.

El problema es prácticamente conceptual: al devaluar su trabajo artístico y periodístico a lo que hoy en día se conoce como “contenido”, el periodismo ha vaciado de sentido a su propia producción. Por definición el “contenido” es simple relleno; lo que se usa para cubrir el espacio vacío en un barril o una caja. Con la explosión del internet y la sobresaturación de información, el periodismo creyó que su salvación consistiría en devaluar su trabajo, poniéndolo a la par de la oferta.

El resultado ha sido desastroso. El público se ha acostumbrado a recibir información de calidad de manera gratuita. Esto ha vuelto al periodismo de rigor indistinguible de su contraparte amateur. En este contexto el periodista francés Saint-Exubery lanzó una pregunta interesante: “¿Cuántos de nosotros estaríamos de acuerdo en gastar dos o tres dólares en un expresso que tomaremos en cinco minutos, pero nos resistiríamos a gastar lo mismo en un órgano noticioso semanal como los que existen ahora?”. Todo mundo quisiera poder tomar café gratis, pero ningún vendedor de café es tan suicida como para ofrecerlo.

Los datos parecen coincidir con el análisis de Macarthur. A diferencia de lo que comúnmente se cree, los números de lectores de los grandes periódicos y revistas impresos no ha sufrido variaciones catastróficas.  Según un estudio que Pew realizó en los Estados Unidos, después de tocar un punto bajo durante la crisis económica de 2009, la circulación de los periódicos se recuperó en el periodo 2011 a 2013 e, incluso, tuvo crecimiento. Un estudio de Nielsen Scarborough de 2014 complementa estos resultados: La mayoría de los lectores siguen leyendo la versión  impresa del periódico sobre sus formas digitales. De hecho, en 2014, 56% de los entrevistados en Estados Unidos que aseguraron ser lectores de periódico afirmaron hacerlo únicamente en la versión impresa, en contraste con el 6% que indicó solo leer el periódico en línea.

Esta información parecería contradecir al sentido común. En los últimos años decenas de periódicos han tenido que cerrar, volverse solamente digitales o cambiar su contenido y presupuesto para ajustarlo a las estrictas leyes del mercado. Pero si no han habido grandes fluctuaciones entre los números de lectores, ¿qué ha causado esta crisis? Al mismo tiempo que la circulación de los periódicos no ha variado considerablemente en los últimos años, las ganancias por anuncios se han derrumbado estrepitosamente. Aún con el desarrollo de la publicidad digital, los periódicos han sufrido pérdidas irreparables. En el periodo 2005-2015 las ganancias por publicidad de los periódicos impresos han disminuido en un 50% en los Estados Unidos.

El problema es que la reducción en las ganancias del periódico impreso no han sido absorbidas por las ganancias del supuesto boom de la publicidad digital. La razón es sencilla, no fue el valor del periódico papel el que se depreció sino el de la información en sí misma. En 2005 47.4% de las ganancias de los periódicos estadounidenses provenían de la publicidad impresa y solo 2% provenía de publicidad digital. Para 2014 el porcentaje de ganancia de publicidad impresa se había reducido a 16.4%, pero el porcentaje de ganancias por publicidad digital solo creció en un 1.5%.

Con todo el auge del mundo digital, este ha sido incapaz de rendir frutos económicos al mundo del periodismo. La publicidad en línea no es tan redituable como su versión impresa. Por eso muchos editores han decidido regresar a modelos más antiguos, buscando un balance entre la visibilidad y la valoración de su trabajo. El periodismo tiene que encontrar formas de rentabilizarse fuera del mundo de la publicidad; su modelo económico debe cambiar. Mientras siga sobreviviendo en base del mercado de los clicks y la visibilidad, su calidad y libertad continuarán decayendo. Macarthur ha escogido para Harper’s un modelo clásico; el muro de paga. Esto no es necesariamente una respuesta ideal, Harper’s ha mantenido sus altísimos estándares de calidad pero ha perdido muchos lectores. El futuro del periodismo depende de los emprendedores que logren encontrar maneras de financiar el periodismo sin someterse a la voluntad de los mercadólogos, ni a una cerrazón que los vuelva anónimos.

El periódico papel

Durante una entrevista en el programa de Jon Stewart, un editor del New York Times fue cuestionado sobre las “cualidades” del periódico papel. “¿Por qué las noticias añejadas son mejores que las noticias reales?” preguntó el reportero. Ante la confusión del editor del New York Times el reportero le extendió un periódico y le lanzó un reto: “Encuéntrame una sola cosa allí adentro que haya pasado hoy.” En los noventas, el actor Kyle Chandler salvaba al mundo porque recibía un día antes el periódico, en un mundo donde las noticias son comunicadas mientras suceden, el periódico-papel se ha vuelto la antítesis de aquel show: El periódico papel es un objeto histórico no solo porque sus orígenes son antiguos, sino porque en un mundo taquicárdico su contenido pertenece al ámbito de la historia.  

No hay duda de que el periódico-papel se ha vuelto objeto del debate periodístico. ¿Seguir o no seguir? En Estados Unidos la tendencia es mutar hacia lo virtual. En América Latina donde el mercado de periódicos ha tenido un ligero crecimiento en los últimos años, existen cambios hacia los dos lados.  Reporte Índigo realizó una transición que pareció retar a los apocalípticos del papel: pasó del mundo digital al impreso. Su apuesta fue doble, crear una interdependencia entre el “contenido” digital y el impreso y convertir su versión en papel en un objeto de culto.  Periódicos más grandes como el Reforma en México y Folha do Sao Paulo en Brasil han acortado su versión impresa, ampliado su versión digital y puesto candados en ciertos contenidos. Este modelo ha resultado plausible pero denigrante para los apóstoles del papel.

Lo que es cierto es que la función del periódico-papel se está transformando. Si la noticia implica revelación, la dinámica del periódico se opone a ella: Para la hora de impresión, una noticia ha sido expuesta por las redes sociales, investigada por los periódicos digitales, mostrada por la televisión y el You Tube y analizada por la blogosfera. Durante años el repartidor de periódicos fue el despertador de las ciudades, en el mundo actual el repartidor es el último en dormirse.  Por más madrugador que sea, siempre llegará un día demasiado tarde.

Esto no significa el fin del periódico-papel. En la época pre-digital el periódico ofrecía información más veloz que la revista, y esto no significó el fin de la revista de noticias. Lo que el periodismo impreso debe buscar es construir un espacio medio entre la noticia y la historia. Asumir su rol de fuente segunda, pero no de fuente secundaria. Integrarse al mundo digital sin subordinarse a él. Sobre todo, los grandes medios deberán encontrar una fórmula que les permita crear análisis, noticia y literatura sin la intermediación directa de las agencias de marketing. El periódico-papel puede jugar un papel importante en ello.

Romper la burbuja

La noticia se forma donde un evento sobresaliente espera ser narrado. Por ello su noción se opone a la cotidianidad y a la historia. La noticia rompe con la cotidianidad e impone un estado de excepción en ella. Pero si la televisión redujo el delay entre el evento y la noticia, el internet destruyó la separación prevaleciente entre ellas. En el mundo digital el evento es la noticia; como la narración ocurre en tiempo real, la narración acaba convirtiéndose en el evento. El orden ha sido alterado: Lo qué sucede en el mundo actual no son eventos que se convierten en noticia, sino noticias que se convierten en eventos.

La distribución de estas noticias-evento ha sufrido cambios importantes. La figura geométrica por antonomasia de la sociedad contemporánea, el globo, ha tenido un doble impacto. Las noticias se trasladan a gran velocidad en movimientos constantes y circulares por el mundo pero, al mismo tiempo, el individuo ha interpuesto una burbuja de protección entre esos ciclos y su hábitat. Las noticias viajan más y más rápido, pero son constantemente bloqueadas y rebotadas por las mini-burbujas de la insulación. El globo funciona al mismo tiempo como divulgador y bloqueador: su superficie lisa y curva permite flujos más constantes y veloces a nivel planetario, pero su estructura gruesa e insular permite menos porosidad a nivel individual.  Hay más cantidad de noticias pero llegan proporcionalmente menos.

La distribución de los flujos también ha mantenido su estructura jerárquica. Aunque es posible conocer noticias de casi cada rincón del planeta, los flujos se concentran excesivamente en ciertos núcleos. Datos del archivo televisivo de la Universidad de Vanderbilt arrojan información en este sentido. Alisa Miller, directora de Radio Internacional, ha usado esta información para hacer una adaptación geográfica de los flujos de información en Estados Unidos. Si el territorio de los países dependiera de qué tanto se habla de ellos en los medios estadounidenses, casi todo el planeta estaría anoréxico o habría desaparecido. Solo Irak y el propio Estados Unidos sobrevivirían.

El mismo estudio revela que cantidad no es sinónimo de calidad. En 2007, la noticia de la muerte de la actriz Anna Nicole Smith tuvo más cobertura en Estados Unidos que todo el resto de los países salvo Irak.  Hay más información y más periodistas, pero esto no necesariamente nos vuelve sociedades más cultas. Según el servicio de Alexa, el cuál hace mediciones de las páginas de internet, los dos medios digitales más populares del mundo son el New York Times y Buzzfeed. El contraste entre ellos es revelador. En 2012, Buzzfeed, reveló las 13 notas más leídas en la historia de su portal, ninguna de ellas pertenece al rubro de lo que normalmente se conoce como periodismo. Se trata en realidad de una serie de listas, desde “las 40 fotos más impresionantes del año” hasta “las 25 poses más raras en las que duermen los gatos.”

Buzzfeed es un producto de las redes sociales. Su éxito se debe a que su contenido viene empaquetado y listo para compartirse y generar visitas. En ese sentido no es sorprendente que su línea editorial siga lineamientos muy parecidos a los que parecen regir a las redes. Buzzfeed no acepta pesimismo o crítica dentro de su producción, es un medio de noticias feel-good, hechas para hacernos sentir bien. La razón es sencilla, muchos estudios han comprobado que la gente prefiere compartir noticias “positivas” que noticias “negativas”. Buzzfeed alimenta esta demanda. A pesar de tener un número de lectores digitales similar al New York Times, su contenido periodístico está sujeto a su plausibilidad comercial y no a la calidad de su información; En varias ocasiones ha borrado artículos que van en contra de los intereses de sus patrocinadores. El éxito de su modelo ha llevado a muchos medios a intentar emularlo ciegamente. Víctimas de la fiebre del “click” pocos han reflexionado sobre las consecuencias e implicaciones de esta tendencia.

El periodismo se ha adaptado así a la forma arquitectónica del mundo individualista; la burbuja. Pero al hacerlo ha extraviado su misión original, la de informar. La historia indica que una vez que los ímpetus iniciales del progreso se han calmado, el ser humano reajusta su perspectiva y analiza de manera más fría su comportamiento. Al periodismo le corresponde un ejercicio importante de reflexión y redireccionamiento. Debe encontrar formas de adaptarse a la cultura digital sin sacrificar su esencia. Si el adentro no va hacia el afuera, el afuera tendrá que encontrar formas de permear el interior. El periodismo no debe someterse al individuo, debe cumplir su función original, la de volverse una ventana, la de elevar y sacar al individuo de su aislamiento. Debemos romper el espejo y con ello el encanto, y por el hoyo en el cristal intentar salir.  

 

 

 

 

 

 

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Director de Los hijos de la Malinche


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